Aquella Misa que hizo cura al Papa Francisco ©

«Las oraciones de nuestro Canon se encuentran en el Tratado De Sacramentis que data de finales del s.IV. [...] Nuestra Misa no ha sido cambiada en nada esencial desde la época en que se celebró por primera vez la más antigua liturgia reglada para toda la Iglesia. [Aproximadamente trescientos años después de Cristo.] Hoy todavía conserva el perfume de aquella liturgia primitiva, de los días en que los césares regían el mundo y esperaban poder extinguir la fe cristiana, aquellos días en que nuestros padres se reunían al rayar la aurora para cantarle un himno a Cristo como a su Dios. No hay en toda la Cristiandad - desde el oriente al occidente- rito igual de venerable que la Misa romana.» (Adrián Fortescue, La Misa, 1921)

Bellas palabras referidas al Santo Sacrificio de la Misa.

Esbozo biográfico del ignorado Adrián Fortescue

Un antepasado de este Fortescue, del que por devoción tomó su mismo nombre, Adrián, era hijo de Sir John Fortescue y primo de Ana Bolena. El 13 de julio de 1539 Enrique VIII le cortó la cabeza -condenado sin juicio- por oponerse a la política real de hostilidad contra la Iglesia Católica. Este noble inglés destacó como soldado en la guerra anglofrancesa de 1513 y 1523. Fue admitido Terciario dominico y fue armado Caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén. El Papa León XIII le beatificó el 13 de mayo 1885 en reconocimiento a su heroica elección de servir antes a Dios que a los hombres; es decir, antes la religión revelada por Dios - Is 54, 13: "Seréis enseñados por Dios mismo." - que el deseo de su rey, Enrique VIII, deslegitimado de su título de "Defensor de la Fe".

Y otro Sir John Fortescue (1385 - 1479), tal vez abuelo del martir, fue también notable jurista, autor en latín del tratado: "In Praise of the Laws of England" ('Elogio de las leyes de Inglaterra') dedicado a la educación de Eduardo, el entonces Príncipe de Gales. Un "derecho de gentes" que establecía que "es mejor que el culpable escape a que el inocente sea castigado". (cf Britannica.)

El Adrián Fortescue que honra este post tampoco es cualquier cosa. Si bien leí, ejerció su cátedra de 'Historia de la Iglesia' en la Universidad de St. Edmund, Ware, "la escuela católica más antigua de Inglaterra". Cátedra que alcanzó después de doctorarse en 'Teología Moral', en 'Dogma', en 'Historia Eclesiástica' y en 'Derecho Canónico'. Desde luego, fue una lumbrera entre los muchos faros de luz que la Iglesia ha ofrecido al mundo, y con un nivel intelectual y de raciocinio de tal excepción que se creó para él un premio que le fue entregado en mano por el emperador Francisco José I de Austria.

Mas esto, para nosotros, súbditos del reino de los cielos, es poca cosa si lo colocamos frente a su elección de vida. Del esbozo biográfico entendemos que sus dotes científicas no le arrastraron a la notoriedad en los foros de renombre. Prefirió su entrega "al cuidado de las almas que se le habían confiado": Misionero Rector de Letchworth, en Hertfordshire, donde fue sacerdote, confesor, consejero, protector y predicador 'apto para todos los públicos', jóvenes y viejos, ricos y pobres, nobles y plebeyos.

Predicó su último sermón el 31 de diciembre de 1922. Una lección simple pero profunda sobre la realidad de la Encarnación de Cristo, que terminó con estas palabras: «Es todo lo que tengo que decir.» El 3 de enero 1923 ingresó en el Dollis Hill Hospital, de Letchworth, donde murió de cáncer el 11 de febrero. Contra los deseos de su familia, quiso ser enterrado en Letchworth, entre los restos de sus feligreses.

Uno se pregunta: ¿Es un volver a las fuentes primitivas haber marginado esta misa milenaria de la que, para más escarnio, nuestra jerarquía se sacude sus "pulgas" diciendo que nunca fue prohibida?
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