LA POBREZA Y LA RIQUEZA - 1
Amado Nervo
He comprobado en multitud de ocasiones que el que sólo se apoya en el dinero siempre termina sacrificándole la vida. Su propia vida, que la vive amedrentado por la idea de que algún día falte — ¡Oh, terrible amenaza! — y hace que lo circunstancial de administrarse sea corsé de su vida, ajustada a lo que gana.
Me refiero a quien se conforma a una carencia que muy probablemente podría superar. Aquel que si hoy no gana para pagar una boda, no se casa, vive en solitario "ajustándose a lo que gana", sin buscar mejoras; y si se casa, se limita a sólo pareja porque como no gana para enfrentar la responsabilidad de tener hijos, gasto constante que le aterra, decide que lo mejor es no tenerlos. Otra ilustración, muy simplificada, nos la darían unos padres que porque su economía no les permite pagar un buen colegio para su único hijo (que es lo corriente en estos supuestos), de excelentes profesores y con compañeros cargados de promesas de futuro, se ajustan a lo que ganan excluyéndole de esa oportunidad... Cuando más tarde llega el dinero la edad del hijo se ha pasado... Y todo porque confiar en la Providencia implicaba coraje y audacia, un cambiar el empleo cómodo, un mudarse de residencia, etc. Con el trabajo hacen como el que sólo quiere comer la tortilla de escabeche que le ponía su mamá.
En este supuesto caben muchos casos. Por ejemplo, el joven médico que está sin empleo porque no hay plazas en la clínica de su ciudad, o barriada. O el ingeniero recien graduado que rechaza un buen inicio profesional porque implica mudarse a Sudáfrica... ¿Es que hay que esperar a que pase la corriente para cruzar el río? Ajustarse a lo que se gana no es siempre una virtud; si acaso lo es, es una virtud pequeña. Muy a menudo no es más que egoísmo disimulado en forma de prudencia; es enrocarse en lo que hay, es no pensar, no atreverse, no buscar, no llamar... Es no saltarse ese paralizante amor propio de apellido, de cuna, de vergüenza que me adormezca rechazando ocasiones y oportunidades que otros saben valorar. Hay infinitos spuestos de pobreza buscada, querida, a lomos de un orgullo demoledor.
La vida es cosa tan grande que no se puede enterrar limitada a “lo que se gana”; es lo que se gana lo que se tiene que acomodar a la importancia de la vida. Y al decir ganar señalamos el fruto del esfuerzo y la inteligencia. Jesús de Nazaret, el Dios encarnado, nos lo enseña en muchas y variadas ocasiones. «Señor, sabía que eres exigente y reclamas cosecha donde no has sembrado... ¡Por eso enterré lo que me diste!» Ese hombre era un miserable integral y por eso Dios le mandó a la gehena. (Mt 25, 24) Semejante prudencia es pecaminosa pues que supone dependemos más de la circunstancia material que de la fe en Dios. Por el contrario, hasta el más torpe se agiganta si sale de sí y encara el mundo. La equivocación no está en saber administrarse, no es esto lo que digo; está en guardar el talento sin hacerlo multiplicador de vida.
Así, después de luchar ya más de sesenta años empiezo a entender unos consejos muy "imprudentes" de Jesús: «Si la hierba del campo que hoy aparece y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿por ventura no lo hará mucho más a vosotros hombres de poca fe? No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos?, o ¿qué beberemos?, o ¿con qué nos vestiremos? Pues tras todas esas cosas andan solícitos los gentiles. Que bien sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todas ellas.» (Mt 6, 25 y ss)
En cierto modo nuestro incomparable Nazareno coincidía con Aristóteles en que más vale el uso de los bienes de la vida que quitarse la vida por el afán de poseerlos. Creo que ese pensamiento sigue vigente y que, hoy más que nunca, la propiedad o el dinero en el Banco es muchas veces la estafa que la seguridad le hace a la libertad. De todo esto que decimos se entiende, ojalá, es lo que pretendo, que no se puede servir a la vez a Dios — a "Yo-Soy-La-Vida" —, y al dinero. Porque el que se garantiza la vida, en la falsa hipótesis de que se pueda, con la acumulación de rentas y fondos de inversión, todo sueño de felicidad lo supeditará al recuento de lo que tiene. Como el señor Grandet, a nadie convencerá de que cree en Dios.