Otra audacia papal: Quitar el Nos mayestático.®

(Cuatro minutos)


Es asombrosa la variedad de consecuencias que un cambio de pensamiento puede proyectar en la sociedad. Hasta el punto de que un enfoque liberal o igualitarista en la más inocente de las costumbres, como es el tratamiento, puede alterar el sentido de la institución eclesial. (Jn 6, 45; Is 54, 13) Algo así como el efecto mariposa, e igual de imperceptible.

Ante la dificultad de regir un Imperio tan vasto como se había convertido Roma, Diocleciano, para asegurar el gobierno ensayó compartirlo con Maximiano, ambos iguales en autoridad y funciones. Diocleciano se quedó con la parte oriental y cedió a su socio el gobierno de Occidente. Ambos se ayudaron de sendos primeros ministros, Galerio y Constancio Cloro respectivamente. Destaquemos de este último que no sólo era un hombre justo, culto y gran militar sino, con especial relieve para nosotros, también esposo de Santa Elena y padre del futuro emperador Constantino.

Una de las razones por las que esta particular asociación funcionó fue la idea de Diocleciano de respetar las decisiones de cada lado, lo cual cuidaron de reflejar en los documentos de gobierno dictados siempre en plural. Esto es el origen del Nos y del Vos mayestáticos. Lo que se mandaba se hacía en forma comanditaria, de forma que en cada uno de ellos eran siempre los dos que mandaban y los dos que oían.

Tanto en este caso, como parecidamente en las leyes del antiguo Egipto, las personas que mandaban estaban sujetas al honor del cargo, y no al revés. Era éste el que daba la excelencia a sus personas. Pasado el tiempo de ahí se tomó la costumbre de dirigirse a ellos como Vuestra Excelencia, Su Santidad, en virtud obvia de que la función ejercida estaba comunicada con Dios, único titular del adjetivo. Subrayemos esto recordando que la prevaricación, más que un delito, era un sacrilegio y castigada con la muerte.

Lo destacamos porque lo que más molesta a los enemigos de nuestra civilización, todavía cristiana, es la verdad de que toda autoridad viene de Dios. Y, justamente, el “Nos” indicaba ese casamiento entre la responsabilidad y el responsable, entre representado y representante.

De aquí la costumbre de dirigirse en plural, "Vos", a los reyes ungidos; o de citarse "Nos" a sí mismos los que mandaban por autoridad recibida o compartida. "No tendrías autoridad ... de no habérsete dado de lo alto" (Jn 19,11)

Fijémonos ahora en la excelencia intrínseca de algunas delegaciones o vicarías en razón de su procedencia, obviamente superior a quien la usa. Por ejemplo, la paternidad por la cual Dios delega en un hombre y en una mujer la transmisión de vida, don divino, por tanto, “ex–celente”, salido del cielo, que supera a los progenitores a los que todo nacido tiene deber, de ley natural, de honrar. Honra que en definitiva les sobrepasa y se vuelve a Dios. Inclusive si sus conductas son responsables o no. (En España, una sentencia reciente condenó a una madre divorciada quitándole la custodia del hijo al probarse que agraviaba la dignidad intrínseca del padre.)

Lo mismo puede aplicarse al sacerdote, que por indigno que sea no perderá por eso la condición sagrada, "su" excelencia, que le viene otorgada por el Sacramento del Orden. Igualmente lo entenderemos del tratamiento de Santo Padre con que los católicos citamos al Obispo de Roma, el Papa. Obviamente, no por el absurdo de creerle santo ya en vida, sino porque su cargo y su deber son santos en sí mismos.

Entendemos así que esta fórmula fuera adoptada por la Iglesia. Nadie mejor que el Papa puede tener ese tratamiento. Y por eso en sus decretos doctrinales hablaba siempre como Nos. ¿Por qué? Porque no hay nadie sobre la tierra que tenga la Vicaría que él tiene. El tratamiento mayestático recuerda en los actos del Papa su adherencia a Cristo, Dios y Señor Nuestro. Como a aquellos reyes que reinaban por Cristo y para Cristo. "Por el que los reyes reinan" se recuerda todavía en laCapilla de los Reyes de la Catedral de Sevilla.

Y esto se mantuvo en la Iglesia hasta que llegaron los papas posconciliares que lo tomaron como supuesto arcaísmo. De esta manera, de un plumazo, para eso se es papa, qué caray, se eliminó la realidad siempre creída y en ese "Nos" entendida, de que quien rige la Iglesia es Jesucristo a través del sucesor de San Pedro. (Catecismo Ripalda/Trento). En cierto modo, al menos simbólicamente, el propósito de Jesús: "Estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos" (Mt 28, 20), la Iglesia lo rechazó en tan infausto momento.

¿"Autodemolición..."? ¿"Humo de Satanás..."? ¡Vamos, hombre, menos guasa! La actuación de estos papas ha sido tan temeraria que la tramposa “puesta-al-día” no fue tal sino retroceso que hirió de muerte la autoridad del Papado y engendró la conflictiva situación que hoy sufrimos por más que se exploten tramoyas de multitudes idólátras. Aquel gran Papa Sarto, San Pio X, protestó de que el servidor recibiera más honores que el Servido. Agradezcamos a Benedicto XVI su deseo de recuperar el símbolo de la tiara que Pablo VI, otra vez él, regaló finalmente a un anticuario del Líbano.

Por esta excelencia -vuecencia, vostede, voce, usted- del oficio sagrado, la Iglesia conservó el tratamiento de usted entre los seminaristas teólogos; de los párrocos entre ellos y ante su obispo, al que se le respetaba el tratamiento de "Vuestra" Excelencia. Y es porque ese posesivo tiene un componente sobrenatural, es de una importancia infinita en relación con deberes heredados que se abrazan hasta la muerte.

Y por eso había que quitarlo, en servicio a la desacralización general, absoluta, que se imponía tras el "aire fresco" -helado- del aggiornamento . Tan adornado de campechanía y humanidad. Esta identidad con lo ex-celente, nadie me lo negará, ha desaparecido de los obispos que, tan humildísimos ellos, enseguida se quitaron ese peso de encima. El saldo final es que al tutearse a tutiplén el clero vació su subconsciente del divino oficio compartido con Cristo, y esa rebaja la proyectaron a toda la Iglesia, donde los fieles ven al sacerdote como "uno más entre la gente".


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