Del integrismo a la herejía y del progresismo a la apostasía (2/3) ©

Como decía en el primer post, el adjetivo ‘integrista’ fue aplicado para sí mismos por los rigoristas de los primeros años del cristianismo. Reclamaban para la sociedad cristiana, es decir para la Iglesia, sus más dislocados criterios morales y los peores presagios de condenación eterna para quienes se les opusieran. Consecuentemente, los primeros cristianos y sus obispos pasaron también a llamarlos integristas, pero nunca en la acepción pura del término, que sería un elogio, sino en relación al título que a sí mismos se daban orgullosos de sus extremismos.

Si nos fijamos en aquellos tiempos, convulsos a la vez que pletóricos para el crecimiento de la Iglesia, no ya sobresalen las herejías señaladas en el post precedente sino otras varias que no se tienen en cuenta por los historiadores, ni tampoco, ¡oh paradoja!, por quienes tildan de "exagerados integristas" a los fieles que se oponen a las patentes e inocultables malaventuras del Post-Concilio. Fieles a los que nada les asemeja con aquellos herejes, sino que son, como fueron, dignísimos defensores de la tradición apostólica que nos guardó en una misma fe.

La circuncisión, primer integrismo.

Por ejemplo, traigamos aquí el desatino de imponer la circuncisión como premisa obligada para ser cristiano. ¿No es ese el primer y más escandaloso integrismo? Intento de subordinar a Cristo a los criterios de los rabinos judíos. Para integrismo y fuente de muchas herejías fijémonos antes que en ninguno en este extremo rigorismo de los judíos que, aun hoy, en su sabat no pueden subir en ascensor si no tienen a alguien que les apriete el botón del piso. Reconozcamos también que la ley de la circuncisión fue una gran tentación para San Pedro al creer que por su “salvoconducto” le vendría la conversión de los judíos. Lo cual San Pablo desmontó admirablemente; creo yo que por conocer de sobras el absurdo – e hipócrita – preceptualismo de los de su propia raza.

Los perfectos cátaros, calvinistas, jansenistas

Son estos otros casos de extremo rigor con frutos torturadores de la sociedad y de los individuos, en aras de un derecho de superioridad, ridículo a toda luz de inteligencia. Una gran porción de este mal, en estas formaciones, se contagió de la pretensión judía de asimilar individualmente la elección de Dios sobre Abraham y su descendencia, o la referencia de Jesús a que la salvación viene a través de los judíos. Es como si el teléfono se enorgulleciera de las palabras que por él se dicen dos enamorados; así, en tanto y cuanto los judíos se sigan olvidando de a quien sirven. Léase la parábola de los malos viñadores que por trabajar en la viña se creyeron con derecho a su propiedad. (Mt 21, 33-46; Mc 12, 1-12 y Lc 20, 9)

Otra razón de esta herejía es la inclinación a menospreciar la naturaleza humana, no respetándola en su realidad, que es lo que facilita su dominio por la educación. Razón por la cual algunos rigoristas encerrados en la literalidad de los Evangelios, creen que Jesús vino a enseñar el desprecio de la integridad, cuerpo y alma, de la criatura humana hasta depresiones peligrosas. Valga de ejemplo el intento de Santo Tomás de mutilarse.

Otra lacra rigorista es el delirio de dar por pecaminoso todo placer natural derivado de la satisfacción de las más naturales y legítimas demandas, incluidas las primarias para la subsistencia. En esto, la sexualidad es reina de disparates hasta el punto de que el biógrafo de un santo mostraba su excelsitud en que, ya de bebé, al mamar cerraba los ojos para no contemplar el pecho de su madre.

El protestantismo, otra herejía integrista

La herejía iconoclasta fue otro delirio porque recelaba idolatría hacia las imágenes de los santos y las figuraciones de Cristo, de sus discípulos, de su Santísima Madre, etc. Quizás provocada por las aberraciones anticristianas que San Juan Crisóstomo execró en sus homilías contra las estatuas paganas.

Lutero, justificado en el rigor de no comerciar con las cosas santas, utilizó un argumento falsario para soliviantar al pueblo contra la venta de las indulgencias por León X. En el fondo se puso del lado de los banqueros que ahogaban el gobierno del papa y de esa manera se hizo con apoyos inicuos para su ulterior campaña sediciosa. Lo cual León X superó recurriendo a los fieles. La facultad otorgada a San Pedro por Nuestro Señor bien le permitía atar en el cielo las indulgencias reconocidas por lo mucho que en la tierra significaban sus aportaciones a la libertad e independencia de la Iglesia.

Esto apuntado, recordemos de los protestantes "integristas" sus reclamaciones de volver a la pureza del cristianismo primitivo, entre otras cosas arremetiendo contra las imágenes. Muy aparente justificación pero argumento igualmente falso. Qué sinrazón y cuánto hipócrita rigor de "vuelta a las fuentes primitivas". Algo que, curiosa casualidad, se esgrimió hasta la extenuación cuatro siglos más tarde con el desmantelamiento general impulsado por el último Concilio; por cierto, por los mismos a los que no les importaba casarlo con la necesidad de su modernización, o "puesta al día". Sin embargo... Todavía hoy, cuando visitamos las catacumbas vemos en su paredes pequeños altares dedicados a San Pablo, a San Pedro, etc., de los que nunca se pensó fuesen para su adoración. Las eucaristías eran ofrecidas solo y nada más que a Dios, por Jesucristo, con Él y en Él; y los altarcitos eran advocaciones de reconocimiento a los maestros de la fe muertos, además, por serlo y que se tenían por seguro en el cielo.

La última vez que visité, allá por los noventa, la iglesia de la Virgen de la Paloma, de tan castiza veneración en Madrid, no podía creerme lo que vi, tan similar a una logia masónica, con apenas la alusión religiosa de un rosetón o florón. ¿A dónde fueron los muchos regalos con que los madrileños adornaron esa capilla?

Hombre, a propósito, aún peor me parece que montados en los tornados y tifones del CV2º los curas – ironía del substantivo ‘cura’ que viene del italiano “cuidar” – y religiosos de las iglesias, catedrales, basílicas, capillas y oratorios de España quitaron cientos de reliquias, tallas, esculturas, cuadros y objetos para el culto en oro y plata, en cuantía que está por inventariarse y que ya nunca podrá hacerse en detalle, dispersas por docenas de almonedas de Holanda, de museos privados, o en cuevas de Ali-Babá repartidas por el mundo.

¿No les parece de vergüenza ajena que personajes de relieve conservador no se inmuten aunque se hiera de muerte a los catecismos, o se vacíen de fieles las iglesias, ya desnudas hasta la impiedad, pero sí se atrevan "en su enorme valentía" a decir que los tradicionalistas – por tanto, los fieles a la fe milenaria y defensores de la institución del Papado – son como los protestantes…? ¡Qué ignorancia ! O mejor: ¡qué impudor! O, más cierto: ¡qué ignominia!

Recientemente a un amigo orfebre le robaron todo el material que se guardaba en sus talleres y almacenes. De las pesquisas de la Policía, la hipótesis de trabajo fue que de entre el equipo de guardias de seguridad, que debía vigilar el citado almacén, dos o más de ellos formaban parte de los ladrones. Esta similitud no es total con lo arriba dicho pues que podemos disculparlo (?) en el vaciado de fe que se produjo en el clero de España a partir del malhadado día en que Juan XXIII ordenó se impidiera en España el acceso a cargos eclesiásticos a cualquier candidato que simpatizara, él o su familia, con los vencedores de la Guerra 1936-1939.(1)

Esto es, por si mi lector no se ha dado cuenta, que el «Papa Bueno» – que ya se ve para quienes lo fue – mandó que en España se priorizara para cargos eclesiásticos a los simpatizantes del bando que quemó iglesias y conventos, que asesinó a docenas de miles de sacerdotes, religiosos y meros fieles.

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Llegado a este punto debería adentrarme ya en los argumentos de apostasía, pero lo dejaré para un tercer post.

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(1) Dato que el sacerdote catalán Mosén José Bachs relató en carta a un amigo citando una conversación con don Gregorio Modrego Casaus, Arzobispo de Barcelona, Procurador a Cortes (el Estado Español estaba obligado por Concordato a dar en las Cortes voz y voto a la Iglesia) y Presidente del Congreso Eucarístico de Barcelona en 1952. Carta fechada el 7 de enero de 1976 y reproducida en la revista “La persecución anticristiana y los mártires“, núm. 135, enero–febrero de 1982. De la Asociación de Sacerdotes y Religiosos San Antonio María Claret.
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