La pobreza y la riqueza - 2: La verticalidad perdida



Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir;
y las contase y las volviese a contar, para evitar errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería. (Luis Rosales)


¿Cuándo nuestra eternidad ha dependido de la opulencia o la indigencia? Creo que nunca, que es tan mentira decir que el dinero me aparta del cielo como que ponerme la matrícula de pobre y esperarlo todo de los demás sea el pasaporte seguro. En los Evangelios hay muchos ricos que los predicadores de la pobreza nunca ven y, sin embargo, son ejemplo a seguir; y que en las escrituras de ambas alianzas hay quienes amparados en su condición se rebelan contra Dios, como Caín, sin rectificar sus actitudes.

Lo cierto es que Dios no excluye a los ricos por el hecho de serlo. Se excluyen ellos mismos cuando desvían hacia el dinero la dedicación que sólo Dios merece. Lo que Jesús abominó del hacendado que iba a construirse enormes graneros no fue que planeara riquezas sino que con ellas creyera emanciparse de Dios; que atribuyera a los medios materiales la suerte de vivir seguro y se lo negara a Dios. La suficiencia de imaginarse una vida de lujo y poder, esa misma noche iba a resultarle un fiasco. (Lc 12, 19) Y lo aborrecible del rico Epulón no fue su condición de rico sino su indiferencia hacia cualquier Lázaro que gimiera a sus puertas.

Zaqueo vuelve a ser un personaje muy interesante para estas reflexiones. (Lc 19, 5) Era cobrador de unos impuestos que él mismo debía cuantificar. Mientras que las fincas y casas tenían una tarifa basada en el catastro, los impuestos que recaudaba eran los del tráfico comercial que, como es obvio, dependían del examen del funcionario (publicano). Este oficio lo arrendaba Roma a quien pagaba unos derechos, en este caso Zaqueo. Pues, bien, la gracia de incluir a este personaje es que siendo el jefe de los publicanos del distrito de Jericó Nuestro Señor entró en su casa y le bendijo. ¡Qué diatribas, qué insultos no recibiría hoy un obispo en similar anécdota!

El dinero por el dinero, como sola fuente de seguridad y no como cosecha de una energía dedicada a producir bienes, en la mayoría de los casos trae la enfermedad del rey Midas: no se disfruta de nada excepto de repasar los saldos ociosos del Banco. Pero hasta la Economía, ciencia de Perogrullo, da la razón al Evangelio y al cabo de los años la historia respalda la teoría contraria al "progresista" e intervencionista Keynes: las naciones más poderosas no son las que más ahorran sino las que más riqueza producen, las más competitivas y combativas, las que más consumen, las que más invierten e inventan. Es igual a decir las que más viven.

Aunque no a la carta, el dinero siempre se consigue en la medida que se necesita; muchas veces, incluso, desmedidamente. Te educas, trabajas, te exiges lo que parece imposible... El comienzo de la edad adulta está ahí, en aceptar el reto de vivir en la mayor plenitud posible. Y esta plenitud será más meritoria según más desventajoso fue el punto de partida ¿Qué puede enorgullecerme el alcanzar una cumbre con un helicóptero? Nada. Pero hacerlo después de dos días de marcha y escalada es una felicidad indescriptible. De igual manera, en la vida común las cicatrices que avergüenzan al pusilánime a otros embellecen. Como las cornadas a los toreros... Y al final del tiempo descubrir que sólo Dios importa como principio y fin de todo lo importante. (1 Co 9, 24)

Además, cuando sintiéndonos seguros – en nuestros criterios de seguridad - nos creemos emancipados de la Providencia tropezamos con inconvenientes ‘inesperados’. Por ejemplo, que la falta de albur acelera la vejez. Por el contrario, luchar frente a miles de circunstancias, tanto si en un Consejo de Administración o si por la suma de horas que cobrar cada sábado; tanto por dar el sí a cuantos hijos permita la salud, como por rechazar la confortable dependencia simoníaca, es lucha que nos rejuvenece más que mil horas de "jogging". El albur del riesgo es tan vivificador que hace axioma el dicho de Séneca: “Vivir es luchar y el que no lucha no vive”. Abundando en esto creo que cuando se ha dejado de luchar la vida ha perdido todo su sabor y mejor es morirse.

El materialismo es la mayor injusticia porque aparta a Dios de nuestras vidas envenenándonos de mentiras. Inventa derechos particulares y destruye los universales de nuestra condición de criaturas. Que se ceba tanto en los ricos como en los pobres. Desde que atendimos a la Serpiente, todos somos sujeto y objeto de injusticia. Atrévase ya alguien a decirlo, aunque se le caiga Arrupe de su hornacina. El materialismo utilizado como predicación, nueva religión, es un nirvana que nos esconde de nuestra realidad ontológica.

Porque de entre la muchedumbre de credos nuestra religión se destaca en que nos pide rendimientos al regalo de la vida; que haya valido la pena el pasar por este mundo, en la medida que de cada cual nos acepte Dios. «Diez me diste, diez más te doy»; «El que no trabaje que no coma...» «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo.» ¡Ah, qué verdad es que los teólogos de la lucha contra la injusticia, la mayoría héroes de despacho, son los que más reparten los opios de abandono personal y, en consecuencia, de revanchismos.

En la Cristiandad en general y en España en particular era corriente el cristiano austero, aun a la contra de su heredad, de modo que durante siglos la pobreza por desprendimiento fue la educadora de la aristocracia española. Y estímulo de nuestro espíritu de sacrificio. A España le cabe el honor de que sobre la educación cristiana creamos ese vivero de nobleza que es la hidalguía.

Dijo Jesús: “Los pobres siempre estarán con vosotros”. (Pidamos que a nadie se le ocurra demonizarle, que todo es posible.) A lo que debemos añadir algo que parece obvio: Y siempre habrá ricos y, también, siempre habrá injusticias. El problema es creer que luchar por la justicia consiste en empobrecer a la Iglesia. Triste error, porque es evidente que cuantos más feligreses de nuestras parroquias sean creadores de riqueza, más medios dispondrá la Iglesia para evangelizar y socorrer. Como siempre fue, hasta que llegaron los salvadores, en plural, ya que Aquél que de verdad salva ya no sirve en sus planes liberadores. Por eso, tal vez sea bueno rectificar y que los pobres "preferenciales" sean los de casa, los de nuestro mismo bautismo. Pensemos en ellos primero y luego busquemos más hasta en el fin del mundo.

Redactando este artículo me llegó la sospecha de que el desvío hacia la “teología justiciera” es un cuento inventado por una cúpula de iluminados dentro de la iglesia católica, a la que con torcidas ideologías están volviendo “no católica”. Jesu-Cristo, sin el cual nada podemos hacer, ya no ilusiona y hasta circulan consignas de no abusar de su nombre. Agrada más Robin Hood el justiciero. Se desprecia el esfuerzo íntimo de la austeridad y de la aventura en los solos brazos de Dios, para colgarse del cuello de Judas o Caín. Por ejemplo, en las Américas se engrandece a un inepto como Bartolomé de las Casas y se ignora o se oculta al gran Vasco de Quiroga. Como vulgares paganos hemos abandonado la verticalidad y todo lo contemplamos a ras de tierra, mediocridad normal de esta hipertrofia horizontalista.
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