Un tranvía muy singular ©



«Si por causa de la verdad hay escándalo, es preferible que haya escándalo a que sufra la verdad.» (San Gregorio Magno, Papa)




Allá por los años ’40, Wenceslao Fernández Flórez, publicó su libro “Los viajes,” en el que nos describe un singular tranvía. De tal singularidad, entre otras muestras detallemos las que siguen:

« (…) el tranvía de Marín a Pontevedra debe ser justamente considerado como una de las maravillas del mundo.
¿Cuál es la antigüedad del tranvía Pontevedra-Marín? Muchos dicen que es anterior a todos los demás tranvías; otros aseguran que existía ya antes que las sillas de posta. Nadie recuerda cómo apareció en aquellos lugares. Se cree que la máquina y los vagones trabajaban en épocas remotas en el interior de una mina de hulla y que [máquina y vagones] desesperados por la rudeza de la labor aprovecharon la negrura de la noche para huir.»

(…)

«En su larga existencia, este tranvía ha logrado crearse una mentalidad superior a la de muchos animales útiles al hombre y que con el hombre conviven. Puede marchar sobre un solo carril, dar saltos para evitar alguna piedra que cayó sobre la vía, y en los días de invierno todo el mundo puede oír cómo, al subir una cuesta, la máquina tose desgarradoramente.»

(…)

«El tranvía Pontevedra-Marín no es ningún negocio. Cuando algún viajero abre su portamonedas para pagar el billete, sus compañeros de viaje se tocan unos a otros con los codos y se dicen: “- Es un forastero.”
Todo Pontevedra y todo Marín viajan gratis. El verdadero negocio de la Empresa consiste en el aprovechamiento del hierro. El tranvía Pontevedra-Marín, más que otra cosa, es una mina de hierro elaborado. Cada veinte metros suelta un tornillo, una tuerca, un garfio, una plancha… Ha llegado a abandonar en la carretera piezas de tres o cuatro kilos de peso. No obstante, continúa marchando. La cantidad de hierro de que se desprendió en los últimos quince años es superior a la cantidad de hierro precisa para construir diez tranvías. Nadie se explica este milagro; pero es así. Cualquiera puede verlo.»


Es una realidad que el papa Bergoglio nos ha despertado del sueño en que nos había mecido Benedicto XVI, cuya resignación a todos nos impactó como cañonazo un once de febrero... Que miren ustedes que ya es casualidad que tuviera que ser el número once. Como el de los trenes de la estación de Atocha, de Madrid, un once de marzo; como el de las torres de Nueva York, un once de septiembre; como los once balazos al corazón de Aldo Moro...

Desde que Francisco nos sugiere por activa y por pasiva que el Papado no es lo que siempre entendimos, avanzándonos que él solamente se ve como Obispo de Roma; desde que ha abandonado la Sede tradicional, erigida en suelo aceptado por Constantino al calor de los restos mortales de San Pedro, ¿qué otras originalidades nos reservará para el próximo futuro? Reafirmemos que, si bien no es el lugar lo que marca la sede sino allí donde esté el sucesor de San Pedro, ello no disminuye el impacto subliminal de que la Iglesia se desmarca de su pasado y, por consecuencia, hiere de muerte al crédito doctrinal de ese pasado en aras de un nuevo mensaje de humildes “rebajas de enero” a su divino depósito.

Por ejemplo, cuando se nos anuncia un programa de descentralización de la Iglesia universal, con la necesaria implantación por el planeta de autonomías de todo color y la flexible adaptabilidad del magisterio católico... que así dejará de serlo. Estos y otros nuevos matices de criterio moral y doctrinal dan similitud a la Iglesia “post-conciliar”, y su nueva primavera, con el tranvía de Marín a Pontevedra.

De las múltiples piezas desprendidas de su estructura, todas con los mínimos residuos de religión católica con que fortalecer su engaño, se ha construido toda laya de obras pías como, por ejemplo, las de “discreta” clonación masónica dedicadas a controlar, de cerca o de lejos, los resortes económicos; o como los opulentos imitadores de los testigos ‘cristianos’ de jehová; o los cientos de iglesias hijas de Lutero o sobrinas de Calvino y docenas de ramplonas imitaciones guisadas por el nuevo profetismo católico... De los despojos del “tranvía” han salido bastante más que diez imitaciones.

Así, empecemos por ver que, al igual que con humor se dice del tranvía de Pontevedra a Marín, podemos decir que el mensaje de la Iglesia Católica se pierde también en la noche de la historia; en este caso, dicho en serio. Que desde Prometeo, Horus, Moisés y cualquiera otro que encontremos, hasta la llegada de Jesucristo anunciada por Isaías -- «Seréis enseñados por Dios mismo» (Is 54, 13)--, la Iglesia nos sorprende con el milagro de su permanencia, aun si ésta se cumple como si fuéramos corderos entre manada de lobos, (Mt 7, 15; Hch 20, 29) o si la promesa de que las puertas del infierno no prevalecerán se deba suponer para un resto, o «pequeño rebaño», escondido en catacumbas y perseguido, incluso por los enemigos de dentro de casa. (Mt 10, 36)

Ese chusco tranvía que describe Fernández Flórez, en este post va a ser metáfora de la Iglesia en que creemos, pero a la que sus mecánicos no cuidaron siempre con el mismo celo y las debidas aptitudes de modo que así no se fueran desprendiendo piezas por cuya falta o deterioro, aun de las que parecían insignificantes, se ha debilitado hasta la extenuación en sus trayectos de los últimos doscientos años.

Cuatro piezas determinantes

Recordemos la humillación que Napoleón infligió a Pío VII llevándoselo por tierras francesas para que todo el pueblo le viera sometido al imperio de su poder. Penosa estampa, desvalido, con la sola compañía de un asistente y custodiado por los gendarmes. En el año anterior, 1798, se había proclamado la República Romana, se aprobó el matrimonio civil y, en consecuencia, el divorcio; se confiscaron todas las propiedades de la Iglesia y se echó a la calle a los monjes de todos los monasterios; en París fue detenido por la policía el Nuncio de S.S. Pío VI. Al fin, incluida la vergüenza de retrasarlo con el pago de una fortuna, se produjo la proclamación de la República Romana y las banderas de Italia y de Francia, esto es de la Revolución, ondeaban a las puertas de San Pedro. Tanto la biografía de Pío VI como la de su sucesor fueron muy densas de sufrimientos pero, paradojas de la historia, estos fueron compensados, en tiempo futuro, con la restauración decretada por Pío VII para la Compañía de Jesús. La que se había suprimido en la cristiandad - menos en Rusia - por las amenazas a Clemente XIV de nuestro rey masón, Carlos III, y de su primo, el rey francés. (Desde la distancia uno se pregunta si con semejante indefensión estos reyes no afilaron la guillotina que muy pronto acabaría con sus sucesores.)

La segunda pieza que considero de trascendencia, según mi opinión de simple espectador, empezó a perderse un día de finales de mayo de 1846 en que una diligencia corría por las carreteras de Italia camino de Roma llevando al Cardenal Mastai-Ferreti al convocado cónclave que le elegiría Papa Pío IX. Esta pieza tuvo un relieve decisivo en la historia contemporánea. Lo cual dicho necesita un prefacio:

En una de las logias intervenidas por la policía del Mariscal Petain se descubrieron unos documentos con programas de acción a largo plazo hacia este objetivo: «Sentemos a uno de los nuestros en el solio pontificio para que los católicos, creyendo que obedecen al Papa, nos sigan a nosotros.»

Volvamos al Conde Giovanni Mastai-Ferreti en su viaje examinando y releyendo unos escritos laudatorios del Liberalismo. Se proponía defender tal doctrina ante los cardenales electores. No se extrañe mi lector, cuando sabemos de las simpatías que se ganó entre los garibaldinos con promesa de abrirles las cárceles pontificias; o cuando sabemos de su viaje a Chile, en años de juventud, acompañando a un Legado Pontificio, civil, el señor Muzi, bien visto en selectos círculos de la masonería, elegido con las prisas “del último minuto” ya que el primeramente comisionado por el papa de entonces, Gregorio XVI, al final fue sustituido a causa de repentina indisposición. Este nuevo legado llevó de asistente para su viaje al joven Giovanni Mastai Ferreti. (cf. Domingo F. Sarmiento,"Viaje a Chile del canónigo Don Juan María Mastai-Ferreti.")

La pieza caída consistió en darle al Papa un relieve que supera la esencia de su cargo: Guardar el depósito de la fe, Predicar el Evangelio y Cuidar las almas de su rebaño. Con sus prisas en convocar el Concilio Vaticano I el Papa Mastai demostró que tenía un interés extraordinario en definir la Infalibilidad. Tanto así que los esquemas que justificaron la convocatoria del concilio, sobre el racionalismo y el galicanismo, quedaron en segundo plano por deseo de Pío IX que, viendo que estallaba la guerra franco-prusiana en aquel mismo julio de 1870, antepuso el esquema de la Infalibilidad sobre cualquiera otro. Aún así, por fortuna, los obispos tuvieron la precaución de exigir un condicionado que ajustase la potestad de infalible a la propia razón de serlo. (cf. Denzinger 1836 - 1839).

No obstante, el condicionado impuesto por los Padres Conciliares quedó en la sombra y, consecuentemente, toda la luz publicitaria se proyectó al concepto de infalibilidad, ampliado en la práctica a cualquiera de sus opiniones de simple persona. Arbitrariedad que un siglo más tarde se pudo desorbitar extendiéndose a los obispos, abades, priores, "teologones". Y hasta a cualquier párroco, al sólo presbítero, o al más palurdo profesor por el tácito refrendo de no ser corregidos ni amonestados, pues así lo respaldaba la seudo-ley desprendida del Concilio Vaticano II: "No condenar". La publicación del Syllabus – compuesto por nuestro Donoso Cortés - y la encíclica Quanta Curano compensaron los errores de facto en favor del liberalismo revolucionario. Era tarde para arrepentirse. Es algo más que anécdota que el cónclave donde se eligió a Pío Nono, “el Magno” por la larga duración de su pontificado, empezó con la arbitrariedad de querer cerrarlo sin la asistencia del Cardenal austriaco que llegaba retrasado. No fuese que trajera «una carta de veto en el bolsillo».

Otro gran golpe sufrido por “el tranvía del Vaticano”, esto es la Iglesia, lo recibimos del Cardenal Roncalli, que se libró de desagradables acusaciones a su periodo de Legado en Bulgaria, gracias a la rápida reacción de la Secretaría de Estado que le trasladó a Grecia y, poco después, a Turquía.

Lo que se sabe de este personaje, mejor dicho, lo que muy pocos saben, supera todo lo que para cada uno de sus destinos se hubiera podido temer. Él mismo, al ser nombrado Nuncio de Pío XII en Francia, se maravillaba de cómo el Destino se fijaba en su humilde humanidad (sic). Lo cual repitió cuando le elevaron al Patriarcado de Venecia. Con tal personaje el “tranvía Iglesia” sufrió desperfectos muy graves.

De este papa no quede sin saberse un dato de muy peculiar significado. El sacerdote catalán Mosén José Bachs escribió a un amigo recogiendo una conversación con don Gregorio Modrego Casaus, Arzobispo de Barcelona, Procurador a Cortes (el Estado Español estaba obligado por Concordato a dar voz y voto a la Iglesia en las Cortes) y Presidente del Congreso Eucarístico de Barcelona en 1952. Aquella carta (1) firmada por el citado Mosén Bachs fue fechada el 7 de enero de 1976 y de ella les entresaco este fragmento:

He aquí una conversación tenida en El Brull, (2) un domingo por la tarde, cuando lo del homenaje de nuestra Asociación al cardenal Gomá:

YO (Mosén Bachs) - Señor Arzobispo, le ruego me escriba unas líneas de elogio al Dr. Gomá, que le será fácil (...) y así crear un clima para que vengan muchos a nuestro homenaje.

DOCTOR MODREGO.- Mira, de palabra lo que queráis. Yo iré a ese acto, pero no puedo escribir nada al respecto.

YO.- ¡Es una cosa muy rara!

DOCTOR MODREGO.- Rige todavía una orden de la Curia Francesa de Juan XXIII, por la que se prohíbe a todo obispo español proponer para obispo, canónigo, catedrático, consiliario y aun párroco de parroquia importante a nadie que haya tomado parte con los nacionales en la Cruzada, o simpatice con el Alzamiento. (…)

YO.- ¡Señor Obispo! Debe V.E.R. reparar. Esto es contra la justicia (…)

DOCTOR MODREGO.- Ya lo sé. No lo digas hasta mi muerte. Es una herida que llevo en el corazón.


Y si las cuestas de “esta hora de tinieblas” nos hacen "toser desgarradoramente", como al tranvía de Marín a Pontevedra, es por el enflaquecimiento de unos años gobernados, no siempre pues que la púrpura pesa, por siervos poco honrados como lo fue el rebautizado Papa Bueno ─ bueno para los masones de París que ya le habían llamado «el Nuncio Bueno» ─ quien ante una comisión de cerca de cien judíos que le visitó, dijo: «Yo soy José, vuestro hermano.» (3)

Otra pieza desprendida, quizás la de mayor calado, fue el traspaso de autoridad que Pablo VI confirmó en su visita a la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Aquel discurso fue realmente un cañonazo de muy largo alcance, según hoy vemos a 50 años de entonces, con el explícito reconocimiento a la ONU de títulos superiores a los que la Iglesia defendió para su fundador, Nuestro Señor Jesucristo, en el mundo y en sus cinco continentes:

«Estamos persuadidos de que sois los intérpretes de todo aquello que tiene de supremo la sabiduría del hombre. Al menos, queremos decir, de su carácter sagrado.» (Las naciones Unidas representan) «lo que la Humanidad viene soñando en el vagar de su historia. Nos atreveríamos a llamarlo la mayor esperanza del mundo (...)algo que del Cielo bajó a la Tierra.» (Nueva York, 1965)


Honradamente concluyo que mucho tendría que esforzarse el actual Obispo de Roma para superar la aventura de sus predecesores, en particular la de Roncalli y Montini. Pero todo es posible.

Debo acabar, este artículo es muy largo. Perdón.

Hay muchas más piezas y hierros del tranvía de Santa Marta cuya pérdida podríamos calificar o explicar. Las que aquí se indican parecen suficientes en tanto que “causa de la causa que es causa del mal causado”. No quiero opinar acerca del empeño mercadotécnico en canonizar a todos los papas del Concilio Vaticano Segundo. Excepto que es lógico aprovecharse de la ocupación del poder y otorgar aura celestial a sus nombres. Ahora, bien, para vender recortes de periódicos como si fueran billetes de 200 euros hay que adornar mucho el engaño. A ello ayuda que los timados sean campeones de la ingenuidad... o más villanos que el timador.

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Notas.-

(1) “La persecución anticristiana y los mártires“, núm. 135, enero – febrero de 1982.- Asociación de Sacerdotes y Religiosos de San Antonio María Claret.

(2) Una parroquia de Barcelona, con iglesia del mismo nombre.

(3) Con estas palabras de bienvenida Juan XXIII se asimiló al Primer Ministro del Faraón, José, el hijo de Jacob que al ocupar la Jefatura del Gobierno abrió las puertas de Egipto a sus hermanos y a todos los de su raza.
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