“Los Reyes Magos” del pueblo: ¿“Qué miran, bobos”? Messi, Teología del pueblo y moralina burguesa (Parte II)

Messi, Teología del pueblo y moralina burguesa (Parte II)
Messi, Teología del pueblo y moralina burguesa (Parte II)

El pueblo no es tonto, como quieren hacerlo aparecer los craneotecas culturosos seculares o religiosos. No es sólo el firulete con la pelota lo que está en juego, es la ventanita por donde asoma un mundo que no ha sido incluido por la racionalidad moderna y sus sistemas de representación tan “controladitos” por algoritmos, pero que cada día les hace más agua en: patológicas dictaduras, Trumps, chalecos amarillos, torrentes inacabables de inmigrantes, terrorismo islámico, invasiones ucranianas, guerras, hecatombe ambiental, armamentismo descontrolado e indignados de todo tipo y color que sienten que hay algo fundamental de ellos que ha quedado fuera de esta globalización sin solidaridad.

Es necesaria una Teología del Pueblo que integre no solo la fe y la razón, sino las emociones sociales para que no deriven hacia fundamentalismos destructivos. No interpretar a Francisco en este sentido es estar viendo otra película… El Papa nos invita a tener “olor de oveja”, olor de eso esencial que hay (bastante mezcladito, por cierto), en el pueblo, porque sin Pueblo no hay salvación.

El pueblo y la Modernidad sesgada

La modernidad nace con tanto entusiasmo… que, como un adolescente, se carga desde el origen a sus raíces. Ve como obstáculo -y lo sigue haciendo- las tradiciones populares y el proceso histórico de diálogo fe-razón del cristianismo, que sentó las bases de la secularidad occidental.  Como afirma Daniel Innerarity (“La Sociedad del Desconocimiento”), “casi nada es absolutamente original…siempre hay recombinación de elementos que ya existían”.

En cambio, la modernidad se proclama autosuficiente, instala la vigilancia de la racionalidad sesgada y aparta lo que no pueda “controlar” y planificar hasta el detalle... para sacar beneficios económicos, único objetivo de la “empresa”, santuario del paradigma tecnocrático, según el mesías neoliberal Milton Friedman.

Sus indudables éxitos en muchos campos de la vida práctica, la embriagan en una nueva torre de Babel occidental, una versión progresista del mundo ex nihilo, de la nada, como si no le debiera nada a nadie. Esta forma de progreso rechaza lo que no resulta funcional a la lógica productiva e institucional de la modernidad burguesa. Por eso la cultura popular y lo sagrado -simbolizados por la cancha y el templo- son etiquetados como “pre-modernos”, arcaicos, opio, atraso, etc.

Los privilegiados, que en nombre de su libertad han entrado como zorros en el gallinero a expoliar a los pobres y al planeta, adhieren a instituciones que legitiman como las únicas correctas. En cambio, los descastados del pueblo, al no disponer de recursos económicos y capital simbólico necesarios para participar desde ellas, se mueven al margen de la vida institucional, preservando instintivamente, símbolos que da sentido a su vida social.Esto vale también para la religiosidad popular, imposible de contener en los muros sesgados de la eclesialidad clerical.

El fútbol es una ceremonia ritual que suspende esta realidad impostada y reilusiona lo cotidiano.  La función antropológica más profunda de la ilusión es proteger de la carga opresiva de lo real.

El futbol hace posible un retorno de la magia, entendida como el diálogo que las sociedades arcaicas mantenían con un poder mítico, no ordinario, otra realidad fundante. El futbol reintroduce transitoriamente el sueño, la ilusión, lo maravilloso en la vida cotidiana para transformar su desencantamiento. Es una fantasía trascendental de insubordinación frente a la tiranía de un tiempo profano que desgasta. Es un tiempo sagrado que ritualmente se impone al tiempo profano.Los espectadores escapan un momento de la vida cotidiana. El fútbol es una experiencia reencantadora del mundo, de allí su magnetismo sociológico. Sacia la preexistente demanda de a-temporalidad que anida especialmente en las capas populares. (vb. Carretero Angel Enrique Pasin, en Imaginarios sociales y crítica ideológica).

“Los Reyes Magos” del pueblo: ¿“Qué miran, bobos”?

En este contexto emergen habilidosos jugadores a los cuales las multitudes veneran. Ellos les dan una representación gloriosa: “uno de los nuestros ha llegado”. No importa si no cumplen todos los requisitos de la moralina burguesa, hay en ellos algo noble y muy profundo con lo que las muchedumbres excluidas se sienten identificadas en, otro reparto del bien y el mal. Ellos son un desafío viviente ante un sistema que entroniza otro tipo de triunfadores y meritocracias mentirosas. Por eso todo se les disculpa, no porque se carezca de un sentido moral, sino porque están más allá del pecado estructural de la moralina oficial que los ningundea. Estos “ídolos” han salido de la fabela, pero la fabela no ha salido de ellos y a través de este sentimiento de bienaventurados, entra representado todo un pueblo que ríe y canta en el recreo que le permite la Babilonia actual.

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La ceremonia futbolística rinde culto a determinados íconos futbolísticos, mediadores del mundo real y el imaginario. Son símbolos de una memoria que expresa un sentimiento de comunidad compartido. Todos participan religiosamente, porque toda religión es supervivencia, conmemoración sagrada desde un tiempo remoto que llena de sentido.

Judas y los fariseos con su doble moral, hoy la burguesa, se escandalizan con lo que cobran y dicen que sería mejor dárselo a los pobres. ¡Ellos, que son fabricantes sistémicos de pobres! Pero los pobres de pueblo, con gusto bancan a sus figuras, ganen lo que ganen, porque son un desafío para los dueños de este mundo a quienes enfrenta diciéndoles ¿“qué miran, bobos”?

El pueblo no es tonto, como quieren hacerlo aparecer los craneotecas culturosos seculares o religiosos. No es sólo el firulete con la pelota lo que está en juego, es la ventanita por donde asoma un mundo que no ha sido incluido por la racionalidad moderna y sus sistemas de representación tan “controladitos” por algoritmos, pero que cada día les hace más agua en: patológicas dictaduras, Trumps, chalecos amarillos, multitudes inacabables de inmigrantes, terrorismo islámico, invasiones ucranianas, guerras, armamentismo descontrolado e indignados de todo tipo y color que sienten que hay algo fundamental de ellos que ha quedado fuera de esta globalización sin solidaridad.

Por otra parte, este sub-sistema en el que ganan tanto dinero no lo han creado estos humildes jugadores, representantes populares elegidos en la urna inapelable de los estadios, sino una mafia muchísimo más rica aún, que por atrás, aprovechándose de los sentimientos populares, no dudan en prostituir el fútbol como empresas millonarias para su beneficio.

La fiesta popular exalta el exceso y desenfreno que atenta contra las virtudes burguesas, tan discretas por fuera y sucias por dentro (Mt 23, 25). La fiesta atraviesa las pequeñas preocupaciones de la vida diaria y va hacia otro mundo transformado por fuerzas que lo desbordan. Allí se suspende la actividad productiva y estalla sin las trabas morales, institucionales y laborales. Se desata el elemento dionisíaco, expulsado por el racionalismo y el ascetismo instaurado por la actitud burguesa ante el mundo. Es la expresión donde lo productivo es vencido por lo improductivo, lo lúdico comunional suplanta lo serio individualista de la mentalidad burguesa.

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Con el Papa Francisco hacia una Teología del Pueblo

Lo popular resiste mediante lo mítico, mágico, ritual, simbólico, la religiosidad popular e instancias no-racionales despreciadas por la versión racionalista, competitiva, productivista y consumista. El concepto de pueblo tiene muchos significados, pero el cristiano lo mira desde la abarcadora óptica Bíblica: “Dios ha querido salvar a los hombres no aisladamente sino formando un pueblo” (LG 9). Todo pueblo tiene mucho de Pueblo de Dios y Jesús se hizo pueblo para rescatar lo que estaba perdido (Lc 19,1).

Jesús nació y vivió entre la gente, nunca aspiró a los reconocimientos palaciegos de las cuales son tan ávidos muchos “espirituales”. (“no todos los que dicen Señor, Señor…” (Mt 7, 21). No era un aséptico racional, estaba lleno de emociones y compartía fiestas populares, incluso ¡con pecadores! No en vano veneramos su Sagrado Corazón, centro de una afectividad tan humana y tan divina.  Lo conmovían hasta las lágrimas los humildes, los enfermos, los hambrientos, los pobres de todo tipo y lo sacaban de quicio los mercaderes del templo, los epulones, los moralistas y los cínicos Herodes.

Los dueños del sistema tienen el poder, el dinero, la fuerza, los medios de comunicación…pero no pueden conquistar el alma del pueblo resiliente, que desde las inmensas periferias claman como ovejas sin pastor (Mt 9,36). Es allí donde con todo su ímpetu misionero ha de ir el Evangelio en una renovada Teología del Pueblo que los comprenda desde una Misericordia que cure sus heridas y potencie sus talentos para el Bien Común.

Una Teología que integre no solo la fe y la razón, sino las emociones sociales para que no deriven hacia fundamentalismos destructivos. No interpretar a Francisco en este sentido es estar viendo otra película y conformarse con más de lo mismo: una religión palaciega, para unos pocos de ideas brillantes, pero autorreferencial y para el servicio del “reino de los clérigos”.

El Papa nos invita a tener "olor de oveja", olor de eso esencial que hay (bastante mezcladito, por cierto), en el pueblo, si no, no entraremos en el Reino de los cielos, lo concibamos como lo concibamos, porque sin Pueblo no hay salvación.

Guillermo                                                                                                 poliedroyperiferia@gmail.com

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