ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
Dice la Biblia que "Dios puso al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivase y cuidase" (Gn 2,15). ¿Qué hace el ser humano con el jardín que Dios le entregó?
| Fernando Bermúdez
Vivimos en una época desastrosa para la naturaleza. Los arroyos se secan, los ríos, lagos y mares se contaminan, el humo de las fábricas y vehículos envenenan el aire, los bosques se acaban y sucumben las selvas tropicales, devoradas por la explotación maderera y ganadera. El calentamiento de la atmósfera ocasiona serios cambios atmosféricos, la desertización del planeta crece aceleradamente. La capa de ozono se destruye. La acumulación de desechos tóxicos y basuras afean el paisaje y hacen cada vez más inhóspita nuestra tierra. La lluvia ácida es cada vez más intensa y dañina. Ruidos ensordecedores han sustituido el sonido del viento y el cantar de las aves... Y al mismo tiempo, crece la población mundial a un ritmo escalofriante. ¿A dónde va el planeta?
El deterioro de la naturaleza no es por casualidad, sino el resultado de un sistema económico global que mercantiliza la tierra y el agua y sobreexplota los recursos naturales. El sistema capitalista neoliberal solo puede desarrollarse destruyéndola. Las grandes empresas, sobre todo las transnacionales, movidas únicamente por el afán de lucro, están expoliando la naturaleza y dejan a su paso inmensas áreas completamente destruidas donde no puede haber árboles, pájaros ni peces. Los países del Norte priorizan su carrera de industrialización y desarrollo económico sobre la conservación de la naturaleza. La propiedad privada de los medios de producción y el febril incentivo que da el lucro ciegan al sistema capitalista y a los países poderosos.
La destrucción ecológica crece al ritmo de la agudización de la brecha entre el mundo rico y el mundo pobre. Si los países pobres consumieran lo que consumen los países ricos el planeta estallaría. La noruega Harlem Bruntland ha comprobado que "si los siete mil millones de habitantes del planeta consumieran lo mismo que los países desarrollados, harían falta diez planetas como el nuestro para satisfacer todas sus necesidades" .Y Eduardo Galeano añade que "el sistema de vida que se ofrece como paraíso, fundado en la explotación del prójimo y en la aniquilación de la naturaleza, es el que nos está enfermando el cuerpo, nos está envenenando el alma y nos está dejando sin mundo".
Ante esta realidad se impone tomar medidas urgentes y concretas. Pero ninguna medida será eficaz si no hay una revolución de la conciencia, una nueva espiritualidad que ayude a rescatar lo que se está perdiendo, como señala el papa Francisco en la Laudato Si. La espiritualidad ecológica es una expresión de la espiritualidad de la vida. Arranca de la convicción por la defensa de la vida de la naturaleza y del ser humano. Toma como punto de partida la vida amenazada de los pobres y excluidos. No separa al ser humano del resto de la creación, insiste Francisco.
La espiritualidad ecológica se opone a la cosmovisión donde el hombre es el centro y dueño de la Tierra. Si bien, el ser humano es la criatura predilecta de Dios, hay que ubicarlo dentro del marco de la Creación, no separado de ella, y mucho menos como dueño y señor de ella. Hoy surge el desafío transformador de reconocer los derechos de la naturaleza, pasando de un mero enfoque antropocéntrico a uno más socio-biocéntrico que reconozca la indivisibilidad de todas las formas de vida.
La espiritualidad ecológica nos sitúa en un plano de fraternidad con todas las criaturas. Porque ser persona es estar en comunión y vivir en armonía con la naturaleza. A Jesús de Nazaret, que refleja el ideal de persona, le vemos en contacto frecuente con la naturaleza y enamorado de ella. Él es un contemplativo de la naturaleza. Ve una flor y contempla a Dios. Ve los lirios de los campos y descubre a Dios que cuida de ellos (Mt 6,26-29). Por eso, su mensaje no sólo afecta a los seres humanos sino al resto de la creación. No puede existir hombre nuevo si no logra su armonía con la naturaleza.
El cántico de las criaturas de Francisco de Asís es un testimonio de cómo el ser humano debe situarse en la naturaleza. Expresa un proyecto de fraternidad universal y cósmica, y en ese sentido, un modo de vivir la humanidad. Francisco de Asís llama "hermanos" a todos los seres de la creación: hermano sol, hermana luna, hermana tierra, hermana agua, hermana flor, hermano lobo... Su actitud, frente a los seres de la creación es movida por una conciencia y sensibilidad de estar en el mundo "junto a" los seres, en una casa común.
Francisco de Asís hermanó con todas las criaturas. Su sabiduría le llevó a derramarse sin medida sobre las flores, los animalillos del campo, las plantas, las puestas de sol, los hombres y mujeres. Francisco tenía los sentidos perforados, como dice Eloi Leclerc, para vivir al ritmo de las criaturas.
Vive la espiritualidad ecológica quien mira a las criaturas como hermanas, quien mira a las cosas con cariño y las cuida con ternura. Esta espiritualidad aleja de nosotros la tentación de la ambición y del consumo. Si las amamos como hermanas no jugaremos a "usar y desechar", ni degradaremos la naturaleza con tanta basura y bolsas de plástico. El Espíritu nos invita a saborear las cosas como regalo de Dios para todos. La espiritualidad ecológica, para que sea auténtica, hay que vivirla desde los hermanos más excluidos, los pobres. El que es sensible a la vida, en su sentido "holístico", será sensible también ante las vidas amenazadas o disminuidas.
Esta espiritualidad nos compromete a luchar contra toda degradación del medio ambiente y contra la carrera armamentista, sobre todo las armas nucleares, químicas y bacteriológicas que, además de ser un riesgo para la humanidad, es un insulto a los pobres y una profanación del nombre de Dios. Nos compromete a cambiar nuestro estilo de vida: a vivir más sobriamente y consumir menos; y a luchar políticamente por un cambio de modelo económico. La vivencia de la espiritualidad ecológica se expresa también en pequeñas acciones concretas. La vida nos ofrece constantes oportunidades, desde mantener limpio el ambiente hasta cuidar los árboles y plantar otros nuevos.
En medio de la oscuridad y perplejidad que nos envuelve, el Espíritu de Dios sigue actuando en tantos hombres y mujeres a lo largo y ancho del planeta. Suscita profetas, inspira poetas, ilumina a los líderes carismáticos, que apuntan hacia un futuro diferente. Él está presente en los movimientos ecologistas, pacifistas, antiarmamentistas, de liberación étnica y cultural y en los movimientos de solidaridad en favor de los pueblos del Sur, y otros muchos movimientos de base. Algunos llaman a esta fuerza social emergente "cultura naciente". Tenemos fe de que el Espíritu de Dios no permitirá que fracase su obra.
La espiritualidad ecológica es cósmica, vibra con la vida y con el Espíritu. Abrazando al universo abrazamos a Dios. "Estamos inmersos en un océano de vida, de vibración y de comunión. Somos un todo con el Espíritu que impregna todo el cosmos y a nosotros también. Todos somos el animalito del camino y las estrellas del cielo, hermanos y hermanas de verdad", señala Leonardo Boff.
En esta nueva visión cósmica nosotros resultamos profundamente transformados. Nos descubrimos a nosotros mismos de otra manera. Sabemos que somos hijos de la Tierra, que somos el último eslabón de la evolución, la flor en la copa del árbol de la vida. Somos la Tierra misma que ha evolucionado durante millones de años desplegando toda su potencialidad y creatividad. Somos naturaleza viva, pensante y amante. Nos descubrimos a nosotros mismos como parte de esta dinámica cósmica en su despliegue constante autocreativo. Ocurre, además, que somos los últimos, los recién llegados en el registro de la historia evolutiva del planeta. Y, a pesar de ello, nos hemos comportado como depredadores de la madre Tierra que nos ha engendrado, explotándola sin compasión, como señala José Mª Vigil.
Por eso, la espiritualidad ecológica exige que nos reconciliemos con nuestro ser parte de la Tierra. Nada hay profano, desprovisto de misterio y de divinidad. Nada hay puramente material. Todo está habitado de espíritu, de misterio trascendente y de sacralidad. Todo el cosmos, toda la naturaleza, toda la humanidad está llena de Dios, lo que nos lleva a vivir de un modo nuevo nuestra dimensión espiritual.
(Este trabajo es una síntesis de un capítulo del libro de mi autoría “Espiritualidad en un mundo globalizado, un desafío ético-profético”, Ediciones San Pablo 2011).