EXPERIENCIA COMUNITARIA EN SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS, UN ANTICIPO DE LA SINODALIDAD

La diócesis no estaba organizada en parroquias sino en zonas pastorales. Y al frente de cada zona había un equipo pastoral integrado indistintamente por religiosas, laicos, laicas célibes o casados y un presbítero. Nadie es más ni es menos. El laico y la laica tienen plena participación en el equipo pastoral, igual que la pueden tener las religiosas o el presbítero.

Experiencia comunitaria en San Cristóbal las Casas, en Chiapas, un anticipo de la SINODALIDAD

Llegamos a Guatemala en la década de los 70s. La situación de represión y muerte durante los gobiernos militares, sobre todo a principios de los años 80s, obligó a millares de campesinos guatemaltecos abandonar su tierra y salir huyendo hacia Chiapas (México). Asimismo, centenares de agentes de pastoral, sacerdotes, religiosas y laicos y laicas, se vieron obligados a dejar Guatemala y salir hacia México. Centenares de catequistas y varios sacerdotes habían sido asesinados.

Chiapas es un estado mexicano situado junto a la frontera de Guatemala. Es un mundo de contrastes: altas montañas y selvas tropicales pobladas de multitud de etnias mayas, tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales…

El pueblo chiapaneco, secularmente marginado y excluido desde la época de la invasión española, es un universo lleno de misterios ancestrales, creencias, saberes y valores. Descendiente de los antiguos mayas que plasmaron su esplendor y sabiduría en las diversas pirámides.

Fray Bartolomé de Las Casas, en el siglo XVI, descubrió en estos pueblos un caudal de valores. No soportó la explotación a la que fue sometido el pueblo indígena por los colonizadores españoles. “Llegan al cielo los gemidos de tanta sangre humana derramada y de indios quemados vivos…”, decía. Y se rebeló enérgicamente, hasta sufrir el destierro. Chiapas aparenta ser un pueblo sumiso, pero en su sangre hierve la rebeldía. Reclama dignidad y libertad.

 En 1960 don Samuel Ruiz fue nombrado obispo de San Cristóbal de Las Casas. Se situó en la línea de fray Bartolomé de Las Casas.  Asumió la actitud de ver, escuchar y sentir las angustias y esperanzas del pueblo indígena. Y se identificó con él. Hizo propias sus aspiraciones de justicia y libertad, lo cual le ocasionó múltiples amenazas y persecución por parte de los terratenientes y ganaderos de la región y políticos del gobierno.

Un nuevo modelo de ser Iglesia.  Mi mujer, Mari Carmen, y yo vivimos una experiencia sumamente gratificante y esperanzadora en esta diócesis de San Cristóbal de las Casas. Su obispo, Samuel Ruiz, quien participó en el Concilio Vaticano II y en la Conferencia del Episcopado latinoamericano en Medellín, impulsó la renovación de la Iglesia diocesana. Asumió la eclesiología del Pueblo de Dios del Concilio. Posibilitó la creación de una Iglesia comunidad de comunidades de iguales, encarnada en la cultura indígena. Una Iglesia participativa, abierta al diálogo, toda ella ministerial y misionera, con una jerarquía de servicio. Una Iglesia que supera la visión piramidal: arriba el Papa, debajo los obispos, más abajo los sacerdotes, diáconos y religiosas, y finalmente en la base, el pueblo.

A partir del Concilio Vaticano II la Iglesia se concibe como un círculo. En el centro está Cristo y alrededor de Cristo todo el pueblo, laicos y laicas, de donde surgen los diversos ministerios de hombres y mujeres. Es un nuevo modelo institucional de Iglesia, tal como está recogido en la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II. Hoy diríamos una Iglesia desclericalizada. Una Iglesia sinodal.

Asimismo, la diócesis de San Cristóbal buscaba ser una Iglesia libre frente al poder y a la riqueza. Una Iglesia liberadora y profética, que anuncia con la palabra y el testimonio de vida el mensaje de Jesús y denuncia todo aquello que se opone al plan de Dios. Una Iglesia defensora de la vida y de los derechos humanos. Una Iglesia solidaria con el sufrimiento, luchas y esperanzas de los pobres, de los indígenas, campesinos y refugiados guatemaltecos. Una Iglesia ecuménica, abierta al diálogo interreligioso, dispuesta a caminar junto a aquellos, cristianos o no cristianos, que trabajan por otro mundo de justicia y fraternidad. Una Iglesia orante, abierta al Espíritu, que busca ser signo y anticipo del reino de Dios en la historia.

En su diócesis no se hacía diferencia entre quién es laico o sacerdote, hombre o mujer. La Iglesia es la Comunidad. Don Samuel ordenó a más de 300 diáconos permanentes indígenas, acompañados de sus mujeres. En la diócesis de San Cristóbal de las Casas, de alguna manera, se estaba viviendo la sinodalidad. Tatik Samuel admitió en su diócesis a pastores y pastoras luteranos y de otras iglesias cristianas de México y del extranjero, identificados con la línea diocesana. La experiencia de convivencia pastoral con los protestantes fue sumamente positiva y enriquecedora.

La región diocesana del Sureste, a la que nosotros pertenecíamos, no estaba organizada en parroquias sino en zonas pastorales. Y al frente de cada zona había un equipo pastoral integrado indistintamente por religiosas, laicos, laicas célibes o casados y un presbítero. Nadie es más ni es menos. El laico y la laica tienen plena participación en el equipo pastoral, igual que la pueden tener las religiosas o el presbítero.

En definitiva, se caminaba, entre luces y sombras, hacia una Iglesia de los pobres, como la llamaba el santo papa Juan XXIII. Los pobres, campesinos e indígenas, son los primeros evangelizados y, a su vez, se convierten en evangelizadores, como dice Jesús (Mt 11,4-5 y Lc 4,18).

Evangelizar desde el equipo

Tuvimos la dicha de trabajar durante varios años, en la década de los ochenta, en la diócesis de San Cristóbal de las Casas. Pertenecíamos al equipo de la zona pastoral de Chicomuselo-Comalapa y La Trinitaria, junto a la frontera con Guatemala, que abarca estos tres grandes municipios con 112 aldeas y caseríos. Éramos seis personas entre religiosas, laicos y un sacerdote. El Equipo Pastoral se constituyó como una comunidad de fe y de vida, con espacios de oración y de reflexión comunitaria. Teníamos comunión de bienes con un fondo común y donde había igualdad entre hombres y mujeres La evangelización se realizaba desde la experiencia de fe vivida en comunidad. El trabajo pastoral se planifica y evalúa en equipo. Cada miembro tiene su tarea, esto es, su ministerio propio. Así por ejemplo, una hermana religiosa estaba encargada de la pastoral social, otra de la catequesis sacramental… El presbítero  se encargaba de las celebraciones de la Eucaristía y demás sacramentos en las distintas aldeas. Yo, sacerdote casado, me encargaba de la formación de los delegados de la palabra de Dios y catequistas. Cuando el sacerdote no podía llegar por alguna razón a una comunidad, yo le sustituía celebrando la Eucaristía.  Mi mujer era la responsable de la pastoral juvenil. Este movimiento llegó a aglutinar a más de 700 jóvenes organizados en 54 grupos.

Cuando llegábamos a una comunidad, ésta nos recibía como miembros del Equipo Pastoral. En torno al equipo había un consejo pastoral conformado por laicos y laicas representantes de las distintas pastorales y regiones de la zona. Era una Iglesia viva, dinámica, pueblo de Dios en camino.  Nos sorprendió y estimuló el hambre de formación que animaba a los catequistas y a los jóvenes. Es así como se fueron organizando multitud de talleres de formación bíblica, historia de la Iglesia, análisis de la realidad socioeconómica y política, teatro popular, cursos de soja, medicina natural, proyectos de desarrollo comunitario, etc. Y, sobre todo, la conformación de comunidades. Una iglesia comunidad de comunidades.

La Iglesia es el pueblo de Dios, la comunidad. Nosotros, el Equipo pastoral, estábamos de paso, al servicio de las comunidades. Hacíamos camino juntamente con ellas, respetando su ritmo. La igualdad no se opone a la organización de la comunidad, siempre que se respete las iniciativas y actividades que la gente propone. La organización se basa precisamente en la realidad de los carismas. En las comunidades surgían líderes. El carisma o cualidad personal de cada uno, reconocido por la comunidad, lo capacita para desempeñar tareas comunitarias.  El liderazgo y la organización es funcional, no constituye institución fija. Su criterio es la necesidad de la comunidad en función de la misión.  Los carismas y cualidades personales de cada miembro de la comunidad no otorgan superioridad. El reto es vivir una Iglesia-comunidad de iguales, donde hombres y mujeres comparten tareas y misión. Todos entendíamos que la comunidad cristiana debe ser el germen de una humanidad nueva de hermanos, que Jesús llamó reino de Dios.

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