Doce años de Francisco
| Gabriel Mª Otalora
El 13 de marzo se han cumplido doce años del papado de Francisco. La primera distorsión fue la elección de un Papa “venido del «fin del mundo” con nuevas formas y una estrategia eclesial que recuerda la novedad del Concilio Vaticano II, versión siglo XXI. No ha sido fácil enfrentarse al clericalismo, empoderar a los laicos y a las mujeres, abrir la Iglesia al diálogo y al debate y cambiar las prioridades con actitud de pastor y no de jerarca. Ha revolucionado el modo de ser y actuar de la Iglesia con un marcado estilo profético que no esquiva ninguno de los conflictos que han sido sucediéndose dentro y fuera de la Iglesia en este tiempo cada vez más tumultuoso donde Francisco sabe brillar con luz propia.
Su estilo sencillo, que no simple, choca a diario con el poder eclesial dominante deformado por una mala praxis donde la institución parece ser más importante que el Mensaje.Desde el principio les dijo a cardenales y obispos que no actuaran como príncipes de la Iglesia sino como líderes del servicio abriendo las puertas a la verdadera corresponsabilidad del laicado. Su apuesta por la sinodalidad es un verdadero camino de transformación interior que muestra la mejor cara del Evangelio. En su primer sínodo como Papa dijo a los participantes que hablen claro y "que se diga con valentía”. Su idea de Iglesia ha sido la de un “hospital de campaña para los heridos, no un club reservado a los ricos”. Su énfasis vital destaca por la compasión, la misericordia y la reconciliación.
Francisco no quiere que la imagen de la comunidad eclesial sea distante, atrapada en sí misma, prisionera de su propia rigidez. Con sus palabras y acciones ha defendido a los migrantes, refugiados y marginados. Aunque son muchos los cambios que ha introducido en la Iglesia, él mismo reconoce que le queda mucho por hacer, como el tema de la mujer en la Iglesia. Tampoco ha completado el tema del celibato voluntario ni el diaconado y sacerdocio femenino, desbrozando lo que es la Tradición de los Padres de la Iglesia de las costumbres culturales. Pero sobre todo, queda reformar a fondo el Código de Derecho Canónico y la Curia romana también, a pesar de algunos cambios producidos, para acoplarse de una vez al espíritu evangélico. (“Lo” del Estado Vaticano queda para otros Papas…).
Lo que ha logrado ha sido iniciaar el cambio de dinámica en la figura del sínodo para convertirse en un proceso de participación de todos los miembros de la Iglesia. La sinodalidad es un nuevo estilo de vivir caminando juntos a la escucha entre diferentes. Este va a ser su legado más importante que Francisco aporta a la Iglesia, que a buen seguro provocará un nuevo Concilio por el calado que supone en la práctica.
Con todo, ha tenido tiempo para realizar 47 viajes apostólicos visitando 66 países de los cinco continentes. Sin embargo, me quedo en la retina con su visita doméstica a la isla de Lampedusa para encontrarse con los refugiados e inmigrantes por lo que tuvo de icónica ante la postura oficial italiana contra la inmigración. Todo ello sin olvidar su labor de mediación en varios conflictos y en el acercamiento a los judíos y a los musulmanes, tratando de construir un mundo de fraternidad entre tanto odio. Pero le agradezco todavía más su estilo, su sonrisa del corazón y el temple que demuestra en el día a día: su actitud es Evangelio puro, modelo de vida para amigos y enemigos. De ahí que me sienta especialmente atraído por este Jubileo que él promueve con el sugerente nombre del Jubileo de la Esperanza.
No lloremos cuando falte este gran profeta. Mejor si agradecemos hoy su legado poniendo de nuestra parte para seguirle por la senda que Francisco propone; el Papa ha estado y está muy solo, incluso más solo dentro que fuera de la Iglesia en donde concita grandes simpatías y respeto a su figura por su ejemplo al proponer el Evangelio como lo que es: una buena noticia. El bien inmenso que ha sembrado es semilla de presente y sobre todo de futuro, mal que les pese a los de siempre.