La voluntad de Dios

Frente al valle de lágrimas que nace de la imperfección humana, la voluntad de Dios es que seamos felices. Pero reflexionemos esto con la audacia de verlo como un precepto divino frente a las múltiples veces que tenemos que actuar contra corriente, a la sensación de dificultad y malestar que nos produce cumplir con su voluntad, etc., etc. ¿Cómo casa la voluntad de Dios, que nos ha creado para la felicidad plena, con la sensación de que “todo lo rico y placentero es malo para la salud o es pecado”?

Si nos vamos a lo esencial, el comportamiento que propone el Evangelio, nace del amor de Dios a cada uno de nosotros. Y cualquier amor desea lo mejor para el amado. En segundo lugar, cada cumplimiento de sus normas supone un crecimiento personal, un acercamiento a la mejor posibilidad de uno mismo. En tercer lugar, cada pecado, cada transgresión evangélica, al primero que le hace daño es al pecador porque le empobrece, le seca la fuente de su mejor humanidad. El no-bien de cada desamor que generamos a nuestro alrededor, supone un ataque a nuestra íntima fuente de felicidad y alegría; no solo a la de los demás.

Se nos prohíbe comer la manzana del Edén precisamente porque nos hace daño. Igual que se nos prohíben ciertos alimentos estupendos cuando padecemos determinadas enfermedades; se nos invita a vencer la pereza y hacer ejercicio para eliminar toxinas, a madrugar para ver un espléndido amanecer...

Dios no vino a redimirnos nuestros pecados desde la acusación y el reproche; el Padre sabe muy bien que nuestra textura está hecha de barro. Dios no vino a anunciar la redención buscando la humillación del pecador. Nos lo mostró muy bien en sus parábolas, especialmente en la de la adúltera y, sobre todo, en la parábola del Padre, mal llamada del hijo pródigo. Solo nos pide que seamos humildemente conscientes del barro de nuestra condición imperfecta y pecadora, para hacer sitio al amor de Dios.

Ocurren contratiempos, llegan dificultades, tenemos limitaciones; a todos, sin excepción. Dios Hijo también tuvo la estrechez de la condición humana pero lo aceptó por amor y con amor. Forman parte de la condición humana. Y cada vez que hacemos algo “conforme a la voluntad de Dios” significará que actuamos en nuestro propio beneficio. Nos falta fe, claro, porque forma parte del barro que estamos hechos. Si les pasó lo mismo a los discípulos, que convivieron con el Maestro… ¿cómo no va a pasar lo mismo a nosotros?

En nuestra voluntad está: buena parte de la felicidad o infelicidad depende de nuestra actitud ante las circunstancias. Pero la voluntad de Dios es que las superemos para ser la mejor posibilidad de uno mismo y lo sepamos compartir con los demás.

Por tanto, nada de paralizarnos en la culpa y más actuar con agradecimiento ante el perdón amoroso de Dios. Vivamos una vida cristiana conscientes de la cantidad de regalos que Dios nos hace ¡cada día!. Y dejemos invadirnos por Dios que llega en forma de misericordia y perdón, generando alegría y amor por donde él pasa y le acogemos; vivamos en actitud de mano tendida, sobre todo con los más emperrados en que semejante estilo de vida debe acabar cuanto antes. Ellos son también prioritarios del mesaje evangélico.

Madurar en el amor nos hace sentirnos felices.
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