Comida, hambre e industria alimentaria.
Veamos. De una parte nos encontramos con casi 3.500 millones de seres humanos que no pueden ingerir las cantidades mínimas necesarias para mantener una salud adecuada. Entre estos, hay más de 1.000 millones que están por debajo de los mínimos vitales. Según los datos aportados por la OMS, la ingesta de alimentos por debajo de lo necesario es la causa directa de más de la mitad de las muertes no violentas en el mundo y concursa en casi todas las enfermedades epidémicas. Estas carencias alimentarias vienen provocadas por una organización a nivel global que impide que los países productores controlen sus alimentos. Son los grandes fondos de inversión de EE.UU. Europa y Japón los que controlan casi la totalidad de las compras de cereales, grasas y otros tipos de materias primas que forman la base alimentaria de la humanidad. Estos fondos de inversión solo miran la cuenta de resultados y los pobres no entran a formar parte de ella, a no ser que sea para su uso en la producción. El mayor responsable de la situación de déficit alimentario global es el sistema de control de alimentos por parte de los fondos de inversión. Un cambio en la regulación internacional sería suficiente para acabar con el hambre en el mundo. No necesitamos ni maratones televisivos, ni la caridad individual, ni la compasión social; necesitamos justicia global.
Pero, a modo de Jano posmoderno, la otra cara del hambre en el mundo es la mala nutrición en los países llamados desarrollados. En EE.UU. un tercio de la población es obesa y otro tercio sufre sobrepeso. Esto no sucede por casualidad. Las grandes marcas de alimentación son las encargadas de que suceda esto. Ellas son las principales responsables, al generar toda una estructura productiva y de marketing orientada, no ya a satisfacer necesidades alimentarias, sino a promover la adicción a cierto tipo de comida elaborada. Por seguir con el ejemplo de EE.UU. nos encontramos con que la mayor parte de la alimentación de sus habitantes la realizan mediante alimentos elaborados, precocinados o envasados que contienen altas dosis de grasas trans y azúcares de todo tipo. Es una tipo de alimentación que sobre estimula el cerebro generando una reacción típica de las adicciones. Los alimentos son procesados con la finalidad de que el consumidor coma la mayor cantidad posible, sin importar la calidad de los compuestos y la utilidad nutricional. La dieta media americana está en 3.500 kcal, muy por encima de la media de 2.500 kcal. Esas 1.000 kcal diarias de más se convierten en 100 gramos de sobrepeso diario, lo que lleva a unos 36 kilos de peso de más cada año de media. Es decir, en los países desarrollados, la población está enfermando por exceso de alimentación y por mala nutrición. Mientras, en los países empobrecidos, la población enferma y muere por desnutrición y mala alimentación.
Como vemos, son dos caras de la misma moneda. El modelo imperante está enfermo y genera sufrimiento en todo el mundo. A unos los mata por exceso, mientras a otros lo hace por defecto. Solo una intervención directa sobre el sistema de producción y distribución puede acabar con esta situación. Dejémonos de marchas solidarias y campañas y más campañas y acabemos con el modelo que lo hace posible. Mientras la máquina de matar sigue activa nada podremos hacer para pararlo. Acabemos con el oligopolio de las marcas de alimentación y con el control de los fondos de inversión. Retomemos el control social de los medios de reproducción de la sociedad en su conjunto. Este es mi deseo para esta Navidad y casi mi petición a sus Majestades de Oriente.