Comunidad de seres libres e iguales: Ekklesia.

En la antigüedad griega, el conjunto de los varones libres con derecho a voto en una polis era designado como ekklesia, por tanto era el nombre asignado a una realidad que, obviando al resto de la humanidad de la polis, resultaba lo más parecido al ideal democrático actual, pues dentro del grupo no había ningún tipo de privilegio o escalafón que permitiera generar algún tipo de división. La ekklesia es el arquetipo de las relaciones paritarias entre iguales en el mundo griego y permitía organizar las polis en torno a unos valores de justicia, igualdad y derecho. Los así convocados (ek-kaleo), eran llamados a gestionar la cosa común con los mismos derechos y con las mismas responsabilidades.

Dentro de la ekklesia de la polis podían existir distintas ekklesias en función de los comunes intereses que unían a los varones. Por ejemplo, existía la ekklesia de los plateros, donde estaban todos los varones libres que se dedicaban a la artesanía y la venta de los productos manufacturados con aquel metal o semejantes. Tomando esta misma idea de comunidad de iguales, Pablo habla de la Ekklesia tou Christou o Ekklesia tou Theou, es decir, aplica a las incipientes comunidades cristianas el modelo de organización civil del mundo de las polis griegas, con dos variantes. La primera, que estas comunidades no estaban formadas solo por varones libres, sino que las constituían familias enteras donde todos gozaban de un estatuto interno de igualdad. La segunda, que en las comunidades cristianas no había gentes solo de la élite social, de los pudientes, sino que estaban conformadas por los estratos bajos de la sociedad en primer lugar. Sin embargo, Pablo aplica el ideal de la ekklesia griega a estos nuevos grupos y esto tiene graves consecuencias.

La primera de las consecuencias es que los grupos cristianos en el mundo griego no son un grupo religioso, no forman parte de la miriada de sectas religiosas que pululan en el imperio romano. Son una entidad social de seres humanos de clases subalternas que se unen para formar una nueva realidad política, una ekklesia, donde todos puedan vivir en igualdad en su interior, aunque las condiciones sociales de sus miembros sean las de los pobres, la no élite y los subalternos. No son, por tanto, un grupo religioso, no forman una religión. Y esto nos lleva a la segunda consecuencia: los grupos cristianos en el interior del mundo griego del imperio romano, forman una realidad alternativa al orden existente que pretende objetivamente la subversión del orden social y la creación de una nueva realidad donde la justicia, igualdad y amor que se viven en el interior de los grupos, al menos idealmente, puedan ser extendidos a la sociedad completa. Es el ideal del Reino de Dios que se acerca con poder para extenderse al mundo entero.

Este significado primero de Ekklesia fue deformado y hasta traicionado con el tiempo. Nada tiene que ver la Iglesia posconstantiniana con las ekklesias del siglo I. Tras la paulatina conformación de las ekklesias cristianas al orden vigente durante el siglo III, llega la definitiva asimilación al orden imperial romano. El cristianismo se convierte en religión primero y en religión del imperio después, traicionando así lo que había sido su carta de naturaleza en el origen: ser el lugar para vivir la fraternidad de seres libres e iguales. Este proceso implica la creación de una casta interna de la Iglesia, los sacerdotes, que coparán el poder político-religioso manteniendo el dominio sobre los actos cúlticos y sacramentales. La división opera ad intra: laicos-sacerdotes, viene a oficializar la pérdida del origen y a poner las bases para las posteriores distinciones que consolidarán una orden sagrado de poder y dominio que ha perdurado hasta nuestros días.

Las ekklesias de los orígenes estaban conformadas por seres humanos que podían sentirse libres e iguales dentro de las comunidades. Sus miembros eran laicos en el sentido etimológico del término, del pueblo, en oposición a los sacerdotes que formaban en el imperio romano una casta superior que se encargaba de las relaciones con las divinidades imperiales. Los cristianos entendían que la relación con Dios se daba en medio de la comunidades de iguales, esa era su religión. Establecer la distinción entre sacerdotes y laicos en la Iglesia no fue sino convertir la Iglesia en su opuesto: el orden de este mundo, donde unos oprimen a otros y utilizan la palabra de Dios para justificarlo. Esta distinción se sacraliza con el secuestro de la experiencia comunitaria por excelencia, la eucaristía, por parte de la casta separada de sacerdotes. La eucaristía deja de ser la experiencia comunitaria de la igualdad, el amor y la justicia, para convertirse en el rito de la estructura de poder sagrado imperial.

Dos tareas, por tanto, tenemos hoy si queremos ser ekklesia: la primera romper la distinción entre laicos y sacerdotes mediante la desaparición de la casta separada. En la Iglesia solo hay un sacerdote, Cristo, y todos los cristianos formamos un pueblo sacerdotal que no de sacerdotes. La segunda tarea es volver a vivir la eucaristía como experiencia de transformación del mundo, de la sociedad y del hombre, como revolución de Dios en el mundo, como Reino de Dios incoado en la Iglesia que así lo celebra, vive y transmite.
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