Grecia como síntoma, epítome y metáfora.

Grecia vuelve a estar en el candelero candente de la actualidad europea. No lo está por ser el referente de la cultura o suelo natal de la filosofía, que habla griego y alemán a la par, al menos la filosofía occidental (no deja de ser una paradoja que el idioma de los filósofos se exprese en las dos lenguas que imperan en los países que representan la tragedia europea del siglo XXI). Hoy, 5 de julio de 2015, el pueblo griego vota en referéndum si acepta o no las condiciones que la Troika impuso como ultimátum el día 25 de junio al gobierno de Syriza. Aquél ultimátum no es más que el colofón a todo un proceso de acoso y derribo de un gobierno que ganó las elecciones prometiendo lo opuesto a lo que los anteriores gobiernos firmaron con las instancias internacionales que poseen su deuda. Los últimos seis meses han supuesto la escenificación de dos posiciones. De un lado la inflexibilidad de las instituciones europeas y el FMI; del otro, un gobierno dispuesto a pactar algo que no supusiera la destrucción pura y simple de Grecia para los próximos 25 años. Es importante este matiz: Tsipras no ha pretendido dejar de pagar, salir del euro y dejar Europa. Lo que ha demostrado hasta la extenuación este gobierno griego es que quiere pagar la deuda, que quiere seguir en el euro y que no está dispuesto a salir de la Unión Europea. Sin embargo, lo que se ha encontrado por la otra parte es una intransigencia que sólo puede tomarse como síntoma del grave problema de deuda en el que está Europa en particular y el capitalismo global en general.

Sí, Grecia es el síntoma de una enfermedad mortal del capitalismo mundial. Si hacemos un poco de historia lo comprenderemos mejor. Tras la Segunda Guerra Mundial, con la URSS intentando hacer caer a todos los países europeos en su órbita de influencia, Estados Unidos ideo el Plan Marshal, y con él la introducción del Estado de Bienestar en Europa. Desde los cincuenta a los setenta, Europa experimentó un crecimiento económico amplio unido a una justicia social importante. Los Estados se financiaban con las empresas públicas y los impuestos y todo iba muy bien. Pero, llegaron los ochenta y la ideología neoliberal impuso sus programas en Estados Unidos y Gran Bretaña. Tras conseguir la caída de la URSS., los Estados de Bienestar ya no tenían sentido y se pasó a la destrucción de los mismos. Lo primero que se hizo fue privatizar las empresas públicas, cortando una parte importante de la financiación de los Estados. Acto seguido, se aplicaron políticas que se han hecho hoy "sentido común", bajar impuestos, con lo que los Estados quedaron imposibilitados para subsistir. Debieron recurrir a la deuda. Entre 1980 y 2007 los Estados se endeudaron con los mercados privados que ya tenían en su poder las empresas privatizadas, y consiguieron además las rebajas de impuestos. El resultado es el actual: unos Estados debilitados y un poder privado que se queda con todo, con las empresas públicas, con la deuda de los Estados y con la rebaja de impuestos.

Grecia, como todos los demás Estados, incluidos España, se endeudó hasta límites imposible. En el caso griego lo hicieron los gobiernos neoliberales, de derechas o izquierdas, que pusieron el Estado al servicio de los intereses particulares. Grecia se endeudó con bancos alemanes y franceses para comprar tanques y submarinos que no necesitaba. Grecia tiene más tanques que España y más submarinos que Alemania. Fue esa deuda la que ahorcó al país. En 2010 se produjo el rescate, no de Grecia, sino de los bancos alemanes y franceses que deberían aceptar las pérdidas. Lo que se hizo fue nacionalizar la deuda y quitar el riesgo a los acreedores privados. No se rescató a Grecia, se rescató, con dinero público europeo, a Alemania y Francia, principalmente. Si no se hubiera hecho, los bancos alemanes y franceses habrían quebrado y con ellos sus respectivos países. Por tanto, Grecia es un síntoma de la crisis del capitalismo de deuda que siguió al capitalismo industrial de los treinta gloriosos.


Grecia es también un epítome, porque resume perfectamente el problema que está en la base de la construcción de la Unión Monetaria. Cuando Grecia entró en el euro, lo hizo con cuentas falsas que proporcionó Goldman Sachs (banco que estuvo en el epicéntro de la crisis del 2008 y al que perteneció el ministro español de economía). Lo mismo que sucedió en España. Aznar forzó la máquina para entrar en el euro y lo hizo mediante la creación de la mayor burbuja inmobiliaria vista en el mundo. España se convirtió en un saldo para constructores. Lo sensato sería juzgar a aquél gobierno por el robo sistemático del patrimonio nacional y de la soberanía patria. Pero, como en Grecia, nada de eso se hará. Lo único que se propone es que los griegos sigan pagando los latrocinios europeos de los bancos y la avaricia de sus élites. Este es el mejor resumen de lo que sucede en Grecia.

Sin embargo, Grecia también es una metáfora (completamos así los tres términos griegos del título de este texto). Es una metáfora porque nos permite transitar el sentido de unos hechos a otros. En Grecia han sido muchos los que se creyeron la falacia de la riqueza especulativa y por eso votaron a partidos que mentían con la promesa de la riqueza, como en España y en tantos otros países. Pero Grecia también puede ser una metáfora de la dignidad levantada. El pueblo griego eligió un gobierno para la dignidad. Ese gobierno lo ha intentado todo para permanecer en el grupo del euro, pero no le han dejado y lo único que puede hacer ahora es tomar el camino de la soberanía patria y de la independencia de los mercados, del neoliberalismo y del capitalismo global. Es un camino muy duro, pero Grecia demostraría, de hacerlo, que el éxodo es posible, que salir de un mundo de injusticia y barbarie puede hacerse sin necesidad de una guerra u otras barbaries peores.

Grecia, de votar no hoy y asumir las consecuencias, puede convertirse en el síntoma de una nueva forma de ver el mundo y organizarlo. Puede ser el epítome de un proceso de ruptura con la injusticia. Puede ser la metáfora de la libertad y la dignidad. Si eso fuera así, España debería seguir ese mismo camino muy pronto, de lo contrario, lo que nos espera es más sometimiento al desorden mundial establecido, más injusticia y la pérdida de la esperanza en que otro mundo es posible. Cuando la oscuridad es mayor necesitamos quienes encienda una luz y la pongan en alto. Los griegos pueden ser los profetas de ese mundo nuevo. Si fuera sí, los españoles bien podríamos tomar el relevo.
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