Nunc dimittis...

No salimos de nuestro asombro con lo que estamos viendo con Francisco. En la entrevista publicada por las revista jesuitas, podemos leer una verdadera revolución en los modos de hacer y de expresar nuestra fe. Nada sustancial ha cambiado, al contrario, se trata de poner en primera línea lo que es el corazón de la fe cristiana: el amor de Dios a la humanidad y la salvación que nos llega por Jesús. Pero esto, en sí mismo, ya es una revolución en una Iglesia que había perdido el norte confundiendo lo accesorio con lo sustancial, lo accidental con lo necesario, en diatribas estériles sobre anticonceptivos, homosexualidad, celibato, etc. No dice Francisco que eso no sea conveniente tenerlo presente, sino que no es lo prioritario, ni siquiera lo esencial. Lo esencial, y esto lo digo yo pero me baso en sus dichos y echos de estos meses, es la propuesta de un mundo justo, del amor y la misericordia, de la alegría de ser humanos y del compromiso por cambiar el mundo. O, dicho con las palabras de mi último libro, No podéis servir a dos amos. Crisis del mundo, crisis en la Iglesia:

"El cristianismo en el siglo XXI, en estos finales de la Globalización, de la injusticia, la muerte y el pecado global, se postula como una alternativa creíble y realizable. La fe en la justicia que crea la paz, y en el amor anonadado que redime a la humanidad como nos lo mostró Jesús de Nazaret, son los criterios para una alternativa a este desorden establecido. Hoy se hace necesario vivir de otra manera que rompa la ideología imperial que nos impone un mundo sin alternativas, una vida sin sentido y un hombre sin metas. El mundo tiene un sentido en el amor que le hace ser cada día, en la acción amorosa del Dios de vida, por ello hemos de afirmar la bondad del ser humano y el sentido de su vida y la historia. No hay fin de la historia sino finalidad de la historia: el Reino de Dios como el triunfo de la Justicia, la Vida, el Amor y la Misericordia".


Creo que es difícil hallar mejor sintonía entre lo que propone Francisco y las necesidades para el nuevo cristianismo en el siglo XXI de que hablo en mi texto, es más, considero que sus actos proféticos están poniendo las bases para lo que es la propuesta nodular de mi obra: el cristianismo es y debe ser la piedra de toque del imperio, su definitiva destrucción. Si la fuerza poderosa del amor de Jesús se pone en práctica en la Iglesia, nada puede frenar la llegada del Reino de Dios. Si los más de 1.000 millones de católicos dejamos de colaborar con el imperio y empezamos a crear las condiciones para la vida digna de la humanidad, en poco tiempo habremos conseguido que la más que segura autodestrucción de la humanidad se convierta en una simple posibilidad remota. Si, además, es el papa quien tira de ese carro, entonces el camino queda expedito para la práctica del Reino y su justicia.

Y a esto mismo estamos asistiendo. Francisco ha movilizado a la Iglesia y al mundo para frenar la locura de la guerra imperial en Siria, una más de las muchas que ha llevado y llevará adelante con el fin de defenderse de su propia entropía. Bergoglio ha mostrado que la fuerza de la paz y del amor es más poderosa que la fuerza de las armas y la violencia y que un hombre en su posición puede cambiar el mundo con la sola fuerza de la fe y de la razón. Nos preguntamos qué no se habría conseguido en otras ocasiones, pero estamos esperanzados en las posibilidades que se abren al futuro con un ser como Francisco. Creo, y lo creo con la convicción racional del pesimismo lúcido, que este hombre puede suponer el principio del fin del imperio global y el comienzo de lo que los pobres de la tierra llevan anhelando tantos siglos, por eso podría hacer mías las palabras de Simeón, nunc dimittis servum tuum, Domine.

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