Recuperar la soberanía

En el mundo financiero dedican más tiempo a idear nuevas nomenclaturas que ha crear nuevas formas de expoliar al planeta. Saben perfectamente que si llaman a las cosas por su nombre la gente no las va a aceptar, incluso ellos mismos sentirían vergüenza de lo que hacen. Un ejemplo es lo que idearon para enriquecerse con hipotecas cuando ya no había forma racional de hacerlo. Crearon unos instrumentos financieros que consistían en hacer paquetes con hipotecas de distinta calidad y las vendieron con la acreditación de máxima calidad. Cuando se encontraron con una cantidad enorme de hipotecas con alto riesgo de impago (lo cual no deja de ser un eufemismo, pues se dieron hipotecas con la conciencia de que no serían pagadas para desahuciar al hipoteca y revender la vivienda), lo que hicieron es inventarse un nombre rimbombante como vehículos de crédito garantizado para vender lo que no era sino pura basura financiera. En un mismo paquete había una hipoteca buena, una regular y una mala. Se vendía con la calificación de la buena, pero dentro estaba el gato muerto. Cuando llegó el momento, se destapó todo y el sistema colapsó. La verdad se impone a cualquier ejercicio de juego lingüístico.

Desde que colapsó el sistema financiero con sede en Wall Street, los tiburones de las finanzas se pasaron a la bolsa de Chicago, donde se juega con los valores de las commodities: materias primas, energía y alimentos. Desde 2008 se ha disparado una carrera para encontrar la manera de recuperar el dinero perdido en Wall Street y aumentar las ganancias. Lo han encontrado en los alimentos. Se dijeron entonces: "que hay seguro en el mundo, que la gente querrá comer. Los alimentos son el futuro", y se lanzaron a especular con alimentos. Pero eso tenía un límite: no puedes matar a la gente de hambre. Te puedes enriquecer hasta cierto punto, por eso han ideado otro modelo. Se trata de acaparar las tierras de cultivo de los países empobrecidos por siglos de colonialismo y políticas de dominación, pero enormemente ricos en recursos naturales y con mano de obra a precio de saldo. Nigeria, Etiopía, Sudán, República Centro Africana, Mozambique, Lesotho y un rosario de países de Asia y América. Es lo que conocemos como Land grabbing, acaparamiento de tierras.

La realidad es que una empresa o un Estado, con mucho dinero de sobra, adquiere derechos sobre las mejores tierras de cultivo de esos países a precios de risa. En Etiopía, país donde la FAO sigue alimentando hambrientos, se han dado concesiones a 99 años a empresas de Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, India o grandes empresas multinacionales por 15 céntimos la hectárea y año. En República Centro Africana lo ceden gratis. Las empresas constituidas para la explotación se aprovechan de las tierras y del agua, del clima y de las personas que trabajan por muy poco dinero. Se trata de agricultura intensiva, con altos consumos de agua y fertilizantes y un nivel enorme de contaminación de acuíferos y el ecosistema local. Los productos son para la exportación, sus precios son prohibitivos para la población local, de ahí la paradoja de un país que exporta alimentos mientras recibe ayuda para dar de comer a su gente. Todo esto no tendría explicación sin la connivencia de un gobierno corrupto que recibe los beneficios a cambio de permitir el latrocinio.

A raíz de esto se ha generado todo un sector financiero en Chicago que se dedica a la inversión en las empresas que acaparan tierras en esos países. Es más, cada día se pone más dinero con lo que la tentación para los gobiernos de los países empobrecidos es cada vez más alta. A veces, como sucedió en Madagascar en 2008, la noticia de que una empresa como Daewoo se quedaría con el 50% de las tierras cultivables del país por 99 años a cambio de casi nada, hace que el pueblo se levante contra su gobierno y se frene, pero no es lo habitual. Los acuerdos se llevan en secreto y las gentes no pueden hacer nada hasta que es demasiado tarde. La policía y el ejército se encargan del asunto.

Sin embargo, entre las empresas de inversión y las agencias internacionales del Banco Mundial y la FAO se ha generado toda una dialéctica positiva que intenta vender esto como realmente bueno para todos. Lo llaman win-win situation. Según ellos, se da una situación en la que todos ganan. Ellos, porque se llevan sus beneficios, el planeta porque hay más alimentos en el mercado, los países receptores porque reciben capital y desarrollan su economía, y los pueblos porque se generan puestos de trabajo de calidad. Nadie pierde, todos ganan. En realidad, esto es una falacia. Las ganancias de las empresas rondan un espectacular 25%. Esto no es posible si alguien no pierde. ¿Quién? Pues los pueblos y el planeta. Pierden los pueblos porque se destruye la posibilidad de una economía local de producción para el abastecimiento. Los pueblos pierden la soberanía alimentaria. Pierde el planeta porque se trata de agricultura intensiva que en pocos lustros acabará con las mejores tierras de cultivo y contaminará de forma irreversible el medio natural. Perdemos todos, porque a medida que avanzamos en la dirección equivocada, tenemos menos medios para evitar una catástrofe alimentaria global.

Las grandes empresas y los poderosos de este mundo han visto que no podrán sobrevivir si no se hacen con el control de las tierras de cultivo de cara a un previsible futuro de escasez. La única forma de asegurar su bienestar es destruir el de otros. Esta es la causa de las guerras que siguen en África y las que veremos en otros lugares. La mejor manera de robar algo es crear el ambiente propicio para el pillaje. La guerra es un buen instrumento para ello. Tal como lo han organizado, nos encontramos en una situación en la que todos perdemos, menos las grandes empresas. Sólo políticas destinadas a generar soberanía alimentaria en los pueblos pueden revertir la situación. Empezando por nuestro país, donde hemos cedido esa soberanía a Europa, dejando que Alemania y Francia nos imponga su política agrícola. Va siendo hora de recuperar la soberanía perdida, tanto en la agricultura como en la economía. España es un país rico y autosuficiente, podemos hacerlo.
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