Reparar la Iglesia II

Estamos en la segunda semana efectiva de clases de Eclesiología pneumatológica, tras la festividad del Pilar que coincidió con las sesiones de clase. Hasta ahora sólo hemos hecho una larga introducción que nos ha puesto ante los hechos más relevantes del tratado sobre la Iglesia. En primer lugar, he dejado claro que mi guía en las clases es la eclesiología del Concilio Vaticano II, en su documento principal sobre el tema Lumen Gentium. He planteado que este documento, en realidad todo el Concilio, supone el cierre de la división milenaria entre dos concepciones de Iglesia: la apologético-jurídica del primer milenio y la sacramental y mistérica del segundo. Se trata de la tesis de Pie-Ninot, aunque es cierto que no la comparto del todo, pues creo que el Vaticano II, al menos su espíritu va mucho más allá, eliminando la concepción apologética y relegando lo jurídico a lo meramente instrumental. Pero, creo que como tesis para los alumnos es buena, permite integrar los dos milenios de historia sin abrir muchas grietas en su percepción. Es decir,se trata de una tesis escolar que académicamente no comparto, pero enseño como válida mientras no conseguimos una mejor unificación de los conceptos.

El principio rector de esta tesis es la sacramentalidad de la Iglesia, entendida en su triple aspecto de signo externo (sacramentum tantum), la Iglesia como sociedad. Signo interno (res et sacramentum), la Iglesia como comunidad. Y la realidad última (res tantum), filiación y fraternidad en Cristo. De esta manera integramos tanto el aspecto exterior, formal y visible de la Iglesia, como la realidad interna, íntima diríamos, que es ser una comunidad de hijos y por ser hijos, hermanos todos. Esta realidad sacramental lo es por tener su ser, no en sí misma, sino en la misión que Dios le ha encomendado. La Iglesia debe ser el germen del Reino y por tanto su vida es su misión y su misión le obliga a ser testigo del amor de Dios. La misión de la Iglesia le lleva a vivir la diaconía como modo de ser. El servicio es la categoría esencial que sustenta a la Iglesia. Christoph Theobald lo ha expresado con nitidez en su último artículo en Revue Théologique de Louvain, la Iglesia tiene en la misión su ser último, por venir directamente de Dios, pero la misión debe llevarle a una reforma constante para adaptarse a ella. Esta es la lectura que el gran teólogo francés hace de la propuesta de Evangelii Gaudium, y que vamos a suscribir en este curso por completo.

El problema estriba en cuándo y cómo nace el tratado De Ecclesia, origen de la eclesiología que hoy conocemos. Nace en el siglo XIV como un arma del papado contra todos los ataques que recibía la Iglesia, sea de fuera o de dentro. De ahí que se conozca como una eclesiología apologética que deriva en una visión juridicista de la Iglesia y de las relaciones entre los cristianos. Gil de Roma, con su De Ecclesiatica potestate, y Jaime de Viterbo con De regimine Christiano, van a dar el pistoletazo de salida a esta concepción de la Iglesia, poniendo bases firmes para la concepción del poder absoluto del papa dentro y fuera de la Iglesia. Triunfa el concepto de la plenitud de potestad papal y del sometimiento de la espada temporal a la espiritual, que nace con la bula Unam Sanctam de Bonifacio VIII. Lo peor de esta concepción de Iglesia es que reduce la Iglesia a una estructura más que lucha por el poder en el mundo, perdiendo su misión y corrompiendo la esencia más profunda de la Iglesia: la filiación y fraternidad en Cristo. La Iglesia se entiende a sí misma como el Reino de Dios en la Tierra. Es una sociedad perfecta, con todos los medios para llevar a cabo la salvación perfecta de todos los hombres. Quienes no estén dentro de su estructura visible, no se salvarán: extra ecclesiam nulla salus. Y aquellos que no se sometan al romano pontífice tampoco, pues es de toda necesidad ese sometimiento, según Unam Sanctam.

Estas afirmaciones del magisterio no han sido anuladas, aunque sí han sido olvidadas por la mayoría, pero siguen ahí. El Concilio Vaticano II, en esto tiene razón Pie-Ninot, no derogó lo anterior, sino que fusionó las dos visiones de Iglesia, la expuesta arriba y la sacramental y mistérica que veremos en un próximo post. El magisterio nunca se desdice y esto es lo que permite que los ultra conservadores volvieran con la matraca tras el Concilio. Hace falta una derogación formal de estas doctrinas que pervierten el Evangelio y llevan a la Iglesia hacia posiciones gnósticas en lo doctrinal y agustinistas en lo político. Un Concilio o un Sínodo, lo mismo tiene, deben tomar el consenso teológico actual y afirmar sin ningún tipo de duda que las doctrinas emanadas del Dictatus Papae, de la Unam Sanctam y en parte de Pastor Aeternus, son nulas a todos los efectos. De lo contrario, cualquiera, con el magisterio en la mano, podrá afirmar una cosa y la contraria. Podremos decir, como ahora hacemos, que la Iglesia es una fraternidad en Cristo y que la salvación es un don de Dios que vivimos sacramentalmente por la Iglesia, que tiene la misión del servicio al mundo. Pero, también, podrán decir otros, como así hacen, que fuera de la estructura formal de la Iglesia no hay salvación y que someterse al romano pontífice es de toda necesidad para salvarse. Aunque con este Papa no parecen decirlo tanto.

Reparar la Iglesia exige eliminar lo que hizo daño dentro y fuera. Estas doctrinas no sólo hicieron daño, es que son absolutamente contrarias al Evangelio y a la Tradición del primer milenio eclesial, donde la Iglesia se vivió como el misterio de la presencia de Cristo en el mundo. Hacia eso es a lo que apunta el Papa Francisco, como hemos visto este fin de semana en su discurso al sínodo. El Papa quiere un Iglesia que viva la sinodalidad, colegialidad y correspondabilidad para servir al mundo. Esto es, en acto, una negación de la otra Iglesia, pero hace falta también un acto magisterial para avanzar por ese camino.
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