Votemos por el decrecimiento

A estas alturas de la película no debería quedar ninguna duda de que es imposible seguir como hasta ahora. El modelo de sociedad basado en el productivismo extractivista y despilfarrador de recursos se ha agotado, tanto a nivel moral como a nivel económico. Hay una sencilla ley económica que nadie puede evitar, es algo así como la ley de la gravedad. Se llama ley de rendimientos decrecientes, por la cual, el rendimiento obtenido en la producción es cada vez menor. Aumentando las unidades de trabajo invertidas no se obtiene mayor rendimiento, sino menor. Esta ley económica, en el fondo, tiene su base en una ley física, la segunda ley de la termodinámica, por la cual, todo sistema termodinámico, y la economía lo es, maximiza la entropía, es decir, la parte de energía que no puede usarse para generar trabajo. He aquí la unidad entre ambas leyes, la física y la económica. Todo sistema tiende a generar entropía y ésta mide la pérdida de la posibilidad de generar trabajo, por tanto, con el paso del tiempo la economía tiende a ser menos productiva, hagamos lo que hagamos, es una ley física que no puede ser violada.

Hasta el siglo XXI se ha aumentado la productividad del trabajo mediante la mecanización, en primer lugar, y la informatización después. Una vez llegado el sistema económico a la globalización plena, como sucede hoy día, es imposible seguir aumentando la productividad total. Los aumentos de productividad parciales se deben a los detrimentos de productividad en otros sectores o lugares. Se trata de un juego de suma 0, lo que unos ganan otros lo pierden. Ya no es posible extraer nuevos recursos que aumenten la producción a costes mínimos; tampoco lo es incrementar la productividad laboral de los trabajadores si no es aumentando la jornada laboral. Al final, lo que tenemos es que el modelo social capitalista, basado en el productivismo extractivista y el despilfarro de recursos, ha llegado a los límites físicos del Planeta Tierra. No puede ir más allá, por eso ha entrado en crisis sistémica, porque no puede seguir con la reproducción ampliada del capital. Por eso era imprescindible para el capitalismo acabar con el Estado Social que protege a sus ciudadanos. Ese lucro cesante que era el dinero destinado a cubrir las necesidades de los ciudadanos, hay que dedicarlo a cubrir las pérdidas en la Tasa de Ganancia del Capital. El límite estriba en qué nivel de miseria es capaz de soportar la ciudadanía, pues la Tasa de Ganancia sigue hacia abajo empujada por los rendimientos decrecientes y los límites fijos de reproducción del capital.


Si nada lo remedia, en diez años más nos encontraremos ante una situación de emergencia social en los países desarrollados: la mitad de la población no podrá cubrir sus necesidades básicas de habitación, vestido, alimentación, salud y educación. La descapitalización de los Estados mediante la externalización de servicios, privatización de recursos y pérdida de autonomía fiscal, llevará a unos mini Estados incapaces de asegurar la vida de la población y limitados al control de la seguridad pública. En España, especialmente, el proceso se acelera de forma exponencial, pues el fraude fiscal ilegal y el legal, aquél que permiten las continuas reformas fiscales que favorecen a las rentas altas, están jibarizando el Estado de forma rápida.

La única opción realista es echar el freno de emergencia ante la desbocada carrera hacia la autodestrucción del Planeta, pero para ello antes hay que frenar la destrucción sistemática del Estado, garante de la solidaridad social y del bien común. Hace falta, como han dicho los obispos españoles en su último documento, fortalecer las instituciones públicas y poner los recursos al servicio del bien común. Lo primero es parar en seco la externalización y privatización. Lo segundo es revertir las reformas fiscales, de modo que paguen los que tienen y paguen más los que más tienen. Lo tercero es establecer un plan de salvamento social, un Pacto contra la pobreza, dicen los obispos, que ponga las necesidades de las personas en el centro de la economía. Lo cuarto, frenar la economía del despilfarro de recursos, especialmente los energéticos, estableciendo un racionamiento de los bienes y servicios de forma justa y solidaria. Por último, hay que generar una conciencia de compromiso con el Planeta y con sus habitantes, estableciendo planes educativos, informativos y organizativos que impliquen a todos en salvar lo que es de todos.

Esto no es fácil, pero de no hacerlo, lo que se nos avecina es, por decirlo en palabras suaves, un verdadero infierno donde acabaremos peleando por los limitados recursos y donde la indiferencia hacia los demás será el signo de los tiempos. El hombre, de no hacer nada, acabará siendo, profecía autocumplida del neoliberalismo, un lobo para el hombre. Por eso, hemos de echar ya el freno de emergencia. Votemos por el decrecimiento físico para avanzar hacia el crecimiento personal, moral y espiritual.
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