Una espada a favor de "Iglesia, servidora de los pobres".
UNA ESPADA A FAVOR DE
“IGLESIA, SERVIDORA DE LOS POBRES (CEE)”
Comparto con muchos -creyentes y no creyentes- del estado español, la alegría de la reciente declaración conjunta de la Conferencia Episcopal Española (Iglesia, Servidora de los Pobres) en torno a la tan cacareada “crisis” que viene afectando tan dramáticamente a número tan elevado de ciudadanos en nuestro país (por centrarnos en el campo más inmediato de nuestra posible actividad). Alegría, ciertamente, porque no nos tiene acostumbrados el episcopado español a declaraciones tan rotundas y comprometedoras como la que aquí se nos brinda. Alegría, sobre todo, porque estamos convencidos de que una toma de postura radical como esta por parte de nuestros obispos ha de tener hondas repercusiones en las esferas políticas y sociales de nuestro estado. Los gobernantes no pueden mirar hacia otro lado, si quieren mantener su posición “católica” (en el caso, no escaso, de los que así se confiesan). Y el laicismo que campea por sus fueros en nuestro ámbito político, social y cultural, no puede dejar de escuchar una fuerte llamada a no desfallecer en la defensa de aquellos valores que mejor definen y defienden una democracia pluralista y justa.
Con el desbordante gozo que comenzó con la elección de Bergoglio como papa Francisco, y que durante sus dos largos años de servicio evangélico ha ido incrementando día tras día, de modo muy especial con la publicación de la Evangelii Gaudium, recibo ahora la reciente Instrucción Pastoral (24 – IV – 2015) de nuestros obispos españoles, por la que me siento obligado a blandir mi espada (no de capitán; de soldado raso) a favor de algunos aspectos en ella referidos, y que por mi dedicación pastoral más frecuente me resultan de especial interés y preocupación.
Me referiré a los párrafos que dedica la CEE al empobrecimiento espiritual. No me gusta que se contrapongan pobreza material y pobreza espiritual. Desde una concepción evangélica no cabe dualismo alguno en la concepción de la pobreza. Porque contra lo que luchamos, no es contra la pobreza, sino contra la miseria que priva a multitud de hermanas y hermanos nuestros/as de vivir con dignidad en todos los ámbitos de su existencia, tanto los que afectan a las necesidades corporales (alimento, vestido, casa, salud, etc.) cuanto a las de su espíritu (conciencia de su dignidad inviolable, experiencia de amar y ser amado y cultivo de su vida interior). De modo que, no me resulta aceptable que se diga “Pensamos que por encima de la pobreza material hay otra menos visible, pero más honda (la espiritual). No debe considerarse por encima de la pobreza material la espiritual, cual si la segunda no estuviese en la experiencia cotidiana tan vinculada, tan dependiente, tan causada por la miseria obligatoria a que se ven conducidos millones de seres, unos por carencia de lo esencial, otros por exceso de bienes de consumo a su alcance. Cuando lo que se tiene en mente es la pobreza evangélica, no se la puede identificar con las carencias materiales de unos, ni con la pérdida del sentido de Dios de otros. Ambas son, simplemente, miseria humana. Y contra ella estamos obligados a luchar cuantos creemos en un Dios de Amor o creemos, simplemente, en el valor máximo de la vida.
Es cierto lo que aseveran nuestros obispos: quien conoce de verdad a Dios, lo reconoce en todos los pobres, en todos los desfavorecidos de la Tierra. Y es, por tanto, tarea principalísima de las iglesias cristianas procurar ese conocimiento verdadero del Dios Verdadero. Cuando los “oficialmente” cristianos (bautizados) sólo tienen ideas de Dios más o menos estereotipadas, es decir, de viejos clichés manoseados y borrosos, no se les puede pedir que comprendan la urgencia de estar con toda su fe al servicio de los pobres. No es infrecuente encontrar en colaboradores muy estrechos de nuestras comunidades y parroquias a mujeres y hombres de inmejorable voluntad, pero carentes de una iniciación en el conocimiento vivo del Dios Viviente. A veces son personas que han recibido mucha “formación” doctrinal, pero escasa o nula en el terreno de la experiencia personal del Misterio. ¿Cómo pedirles, entonces, que reconozcan a Dios en los pobres, si su dios es otra cosa, un ser que está más allá de los avatares, sufrimientos y luchas de los más desfavorecidos? Hasta que los cristianos comprometidos con las estructuras comunitarias no puedan decir de corazón: “Los Pobres son mis Señores”, nada sabrán “en espíritu y en verdad” del que es y debe ser tenido como su único Señor.
Por todo lo hasta aquí dicho, y apoyándonos en las palabras de nuestros obispos, una buena parte de los que llenan nuestros templos y participan en nuestras actividades, nos están reclamando a gritos el beneficio de una nueva evangelización. ¡Hermosa conclusión! Nueva evangelización que debe moverse en torno a estos dos polos: la vivencia personal de Dios, un Dios que me quiere persona libre y responsable, fiel a mí mismo y comprometido con los valores íntegros de la vida humana, y al que puedo encontrar en mí mismo cada vez que me recojo en intimidad orante. El otro polo del eje dinamizador de la nueva evangelización, pedida a gritos por el Espíritu del Señor Jesús, es la de evangelizar a los pobres desde nuestra propia pobreza asumida como la mayor libertad, creatividad y audacia a favor de un mundo de Justicia y Paz, un mundo de todos hermanos con un solo Padre.
Que lo “prioritario” de la opción por los pobres y una auténtica vida espiritual en el seguimiento de Jesús son una misma cosa, debe quedar muy claro a cuantos se adentren en la meditación de Iglesia, Servidora de los Pobres. La primacía del ser humano, es decir, que una sola persona, una sola, sean cuales fueren sus circunstancias, vale infinitamente más que todas las riquezas, bienes de este mundo (incluidos los científicos, culturales y religiosos), es lo más evidente para todo evangelizado y evangelizador, es el fruto más maduro de haber conocido al Padre de Jesús que ha querido identificarse con los últimos y los que más sufren. Todo saber sobre Dios será siempre un saber de encarnación en los sufrimientos humanos y en sus luchas de liberación. Todo otro saber pretendidamente religioso estará muy cerca de alguna forma de idolatría.
En suma, agradecemos a nuestros obispos su mensaje, que abre una nueva etapa en la Iglesia que peregrina en el Estado Español. Camino, ciertamente, nada fácil, pero sí muy hermoso y prometedor. Estoy seguro de que, en la medida en que nuestro Pueblo de Dios vaya creciendo en estas dos realidades inseparables de la fe cristiana, cuales son la vivencia mística y el compromiso de solidaridad y lucha con los pobres, tendremos en nuestras regiones y nacionalidades que integran el Estado, una vitalidad eclesial que se manifestará como humilde servicio a un mundo mejor, siempre posible, irrenunciable desde la utopía cristiana.
Antonio López Baeza
www.feypoesia.org.