Una estrategia perversa para la destrucción del planeta

Corría el año 1995 cuando los 500 hombres de negocios más importantes del mundo, reunidos en el hotel Fairmont de San Francisco, tomaban una decisión crucial que dirigiría la historia en este planeta hasta hoy día. En aquella reunión, impulsada por Gorbachov, los asistentes llegaron a la conclusión de que para el próximo siglo XXI les sobraría el 80% de la población mundial. La revolución tecnológica de la información y comunicación, así como los distintos avances que se impulsaban en la robótica, permitirían que el mundo pudiera funcionar con una pequeña parte de la mano de obra de los países ricos, mientras que los países pobres quedarían para los trabajos más penosos. La deslocalización impulsada desde el principio de los noventa estaba llevando los trabajos más duros y de menor valor añadido a Asia, principalmente, pero también a América del Sur y África. En estos lugares se hacía necesario mantener a la población con bajos niveles de desarrollo, de modo que aceptaran con naturalidad niveles de explotación laboral inhumanos. Sería imposible conseguir esto si los países en cuestión mantenían políticas propias y proteccionistas, por lo que fue imprescindible aplicar toda la capacidad de persuasión de que son capaces el FMI y el Banco Mundial, junto a los gobiernos de los principales países enriquecidos, para que aquellos países aplicaran políticas de apertura de sus mercados financieros. Este fue el caballo de Troya del neoliberalismo.

En 1997 se produjo la primera crisis financiera de países emergentes asiáticos: Corea, Thailandia y el resto de vecinos por contagio, se vieron arrastrados a una orgía de especulación financiera que acabó en un robo masivo de una riqueza creada en dos décadas de proteccionismo económico. Los tigres asiáticos se vinieron a bajo. Los especuladores, con George Soros a la cabeza, se enriquecieron a costa de los pueblos que vieron cómo se reducía su educación y sanidad a la mitad para poder pagar la enorme deuda. Desde entonces, todas las políticas globales están destinadas a mantener a los pueblos empobrecidos en unos niveles suficientemente bajos, de modo que deban estar sometidos a los dictados del capital internacional. Si en los noventa consiguieron crear las condiciones para la explotación laboral de millones de seres humanos que se dedican a la producción de las mercancías de las multinacionales en condiciones pésimas, desde 2007 comenzó el acaparamiento de tierras (Land grabbing, en inglés). Coincidiendo, y no por casualidad, con la quiebra de las bolsas mundiales, los capitales se refugiaron en la especulación con alimentos, mediante la oportuna derogación de una ley que lo impedía en Estados Unidos. La bolsa de Chicago es el referente de los precios mundiales de los alimentos y allí se establece el intercambio del 80% de las materias primas. Especular con alimentos ha permitido que las grandes fortunas crezcan en los últimos 8 años, pero también que las mejores tierras de cultivo mundiales sean adquiridas por multinacionales, naciones ricas o grandes grupos financieros.


A día de hoy, el 80% de las tierras de cultivo de los países empobrecidos están en manos de los más ricos del planeta. La consecuencia es que mientras esos países cultivan alimentos para otros, ellos pasan literalmente hambre. Y no sólo se trata de la tierra, también del agua y los fertilizantes, así como de los ríos, bosques y el propio subsuelo. La perversa estrategia fue empobrecer al máximo a esos países, castigados por la deuda ilegítima de los años 80, para que estén dispuestos a vender a cualquier precio su tierra, agua, bosques o ríos, incluso su gente, utilizada como mano de obra semiesclava. Cuando alguno de esos países se ha opuesto, las consecuencias eran inmediatas: guerras intestinas engrasadas con dinero caliente y armamento fácil. Si no pueden hacerse con los recursos de un país, destruirán su capacidad de resistencia y al final se quedarán con todo. Dentro de esta estrategia está la guerra en Siria, en Libia, en Nigeria, en Somalia, en Yemen y pronto en algunos países de América Latina.

Esta estrategia que lleva 20 años aplicándose reunión tras reunión de los plutócratas globales, sea en el Club Bildelberg, sea en Davos o en donde sea, mantiene su hoja de ruta hasta 2050 y no cejará hasta conseguir el triunfo total. Triunfo que coincide con la barbarie extendida por todo el planeta. Por supuesto, también tienen planes para los países enriquecidos, pues ellos no tienen más patria que su propia riqueza. En aquella reunión de San Francisco, decidieron que a los habitantes de los países desarrollados había que darles un nuevo pan y circo. Se trataba del famoso tittytainment, una mezcla de entretenimiento y sexo embrutecedor, una especie de sexo, drogas y rock and roll, que impidiera cualquier intento por pensar y ser crítico. Nació entonces la cultura visual de espectáculo full time, con la televisión basura y el deporte como armas contra el pensamiento. Hoy no les es suficiente y deben ir más allá, pues el tittytainment cuesta dinero y no están dispuestos a gastarlo en otra cosa que no sean ellos mismos. Hoy, la estrategia es destruir los Estados de bienestar que quedan y sumir a la población en la barbarie.
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