Un tuit, por el amor de Dios.
He puesto el texto anterior entre comillas y en cursiva como licencia de autor. Son las palabras que podría haber verbalizado cualquier persona que comparta las afirmaciones de cierta alcaldesa de nombre evangélico que ha incendiado la red y provocado la hilaridad en algunos casos y la, por supuesto condenable, respuesta violenta de aquellos que se han sentido agredidos por su locuacidad incontenida. Pero las palabras de esta regidora representan mucho de lo que piensa una parte de la sociedad española, sobre todo la parte que no padece los rigores de la situación, incluso muchos de los que también lo padecen y se benefician del modelo neocaritativo que se está extendiendo en España como medio para paliar la difícil situación en la que se están viendo sumidas muchas familias. Lo que hasta hace pocos años era un derecho de la persona: una educación y sanidad gratuitas y de calidad, una vivienda en más o menos condiciones, unos medios de vida mínimos pero dignos, hoy empieza a ser un lujo al que solo una parte de la población accede por tener trabajo. En pocos años se ha visto acelerado el programa de reformas neoliberales que comenzara en los años ochenta al calor de la supuesta crisis de 2008 que ya va para cinco años.
Los poseedores de rentas y de recursos (utilizo a conciencia los eufemismos) han visto la oportunidad, que dicen que la pintan calva, para imponer a machaca martillo sus políticas públicas en las sociedades occidentales, especialmente en lugares como nuestro país. Han visto que pueden detraer los recursos públicos dedicados a la justicia social para financiar sus derroches financieros de las últimas décadas. En cinco años nada más hemos aceptado que tener casa es un lujo, que la sanidad y la educación son negocios y que las pensiones no son sostenibles. Además, agachamos la cabeza ante la propuesta tan querida por los propietarios de los medios de producción de que no coma el que no trabaje y no trabaje el que no se someta a cualquier condición, aceptando que es mejor una mierda de salario que no tener trabajo y expulsando a la mendicidad caritativa a un sector de la población que hasta hace poco podía sobrevivir. Pero siempre hay quien tiene suficiente dignidad como para no pedir y sí exigir lo que por derecho asiste a todo ser humano que viene a este mundo, a cualquier hijo de Dios que respira sobre la faz de la tierra: el sustento vital. En términos de Tomás de Aquino sería la alimentación, vestido y habitación. En sus términos: necesidades de indigencia. Si estas no fueran cubiertas, el ser humano estaría legitimado para tomarlas por sus propias manos, sin ser consideradas hurto.
Muchos enriquecidos de siempre y de ahora han vivido con mala conciencia sus posesiones, recelando lo que ya expresaran los Santos Padres de la Iglesia, que toda riqueza es fruto de la injusticia y que solo el latrocinio engorda las fortunas. Por ello, cuando han sido de tradición cristiana, han intentado calmar sus malas conciencias mediante un recurso que con gran habilidad le daban los clérigos, a saber, entregar parte de sus riquezas a la Iglesia en forma de donaciones caritativas, o bien asignarse unos pobres como propios para mantenerlos en el límite exacto de la sumisión. Fuera de una manera u otra, los pobres debían ser personas inhábiles para el trabajo y realmente necesitados de la atención pecuniaria para su sustento. Mantener a un hombre o mujer capaces de trabajar habría sido un sacrilegio, bien porque se detraen brazos de la fuerza productiva, bien porque se elimina un soldado del necesario ejército de reserva que mantiene los salarios y las condiciones laborales bajo los mínimos necesarios para la adecuada explotación de los seres humanos. Por eso, que existan pobres que aun no han sido excluidos del todo, pues conservan una cuenta en una red social, o porque su dignidad les impide mendigar y aun conservan la cara alta de la dignidad humana, enfurece a aquellos que necesitan de seres envilecidos para descargar sobre ellos su magnánima caridad. Esos mismos que aplican las políticas que destruyen la sociedad y con ella al ser humano, necesitan que se les mendigue su caridad para justificar sus acciones. Lo realmente digno es no aceptar sus dádivas y rechazar sus políticas.
P.S. Este veranos hemos disfrutado unos días en Asturias, lugar hermoso por sus paisajes y sus pueblos, y allí hemos podido observar como la supuesta crisis ha lanzado a la calle, a la mendicidad, a muchos seres humanos. Ahora constato algo que me sorprendió en sus rostros: no había humillación. No encontré muchos de los típicos pedigüeños de portal de iglesia o de calle concurrida, personas que han perdido en el proceso buena parte de su orgullo humano. No, lo que sí he visto, y ha sido una sorpresa, son varias personas que cuadraban con el perfil habitual del mendigo. Recuerdo ahora a un subsahariano sentado en su maleta y vestido con traje que me recordó a los emigrantes españoles sentados en sus maletas en los pasillos de los trenes de la vendimia. Vimos también a un joven, aseado y bien vestido, con una mochila en el suelo y un folio doblado en el que decía en mayúsculas de impresora: "TENGO HAMBRE GRACIAS". Estos y otros que vimos me recuerdan a seres humanos que piden sin llegar a la mendicidad, que aun no han traspasado el umbral de la indignidad y que conservan la mirada de quien se sabe en posesión de algo que nadie le puede arrebatar.