La verdad como ídolo
El texto que nos ha parecido significativo para establecer un giro en el pensamiento del Vaticano respecto al diálogo con otras religiones es el número 27 de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente:
"27. La tolerancia religiosa existe en numerosos países, pero no implica mucho, pues queda limitada en su campo de acción. Es preciso pasar de la tolerancia a la libertad religiosa. Este paso no es una puerta abierta al relativismo, como algunos sostienen. Y tampoco una medida que abre una fisura en el creer, sino una reconsideración de la relación antropológica con la religión y con Dios. No es un atentado contra las «verdades fundantes» del creer, porque, no obstante las divergencias humanas y religiosas, un destello de verdad ilumina a todos los hombres[22]. Bien sabemos que, fuera de Dios, la verdad no existe como un «en sí». Sería un ídolo. La verdad sólo puede desarrollarse en la relación con el otro que se abre a Dios, el cual quiere manifestar su propia alteridad en y a través de mis hermanos humanos. Por tanto, no conviene afirmar de manera excluyente «yo poseo la verdad». La verdad no es posesión de nadie, sino siempre un don que nos llama a un proceso que nos asimile cada vez más profundamente a la verdad. La verdad sólo puede ser conocida y vivida en la libertad; por eso, no podemos imponer la verdad al otro; la verdad se desvela únicamente en el encuentro de amor".
Bien es cierto que algunos pueden acusar al texto de mera táctica, en el sentido de que allí donde la Iglesia es minoría reclama la libertad que donde ocupa lugares preminentes no pretende para los demás. Pero esta acusación en este contexto no estaría justificada. Los obispos de Oriente Medio saben muy bien los estragos de la falta de libertad y la proponen como un fin no como un medio para lograr sus supuestos objetivos ocultos. La libertad religiosa no es, nos dicen y hace suyo Benedicto XVI, una puerta al relativismo, palabra tan al gusto de ciertos leguleyos papólatras que no han llegado a comprender nunca el sentido profundo de la crítica al relativismo posmoderno. La libertad forma parte de la sustancia misma del ser humano y nos empuja a una reconsideración de la relación del hombre con Dios y con la misma religión. Dicho de otra manera, poner la libertad religiosa en el centro del debate del diálogo interreligioso modifica nuestra percepción de la religión y las religiones y Dios mismo. Si somos consecuentes con la reclamación de libertad religiosa, entonces la verdad ya no es algo a poseer sino un horizonte de búsqueda común. Estrictamente hablando, solo Dios es la verdad, cualquier otra realidad creada que pretenda serlo o que se imponga como tal es un ídolo, un sustituto de Dios creado por el hombre para imponer a otros sus propios puntos de vista.
Según el texto, apropiado por el Magisterio a su máximo nivel, la verdad es un don de Dios que se encuentra en los otros y que puede ser experimentada en la relación de amor, porque la verdad es siempre el amor con el que Dios nos ha amado y con el que los hombres nos amamos. La verdad ya no es un conjunto de creencias que hemos de imponer, ni un fardo pesado que hemos de arrastrar, ni una lista de hechos a cumplir; la verdad, nuestra verdad, no es algo que debamos defender; es, en primer lugar, Dios mismo que se da a los hombres para amarlos; es una propuesta de relación humana que se muestra como búsqueda de todos para llegar al encuentro amoroso; es, al fin, una meta, un horizonte de sentido, una esperanza de plenitud humana.
Con este texto, Benedicto XVI se aleja de otras posiciones más duras que mantenían a los teólogos con precaución ante el diálogo, más atentos a lo que había que defender y al supuesto riesgo de pérdida de la propia fe, que a dejarse llevar por el encuentro con los otros, lugar teológico fundamental y fundante para el encuentro con Dios. Dios siempre nos sale al encuentro en el camino, en Oriente Medio lo han sabido ver en el camino del diálogo interreligioso, aquí también nos sale al encuentro y se trata de saber encontrarlo.
*Para Álvaro Garre Garre, siempre atento a los signos de los textos.
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