"Solo engañan a… quienes quieren ser engañados" La táctica de los dictadorzuelos
"Resulta sorprendente que haya quienes precisen lustros para detectar a miembros de esa horda que enturbia lo público y lo privado, lo espiritual y lo profano"
"Eugenio Vulgario se había atrevido, originariamente, a poner negro sobre blanco lamentables comportamientos papales"
"La pusilanimidad es un mal extendido y pocos se atreven a expresar verdades cuando se juegan el condumio o el chófer"
"La pusilanimidad es un mal extendido y pocos se atreven a expresar verdades cuando se juegan el condumio o el chófer"
Desde que viajé a Chile por primera vez, en 1991, quedé fascinado. También por su música folklórica. Violeta Parra Sandoval (+1967) ha endulzado con sus cantos tardes de mi vida. Víctor Jara (cruelmente asesinado en 1973) ha hecho mis delicias con su voz envolvente. Me sigue chirriando, esto sí, sus ditirambos a Ho Chi Minh (+1969), uno de los criminales abyectos del siglo XX. Solo en la reforma agraria de 1953-1956 ordenó la ejecución de 15.000 conciudadanos… El cincuenta aniversario del golpe pinochetista me ha inducido a garabatear unas reflexiones sobre fenómenos que se repiten.
En toda época confluyen una caterva de personajes -se llamen Daniel, Pedro, Francisco, Nicolás, Andrés Manuel, Pablo, Salvador, Augusto, Bashar, etc.- que bajo el signo del populismo y el escudo de un genérico pueblo actúan como autócratas impenitentes. Ensalzan a todo aquel que les aplaude, aunque técnica y éticamente sean deleznables, y embisten con obscena visceralidad contra quienes no laudan perfidias. La inmoralidad de sus acorchadas conciencias les permite obrar de forma que a cualquier individuo con entrañas le produciría vómito.
Resulta sorprendente que haya quienes precisen lustros para detectar a miembros de esa horda que enturbia lo público y lo privado, lo espiritual y lo profano. Por lo demás, la amenaza es el arma preferida de los tiranos.
El diácono trovador Eugenio Vulgario (+928) denunció abiertamente la indignidad del papa Sergio III (+911). Entre otras iniquidades, había sido uno de los principales implicados en el infamante juicio a Formoso (897). El castigo para el acusador fue el presidio. Allí coincidió con Auxilius de Nápoles, que moraba en el mismo antro desde 18 meses antes. Igualmente, clérigo poeta, de mayor edad que Eugenio y defensor del ultrajado papa Formoso. Auxilius de Nápoles no volvió a ver la luz. Leal a sus principios, fiel a Dios, murió en aquel brutal encierro, clamando por su libertad.
Por el contrario, Eugenio Vulgario, como tantos de entonces y del presente, decidió mutar de orilla, porque apreciaba más su calidad de vida que el decoro y la verdad. La originaria bravura de Vulgario al mostrar que Sergio III era corrupto (porque lo era y mucho, también lúbrico) fue desvaída por su vergonzosa rendición.
Eugenio Vulgario se había atrevido, originariamente, a poner negro sobre blanco lamentables comportamientos papales en el acto en el que Teofilacto de Túsculo iba a ser ascendido a dux. Proclamó Vulgario: “unter pontífices preasentis tramitis aeui / Lucifer ut Terris alter splendescis honore…”. De otra manera: quien como Sergio III había contradicho y dañado a un pontífice precedente no podía ocupar el solio.
Teofilacto fue el encargado de ordenar la encarcelación. El instigador era Sergio III, pero rara vez los déspotas dan la cara. Tras jornadas de reclusión, como acabo de mencionar, Vulgario se había transformado. Algunos tergiversadores malignos lo denominan adaptarse. De forma semejante a como ahora juntaletras y estómagos agradecidos que proclamaron verdades sobre transgresiones de hace pocos años, aquel diácono cobarde mutó en menos que canta un gallo.
La pusilanimidad es un mal extendido y pocos se atreven a expresar verdades cuando se juegan el condumio o el chófer. Olvidan que en esas situaciones ponerse a favor de las modas es vilipendio, porque ¡los profetas van contracorriente!
Cuando Eugenio Vulgario fue trasladado a Roma para ser juzgado ante Sergio III, clamó que merecía martirio por haber mancillado el nombre de Sergio III, a quien calificó como el más justo, noble y sabio de cuantos pontífices había conocido la cristiandad. Luego, dio lectura a “Aurea Roma”, encendida oda al obispo de Roma. Italia y toda la cristiandad debían a aquel individuo con tiara la justicia, la consolidación de la fe, la seguridad frente a la amenaza sarracena, la restauración de edificios emblemáticos y múltiples reconocimientos más. Recuerdan sus palabras a una indocumentada que calificó de coincidencia sideral el encuentro entre dos ridículos politicastros hace escasas fechas.
Eugenio Vulgario, en su encomio a Sergio III, solicitó que se acuñaran nuevas monedas en las que debía desaparecer la figura del emperador y ser sustituida por la del Pontífice. Durante aquel grotesco acto de humillación proclamó que las medallas de Sergio III deberían incluir la tiara papal sobre su mollera. “Salve, summus et unus, / Sergi gloria mundo…” (salve, sumo y uno / Sergio, gloria del mundo), le cantó al ignominioso vicario. En la actualidad se hacen programas en Disney o series tan intragables como aquellas quimeras.
En el culmen de lo chusco, Teodora, pelandusca de lujo, esposa de Teofilacto y amante del papa, fue calificada como fémina brillante, ilustrada y magnánima.
Sergio III, como los pedros, franciscos, pablos, nicolases, danieles, cristinas, néstores, begoñas de todas las estaciones, otorgó clemencia y abrió para aquel vate las puertas del palacio de Letrán, donde llegó a ocupar un alto cargo en la prefectura de la casa Pontificia. Aquel bardo, pícaro embaucador, había llegado a conectar con el altanero Sergio III.
Eugenio Vulgario se ocupó de la intendencia de la biblioteca vaticana y del control de los copistas, además de la verificación de la firma de los escritos generados en la curia antes de pasar a la firma del Papa. Eugenio, abandonada la honradez, escaló vertiginosamente.
Muchos ascienden en organizaciones públicas y privadas a base de no pesar; para lograrlo, lo primero es no pensar y acallar la propia conciencia. Pocos acopian el valor de manifestar el penoso comportamiento de quienes deberían ser éticos para alcanzar liderazgo y son, por el contrario, dictadorzuelos caribeños, que solo engañan a… quienes quieren ser engañados.
Etiquetas