Liturgia de la UBL Domingo de Pascua: "Corrían los dos juntos..."
Comentario al evangelio del Domingo de Resurrección (Jn 20,1-9).
| Hanzel J. Zúñiga Valerio
¿Cómo podemos hablar de vida en un contexto de muerte? La crisis que ha sobrevenido por la enfermedad, la soledad y el aislamiento pone en entredicho muchas falsas seguridades que creíamos gozar. No obstante, la crisis también desnuda los corazones y la conciencia. Muestra nuestro egoísmo y evidencia la desigualdad en nuestro sistema de consumo. Esto no es malo, más bien es revelador. Es en las crisis donde se devela quiénes están dispuestos a caminar más de lo que deben, a renunciar a sus condiciones de comodidad y a dar su vida a cuentagotas. Celebrar la resurrección, entonces, no es solamente recordar una narración del pasado, sino revivirla con gestos y palabras. Se trata de transformar el hambre, la violencia y la enfermedad de nuestro mundo en equidad de acceso, en paz mediante la justicia y en compañía ante el dolor.
El relato que la liturgia del domingo propone, como lo hace para todo el Triduo Pascual, es tomado del evangelio según Juan. A diferencia de los sinópticos, Juan presenta a María Magdalena yendo sola al sepulcro de madrugada. Es el "primer día de la semana", es decir, domingo. Para los primeros seguidores de Jesús, el domingo era, en realidad, el "octavo día", es decir, el nuevo comienzo, el inicio de la nueva Creación. Por esta razón, toda la semana que sigue al domingo de Pascua es "un gran domingo", la más grande de las fiestas, la "octava de Pascua". María llega en medio de la oscuridad, aún no ha amanecido y las tinieblas (skotía) cubren el huerto donde está el sepulcro. De repente, todo cambia: "[...] vio que la piedra estaba retirada del sepulcro" (v. 1), pero no comprende, se asusta y corre donde los demás discípulos para denunciar el robo del cadáver. El miedo se sigue apoderando de ella. Se trata del mismo miedo que se transformará en alegría al escuchar su nombre de boca del mismo Jesús (20,16).
Puestos sobre aviso, Pedro y el "discípulo amado" corren a prisa hacia el sepulcro. Al llegar primero, el discípulo ve los lienzos en el suelo pero no entra. Pedro entra sin fijarse, sin pensarlo, ve el sudario aparte del lienzo pero no entiende nada mientras que el discípulo, habiendo ingresado después, con solo una mirada "vio y creyó" (v. 8). La carrera la gana el "discípulo amado" mostrando su cercanía con el Señor, pero quien debe entrar primero es Pedro. A pesar de esto, la reivindicación de aquel que negó tres veces a Jesús no se ha dado; tendrá que confesarle tres veces su amor para revertir su cobardía (21,15-17). La descripción de un sepulcro ordenado, con las vendas dobladas inclusive, excluyen cualquier posibilidad de robo y este es el "signo" que interpreta el discípulo para creer:
"Si el ver de María Magdalena había desembocado en un malentendido, y el de Pedro se había quedado antes de ninguna interpretación, el ver del discípulo amado es un ver que suscita la fe. Su inspección señala el nacimiento de la fe pascual; una fe pascual consumada, pues el discípulo amado cree sin que se le aparezca el Resucitado; cree con solo ver la tumba vacía, es decir, únicamente a la vista de la radical ausencia de Cristo" (1).
De esta forma, la comunidad joánica explica el valor de la fe: no se trata de creer como Tomás, que necesita pruebas empíricas (20,25), sino como el "discípulo amado", que ya había entendido la muerte como su glorificación. Sólo en la cruz Jesús es rey y esta paradoja está en el centro de la comunidad postpascual. Curiosamente, el texto no nos dice nada de un anuncio kerigmático por parte del discípulo, simplemente se pone en relación la fe profunda con la comprensión de las Escrituras: "[...] debía resucitar de entre los muertos" (v. 9). Y debía resucitar porque el Justo no puede quedar allí: "Después de sufrir, verá la luz" (Is 53,11); Dios le levantará y le dará nueva vida: "Sabréis que yo soy YHWH cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de ellas [...]" (Ez 37,13); porque "Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y viviremos en su presencia" (Os 6,1-2); para que, finalmente se proclame con fuerza: "Así actuó el Señor" (Sal 22,31). Esta fue la genial relectura de las primeras comunidades para entender la muerte de Jesús como vida abundante, vida reivindicada, vida resucitada.
Los discípulos, entonces, regresan en silencio. No dicen nada. Solamente María Magdalena, después de encontrarse con el Resucitado, comienza la predicación por encargo del mismo Jesús: "Vete donde mis hermanos y diles [...] He visto al Señor" (20,17-18). Solo el Viviente puede suscitar el anuncio de la vida, el anuncio de una humanidad transformada, el anuncio de la metáfora fundamental que los/as cristianos/os llamamos resurrección: "[...] en Jesús resucitado ha sido glorificado un fragmento de corporeidad, de historia, de cosmos, y esto es el comienzo de una humanidad nueva, es el destino de la humanidad" (2).
Nos corresponde a nosotros/as, que nos decimos seguidores de Jesús, transparentar la resurrección cotidianamente. Se resucita con Jesús cuando amamos "hasta el extremo", cuando "morimos" por defender la justicia, cuando incluimos a los olvidados y atendemos a los sufrientes. Se resucita con Jesús cuando, día con día, corremos para encontrarnos con él, como el discípulo y Pedro, no de pasada, sino "entrando en el sepulcro" para constatar que ya no está allí:
"Hazte un Pedro o un Juan; corre hacia el sepulcro, hazlo a porfía y con los demás; rivaliza en este hermoso esfuerzo. Y si eres adelantado por la rapidez, vence por el afán, no para mirar de pasada al sepulcro, sino para entrar dentro" (3).
Bibliografía citada
(1) J. Zumstein, El evangelio según Juan, tomo II, Salamanca: Sígueme, 2016, p. 346.
(2) C. M. Martini, Los relatos de la Pasión. Meditaciones, Santander: Sal Terrae, 2018, p. 175.
(3) Gregorio Nacianceno, "Discurso sobre la santa Pascua" 45,24: J. C. Elowsky y Th. C. Ogden (eds.), La Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia. Evangelio según san Juan (11-21), tomo 4b: Nuevo Testamento, Ciudad Nueva: Madrid, 2007, p. 433.