"Déjenlos crecer juntos hasta la siega"

La parábola del “trigo y la cizaña” está enmarcada en un ambiente agrícola y el centro de atención está en la semilla sembrada y el resultado obtenido. En este caso, la dificultad viene del hecho de que en medio del trigo aparece también de forma inesperada la “cizaña”, que externamente se asemeja al trigo, pero que es en realidad, una mala hierba.

Esta parábola nos manifiesta que el juicio no debe anticiparse, que los que trabajan al servicio del Reino tienen que evitar caer en las tentaciones integristas y excluyentes. Eso no quiere decir que nos crucemos de brazos ante la injusticia y que no seamos lúcidos.

Hay que notar que el sembrador siembra buena semilla en su campo y el texto dice que “mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó”. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del ser humano empeñado en que no logre su plenitud. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún enemigo a sembrar la mala semilla en nuestro campo. Somos conscientes que nuestra limitación y nuestras fragilidades nos acompañan a lo largo de nuestra vida. Pero es importante permanecer en vela y no quedarnos dormidos como ocurre en la Parábola. Cuando dormimos aparece la fuerza de la cizaña que nos arrastra en una dirección equivocada.

En nuestro mundo hay mucho trigo, pero también abunda la cizaña y esto pasa también en la Iglesia, en nuestras relaciones, en nuestra vida personal, pero ¿cuál debe ser nuestra actitud? ¿arrancar la cizaña?, ¿escandalizarnos del mal?, ¿acusar a los otros?, ¿caer en el desánimo? Es muy peligrosa la actitud del todo o nada. En eso consiste el peligro del puritanismo y pesimismo o la intolerancia.

“Déjenlos crecer juntos hasta la siega”. En esta expresión está el mensaje central de la parábola. Jesús no reunió una comunidad de puros, sino que, su mensaje, se dirigía a los pecadores, y a todos, sin exclusión… Jesús es la misericordia de Dios para con el mundo. El cristianismo es una persona, no una idea moral, por eso necesitamos redescubrir de nuevo a Jesús y la alegría del Evangelio. La parábola muestra que el Reino de Dios se hace presente en la ambigüedad de la Historia y en la ambigüedad de la vida de cada uno de nosotros y que, el comienzo de éste no supone la erradicación del mal. Hay que esperar hasta el final… Todos podemos transformarnos y mejorar nuestra vida. Necesitamos reafirmar nuestra fe y nuestra confianza en el ser humano y en sus posibilidades de transformación y crecimiento.

“¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, que podrías arrancar también el trigo” La cizaña es una hierba muy parecida al trigo y no se puede distinguir de él hasta que no produce el fruto. Frente a la impaciencia de los que no pueden ver juntos el bien y el mal, está la paciencia de Dios. Necesitamos aprender esa paciencia y esa tolerancia, para con nosotros mismos y para con los demás.

No nos precipitemos en los juicios, no nos erijamos en jueces definitivos. Una cosa es una actitud sanamente crítica y otra son los juicios. El recurso fácil de dividir a las personas en buenas y malas no es ajustado a la realidad y vulnera los criterios del Evangelio.

Nadie es esencialmente bueno ni malo, es absurdo considerar a uno bueno y a otro malo, el que presume de ser “trigo limpio” o es un ignorante o es un impostor, en todos nosotros se da la ambigüedad.

Todos somos frágiles y necesitados de conversión. La conversión tiene que partir de la verdad. ¿Quién nos ha dado la exclusiva para etiquetar a las personas y las situaciones? ¿Quién nos da el derecho para juzgar a nadie? ¿Estamos tan seguros que en nuestras espigas no crecen también cizañas? Si en nuestra experiencia personal, si en la experiencia de nuestro propio camino personal somos conscientes de nuestras fragilidades y de las dosis de paciencia que necesitamos para con nosotros mismos ¿Por qué no ser también pacientes y comprensivos con los demás? Dios tiene paciencia con el trigo y también con la cizaña… Dios es amor y sólo amor. El amor de Dios es un amor sin límites.

También hoy, en nuestro corazón y en nuestra sociedad, hay “muchas cizañas” que amenazan con ahogar el “trigo bueno” de cada día: la rutina que apaga una sed del Agua viva, esa sed se hace oscuridad, cuando debería ser luz que iluminara el camino hacia el pozo profundo que llevamos dentro, en nuestro corazón. A veces, nos enfangamos en “cisternas agrietadas” que no pueden retener el agua. El manantial de nuestro propio corazón se ha cegado con tantos sucedáneos, con tanta ansiosa búsqueda de algo o alguien que lo calme sin acertar a despejarlo para que brote el “surtidor” de la Vida que llevamos dentro. También la indiferencia que amenaza el amor comprometido, la ambición que destruye la justicia de nuestro mundo, el desprecio que envenena la bondad del corazón… Sin embargo, nosotros los que deseamos seguir a Jesús y que estamos insertos en esta sociedad, podemos mirar el futuro con esperanza, guiados por el gozo de sentirnos amados por Dios. Es la certeza más profunda que nos hace vivir nuestra vida con sentido.

Recordemos siempre que en el terreno de nuestro corazón ha caído el trigo y la cizaña y que es nuestra libertad la que decide si la cizaña ahogará el trigo en nosotros o lo hará crecer.

A veces pretendemos una Iglesia ideal pero si fuera así, tal vez, nosotros no cabríamos en ella. Como escribe Bernanos: “Muchos quisieran una Iglesia limpia y agradable como un hotel de lujo donde sólo se hospedan personas refinadas, pero si se les contentara descubrirían con disgusto que en una Iglesia así ellos serían los primeros que no podrían entrar”.

Que hoy podamos volvernos al Señor para decirle: Señor, tú que siembras en el campo del mundo y en el campo de cada uno de nosotros el trigo bueno del Amor y de la Vida, concédenos permanecer vigilantes durante la noche para no dejar que el enemigo esparza en nosotros la cizaña. Concédenos comprender que Tú caminas a nuestro lado y que en Ti encontramos la felicidad y la alegría que todos buscamos.

Cardenal Rodrífguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa
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