Fiesta grande de San Ramón Nonato
Y entonces, para justificar la intervención, este hombre le dice: “¿Quién es mi prójimo?”. Todos sabemos quién es mi prójimo, ahora, después de este evangelio. Porque lo enseñó Jesús tan clarito. ¿No? Y entonces le pone un ejemplo. Y no cita a un hombre religioso. Primero el cuadro que nos presenta San Lucas es de alguien que va de camino y recibe una paliza. Unos ladrones lo esquilman, le sacan todo lo que tenía y lo dejan tirado medio muerto. Podría ser una noticia de nuestros diarios ¿Verdad? Todos los días tenemos estas cosas de alguien que recibe una paliza, que no se encuentra, que...
Pasaron dos hombres muy religiosos y dieron un rodeo, dice San Lucas. Lo miraron así, con el rabo del ojo, acaso para no contaminarse. Porque los judíos, por ahí, veían a alguien tirado y entonces no querían problemas. Y pasó un samaritano, que era un pagano. Los samaritanos eran paganos, no pertenecían al pueblo de Israel. Por lo tanto no tenían la misma religión del prójimo, por decirlo así ¿No? Seguramente creía en Dios pero no tenía esta forma de expresarlo: amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo.
Y miren las cosas que hizo este hombre en dos renglones en el evangelio de San Lucas. En primer lugar se acerca, trata de curar las heridas con lo que tenía: vino y aceite. Lo venda con lo que tenía. Nos imaginamos que agarró algún trapo de su montura. Hizo lo que pudo el hombre. Luego, después de calmar el llanto, seguramente, lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a una posada muy cerca. Durante la noche (porque al otro día se fue, dice San Lucas cuando le dice al posadero: “Bueno, mi cuenta te voy a pagar.”) pasó la noche con este hombre. Me imagino, ustedes muchas veces habrán cuidado a un enfermo ¿No? Que está grave. Y un poquito dejemos volar la imaginación.
Entre el llanto y la bronca de la impotencia, que le habían pegado y que le habían robado todo, los dolores de la herida, que no podía dormir, que se daba vuelta. Cuántas veces tenemos algún familiar mayor, que hay que alcanzarle la chata, el papagayo, llevarlo al baño, dame agua. Habrá dormido muy poco este samaritano, y tuvo este gesto: “Si gastás algo más cuando yo vuelva te lo pagaré”.
¡Miren si ocurría en este tiempo! Enseguida se viralizan, como dicen, las cosas. En las redes aparece la buena noticia. Pero no tuvo esa suerte el samaritano. Tuvo una suerte mejor. Para todos los tiempos. Porque la noticia que se viraliza es para un día, dos, tres a lo sumo. Miren esto: dura casi dos mil años y estamos leyendo este evangelio. Es tan fuerte el gesto de misericordia que hizo este hombre, esta compasión que salió de su corazón, que hoy nos sirve de ejemplo para entender quién es mi prójimo. Mi prójimo no tiene nombre de amigo, de pariente. Todo hombre es mi hermano. Toda mujer es mi hermana. Mi hermana, mi madre. Así lo dice Jesús. ¿Quién es mi prójimo?
Cada vez que nos acercamos al Santuario de San Ramón vemos a un hombre con una palmera en la mano. Signo del martirio. Los mártires no terminan sus días confesando la fe sin antes haber entendido el evangelio de Jesús. No se es mártir porque a uno siendo cristiano lo atropella un colectivo. No, no. Se es mártir porque es consecuente con su vida. Termina confesando la fe en Jesús y termina confesando también a su prójimo, ayudando a los demás.
Como pasó San Ramón su vida. Entonces a este ejemplo de la gente que pasa y no tiene compasión, que mira de reojo las cosas, estamos acostumbrados. En Buenos Aires los porteños tenemos este estigma. Hay mucha gente en la calle. Se dice que hay más de 20.000 personas. Yo en la Plaza de Mayo cada vez veo más gente en situación de calle. Familias con chiquitos como los que tienen ustedes en sus brazos. Si somos indiferentes seremos como estos dos hombres religiosos, que tienen fe pero que pasan de largo, que dan rodeos. Y lo peor que nos puede pasar a los porteños es esto: la indiferencia. Porque se nos va metiendo en el corazón.
La indiferencia no es solamente con el prójimo que no conozco. La indiferencia termina siendo también indiferencia en casa. Se nos va formando un callo en el corazón ¿No? ¡Qué ejemplo que nos da el samaritano! No lo conocía, un extraño, y tuvo compasión. Jesús es el buen samaritano que pasó por este mundo y tuvo compasión de nosotros. Esta parábola está describiendo a este Jesús que viene a mostrarnos la religión del prójimo. Amor a Dios y amor al prójimo. Tiene forma de cruz nuestra religión. Por eso Él termina en la cruz, abrazándola, y aquellos que siguen a Jesús y son coherentes con su fe, como San Ramón, terminan así. Porque Jesús dice: “¡Si esto le hicieron al Maestro, qué no le harán a los discípulos!”
Entonces la preguntita que esta mañana se me ocurrió cuando estaba preparando una hojita. Este lema que nosotros tenemos aquí: recibir, escuchar, servir. El samaritano lo recibió en su vida, porque hizo suyo el problema. Porque también podemos pasar por la vida mirando muchas miserias humanas y decir: no es lo mío, no me corresponde. Algo podría hacer pero sigo de largo ¿No? Recibir en la vida sobre todo al prójimo, el próximo, el que tenemos en casa, el que tenemos más cerca, como amigo, como compañero de trabajo, de estudio, de recreación. Son mi prójimo. Algo puedo hacer por ellos. Puedo comportarme como el samaritano. Bueno: lo tengo que recibir en mi vida. La segunda actitud dice “escuchar”.
La escucha es una palabra hermosa en la Biblia. Recorre toda la Biblia. Jesús, como buen judío, rezaba la oración del Shemá, que comienza diciendo: “¡Escucha, Israel! Amarás al Señor, tu Dios, con toda tu alma, con todo tu cuerpo, con todo tu corazón”. Lo que le enseño a este doctor de la ley: “Y a tu prójimo como a ti mismo”. Escucha. Esta palabra es escuchar a Dios y escuchar al hermano. No existe solamente escuchar a Dios si no nuestra religión sería intimista. La religión católica tiene los pies en la tierra. Si escucho a Dios, y sé que Dios siempre me escucha, tengo que escuchar a mi hermano. Así me lo enseña también la doctrina del perdón. Así como Dios me perdona yo tengo que perdonar a mi hermano.
La escucha es igual en la actitud hacia mi prójimo. Y, finalmente, el servicio. Cuando uno lo mira a Jesús arrodillado lavando los pies a los discípulos uno se acuerda: primero hace el gesto. ¿No? Primero sirve. Y después les dice: “Yo no vine a ser servido sino a servir” “Y yo estoy entre ustedes como el que sirve” también dice Jesús. Estas tres palabritas. Los laicos, que eligieron junto con los sacerdotes, todos los que se comprometen en el Santuario para recibirlos a ustedes votaron esta frase. Y deseamos de corazón que se la lleven en su corazón, porque nos hace más dignos cristianos, más humanos. Esto de recibir, escuchar y servir. Recibir los problemas ajenos como propios, no pasar indiferentes. La oración del Sínodo que hemos propuesto es: “Que yo no pase indiferente ante cualquier miseria humana”. Si algo puedo hacer, sepamos que se lo estamos haciendo al mismo Jesús. Él mismo dice eso: así si le hacés una gauchada, a mí me la hacés. Estuve en la cárcel, estuve enfermo: a mí me lo haces.
Que el Señor nos ayude en este día a entender este evangelio tan sencillo y tan didáctico ¿No? Pero tan difícil de bajarlo a las manos. Bajar también a nuestras vidas esta doctrina del prójimo. Que San Ramón por su sangre derramada, por su sacrificio y por todas las gauchadas que hace en este Santuario, por estas bendiciones a las panzas de las mamás, a las criaturas que vienen y alegran la vida de los argentinos le pedimos que nos ayude a ver a los demás como a nuestro prójimo.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo amén.
Card. Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires