Hombre de poca fe

En variados episodios del evangelio, nos conseguimos cómo Jesús alaba la fe de quienes, sin ser judíos, comienzan a ver en Él al Mesías. Pero, a la vez, les recrimina, sobre todo, a sus discípulos más cercanos que son “hombres de poca fe”. Así sucede en el episodio de la “tempestad calmada”. De igual modo, se lo dice a Pedro, quien lo desafía al verlo caminar sobre las aguas. Antes, a él y sus compañeros, Jesús les ha dicho “no tengan miedo soy yo”. La barca donde surcaban el lago se veía estremecida por las aguas turbulentas del momento. El Señor les sale a su encuentro caminando sobre ellas. Los discípulos se asustan y creen que es un fantasma. Es cuando les invita a no tener miedo y a ver quién es Él. Pero Pedro, se envalentona y reta al Maestro: “”Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”.

Jesús acepta el reto y le dice en forma imperativa: “Ven”. Pero, al darse cuenta que caminaba sobre las aguas y sentir la fuerza del viento siente miedo y comenzó a hundirse. Entonces grita con desesperación: “¡Sálvame Señor!” Jesús lo toma de las manos y le recrimina: “hombre de poca fe”. Al llegar a la barca se produce el asombro de la fe y exclamaron todos los discípulos: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.

Este episodio nos ofrece un sinnúmero de ideas para la reflexión y la oración. Vamos a detenernos en tres de ellas: una primera, es la falta o poquedad de fe, de Pedro (y de sus compañeros). Sienten miedo pensando que es un fantasma, pero no terminan de asumir que es el Maestro quien les da una garantía: “Soy yo”. Esta es una expresión para indicar el poder especial del Hijo de Dios, identificado con su Padre, quien es conocido como “Yo soy”.

Es una nueva prueba de Jesús hacia los suyos, que no terminan de arriesgarse a creer en Él. Quien ha multiplicado los panes, quien ha realizado miles de curaciones y liberado a los oprimidos por el demonio, quien ha mostrado palabras de vida eterna… no termina de ser reconocido como el Señor Dios y Salvador. Aún persiste el miedo de la duda o de la incomprensión. Pero ahí está el Señor, que les va a recriminar la poquedad de su fe, pero les tenderá la mano para seguir conduciéndolos a la profesión de la fe. Por eso, van a reconocer: “Verdaderamente eres el Hijo de Dios”.

La segunda idea la conseguimos en la actitud de Pedro. Desafía al Dios humanado: “Si de verdad eres tú, haz que vaya a ti”. Es la actitud de quienes pensando tener fe quieren que Dios haga lo que ellos desean. Manipulan a Dios: “Si de verdad eres Dios…” Es la actitud de tanta gente que quieren exigirle a Dios lo que ellos quieren y como ellos quieren. Dios acepta el reto y cede ante su petición, pero con decisión. Esto se observa en el imperativo que le hace a Pedro: “Ven”. No se pone con contemplaciones. “Si tú me retas, acepto el desafío y te ordeno que vengas con tus fuerzas a mi encuentro”. Sólo que puede suceder lo acontecido a Pedro, quien sintió miedo y se dio cuenta de no poseer la fuerza necesaria para aceptar el imperativo, también desafiante de su Señor. De allí que exclame con angustia: “Sálvame”. Eso hará al Señor, no sin antes regañarlo: “hombre de poca fe”.

La tercera idea tiene que ver con la misma fe. Como ya lo indicáramos, ante el desafío lleno de soberbia de Pedro, surge la necesidad de un gesto de humildad. “Quienes estaban en la barca se postraron ante Jesús diciendo: ‘Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios’.” La tempestad se calmó cuando Jesús y Pedro llegaron a la barca. Una nueva manifestación prodigiosa de la potestad de Jesús.

Este episodio es muy importante leerlo en clave personal y comunitaria en los momentos actuales. En medio de las situaciones difíciles y críticas que vivimos en el mundo, muchos católicos desafían al Señor: “Si haces lo que yo te pido, te prometo que haré tal cosa”. “Si de verdad eres el Señor, haz que yo camine por las aguas turbulentas de mi situación personal o comunitaria, con mis propias fuerzas”. Así podemos comprobar que la tentación de Pedro, llevada por el miedo de creer que estaban ante un fantasma, sigue haciéndose presente hoy en día. Detrás de esa “seguridad”, falsa con toda falsedad, se esconde además de un sentido de prepotencia, un auténtico miedo a ver a Dios que nos acompaña. Podemos pensar que se trata de una idea, de un fantasma, o simplemente de alguien lejano.

Quienes así piensan y actúan terminan por experimentar el susto de Pedro al comenzar a hundirse. Muchos, con humildad, pedirán la intervención de Dios. Pero otros quizás buscarán salvavidas donde no los conseguirán. Nuevamente se oirá el reclamo de Jesús: “Hombre de poca fe”. La fe de muchos creyentes se queda con frecuencia anclada en pietismos y en actitudes demasiado piadosas… no se siente el riesgo de la fe. Se apela a contenidos doctrinales cuestionables, a visiones y apariciones, a cuestionables mensajes, a prepotencias de orgullo… Y, sin embargo, allí está el Señor con su mano presta a salvar, ante el clamor de quien se siente hundido por su poquedad de fe.

Por eso, se requiere, al seguir a Jesús, la humildad y sencillez para poder entender en quien se confía. En medio de las aguas turbulentas, el Señor no va a permitir que perezcamos, ni permitirá que nos alejemos o nos hundamos. Esto requiere la misma actitud de quienes, asombrados ante su poder salvífico profesaron la verdadera fe: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.


+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
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