Jubileos bergoglianos

Dos significativos aniversarios tienen como protagonista al hoy Papa Francisco. Hace diez años tuvo lugar en Aparecida, ciudad mariana de Brasil, la Vª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en la que una nutrida representación del episcopado del subcontinente se dio cita para reflexionar sobre la realidad y el papel de la Iglesia en los inicios del tercer milenio. En un clima de serenidad y libertad los obispos presentes nos dimos a la tarea de elaborar un documento que fuera fruto de la experiencia pastoral, multifacética y creativa de las iglesias locales. El hacerlo en medio de la gente que peregrina con sencillez y fe profunda le dio un sabor a pueblo y una envidiable cercanía entre pastores y fieles.

Una de las comisiones que más trabaja, a marchas forzadas y respetando sin manipular el pensamiento de los participantes, es la encargada de la redacción del documento final. A su cabeza estuvo el cardenal rioplatense Jorge Mario Bergoglio, quien sin protagonismo personal, con un ritmo de trabajo mayor que el del resto, dio como fruto el documento conocido como “Aparecida”. Varios de sus rasgos más sobresalientes fueron: la sinodalidad, caminar juntos, en comunión, como un don que viene del Padre y no como el resultado de la buena voluntad de unos cuantos que se asocian para lograr algo.

Pero este caminar juntos, es en segundo lugar, el vivir la experiencia de que no solo los pastores sino todos los bautizados sin excepción somos discípulos misioneros, sin dicotomías. No hay sitio para ser discípulo sin ser misionero, ni tampoco el querer ser misionero sin llevar a cuestas el ser discípulo. La buena noticia del evangelio no es privativa de los jerarcas sino que es compartida por igual con todos los bautizados, raíz fundamental que nos iguala ante Dios. Es la comunidad la que lleva adelante y hace eficaz el encarnar la palabra del Señor, con el testimonio y sin exclusiones. Y, en tercer lugar, la razón de ser de lo anterior es “para que tengan vida”. Vale decir que es una oferta de vida digna y plena para todas las personas sin distinción y en todos los campos del quehacer humano.

Pues bien, ese protagonista silencioso del documento de Aparecida se convirtió varios años más tarde en el sucesor de Pedro con el nombre de Francisco, haciendo que dicho documento continental pasara a formar parte de la vida de toda la Iglesia, pues las enseñanzas de Francisco rezuman por todos los costados y en todos sus documentos y gestos del pensamiento colectivo latinoamericano. De dicho acontecimiento se cumplieron en mayo pasado diez años.

El otro aniversario importante, es el jubileo episcopal de plata de la ordenación de Jorge Mario Bergoglio, que lo llevó a ser auxiliar, coadjutor y sucesor en Buenos Aires del Cardenal Antonio quarracino. Qué descubrió este insigne prelado en aquel controvertido jesuita para traerlo junto a sí y encaminarlo a ser el primer papa latinoamericano y el primer jesuita sucesor de San Pedro, es un misterio insondable que probablemente se llevó a la tumba. Poco importa. Lo cierto es que los nuevos aires de la Iglesia, la alegría y la esperanza para toda la humanidad, viene de la mano de este hombre que el 27 de junio de 1992 fue ungido como sucesor de los apóstoles. A veinticinco años de distancia solo quiere celebrar una misa en acción de gracias al Señor por su bondad y misericordia para él y para todos nosotros. Que el Señor y la Virgen Desatanudos nos lo conserve y bendiga por muchos años. Que asì sea.

Cardenal Baltazar Porras, arzobispo de Mérida (Venezuela)
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