¡Quientenga oídos, que oiga!

Uno de los problemas más serios que se encuentra un creyente ante la Palabra de Dios es el de las malas o falsas interpretaciones. La Palabra de Dios es directa y tiene un sentido y una intención, los cuales les llega de su autor, el Espíritu Santo. Las formas humanas con las cuales se transmite la Palabra de Dios son las expresiones empleadas por los autores sagrados, con su estilo, con su cultura y con el contexto histórico en el cual viven. Entre las miles de frases o dichos que nos conseguimos en los textos bíblicos, hay una que se repite con frecuencia y de variados modos. En especial en el Evangelio y algunos otros textos del Nuevo Testamento, nos conseguimos con uno de esos dichos que posee una característica sapiencial. Es decir, hace referencia a la sabiduría que proviene de Dios y se convierte en un don de Dios para los creyentes: ¡QUIEN TENGA OIDOS, QUE OIGA!

El competente y afamado exégeta U. Vanni, actualmente profesor emérito del Pontificio Instituto Bíblico de Roma y de la Universidad Gregoriana, ha explicado muy bien el significado de dicha expresión. Es la actitud de quien, con fe, posee la sabiduría para interpretar los hechos y dichos que aparecen en la Biblia y, a la vez, tiene la capacidad de conocer el sentido profundo de los mismos e incluso poder aplicarlos a la vida de creyente. Entonces, con ese dicho, sencillamente, se quiere invitar a asumir la enseñanza bíblica con la sabiduría proveniente del mismo Dios. La sabiduría no es simplemente la cantidad de conocimientos que una persona pueda tener. Es algo más: es la apertura de corazón y mente para así sintonizar con la Palabra y poder sacarle fruto tanto para sí mismo como para los demás. Es la actitud propia de un creyente ante la Palabra. Y, a la vez, conlleva otra característica: no es algo pasivo. La sabiduría implica estar en disposición de oír; es decir, de acercarse con fe a la verdad propuesta en los textos bíblicos.

Es interesante ver cómo al final de la exposición de las parábolas del Reino por parte de Jesús en el evangelio de Mateo, aparece esa invitación a leerlas con sabiduría; es decir con los oídos propios de la fe. Oír la Palabra y ver la Verdad conllevan ese dinamismo de ir al encuentro de lo que el Señor nos revela y enseña. Ya desde la enseñanza del sembrador, las otras parábolas que le siguen nos hablan del Reino de Dios: “El reino de Dios se parece a…” Jesús, reseñado por Mateo, nos ofrece una descripción en forma de parábolas de lo que es el Reino. Y para poder descubrir su intención y el sentido propio de las mismas, lo que se requiere es la actitud de la sencillez, es decir de la sabiduría. Entonces, desde esta perspectiva se va a poder conocer no sólo lo que es el Reino, sino sus elementos distintivos.

Podemos descubrir algunos de esos elementos distintivos para tenerlos en cuenta. Un primer elemento es claro: el Reino de Dios no se realiza fuera de la historia de la humanidad. Los diversos símiles empleados nos hablan de cómo se trata de algo que se realiza en medio de la historia humana: la historia se encuentra representada en el campo donde se siembra la semilla de la Palabra, donde crece, donde puede producir frutos, donde también está sometida a los embates del maligno quien no quiere ni la instauración ni el progreso del Reino de Dios. Esto tiene que ver con el principio fundamental de la encarnación de la Palabra en la historia de la humanidad. No hay que dejar de lado la realidad de que el Reino de Dios es la presencia salvadora del Hijo de Dios en medio de sus hermanos los seres humanos.

Un segundo elemento bien definido en estas parábolas es el dinamismo del Reino. No es una cosa pasiva o estática. Es una realidad viviente y creciente. De hecho, al mencionarse en algunas de esas parábolas la semilla, ya se está hablando de la vitalidad del mismo. La semilla se siembra para dar fruto. El Reino es para producir el fruto de la salvación. A la vez, es creciente. Precisamente por ser una realidad vital, va creciendo, como la semilla que da fruto, como la semilla de mostaza, como la levadura.

Y un tercer elemento presente en dichas parábolas es la referencia a las personas mismas de los creyentes: son quienes la reciben, al igual que los demás hombres; son quienes deben crecer y protegerse del enemigo. El campo del mundo es donde se siembra la semilla, es decir los ciudadanos del Reino. El fruto debe ser permanente y abundante como enseñará también Jesús.

Estos y otros elementos incluidos en las parábolas deben ser asumidos con la auténtica sabiduría. Ella exige tener los oídos prestos para escuchar y, entonces, asumir y poner en práctica la enseñanza acerca del Reino. Es el Espíritu quien nos ayuda. En medio de nuestra debilidad porque, como dice Pablo “no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo es quien intercede por nosotros…porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen”. Con la sabiduría recibida del Espíritu podremos, entonces, asumir la realidad del Reino, donde por obra de su misericordia estamos inmersos e invitados a vivir, crecer y producir los frutos de salvación. Por eso, ¡QUIEN TENGA OIDOS, QUE OIGA!


+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
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