Los riesgos del sembrador
En los diversos textos de la Escritura se nos habla de cómo, en el fondo, Dios quere que demos un fruto que permanezca y sea abundante. También nos llega a identificar como la semilla que lleva dentro la capacidad de fructificar. Todo esto nos habla de la intencionalidad de Dios: no somos entes secos ni áridos o estériles. Estamos llamados a dar un fruto abundante como todas las semillas que caen en la tierra.
Pero, dentro de estas imágenes, particularmente en la parábola del sembrador, se nos advierte cuáles son los riesgos de quien realiza la siembra. Desde sufrir el atentado del enemigo quien busca destruir al trigo por la siembra de la cizaña hasta el de perderse la cosecha porque la semilla no cayó en tierra buena.
Los riesgos son ciertos y al aplicarlos a la vida de los creyentes entendemos cómo nosotros no estamos exentos de sufrirlos o experimentarlos. Los riesgos son el de la tierra estéril, la del camino y el de las piedras: allí nos encontramos con la situación de aquellos a quienes el diablo les arrebata de su propio corazón lo sembrado por Dios con su Palabra y su gracia; en el terreno pedregoso es casi imposible que germinen las semillas: se trata de aquellos que se dejan vencer por la tribulación o una persecución o un problema grave. Las espinas y raíces que ahogan las semillas hacen referencia a las preocupaciones de la vida, la seducción de las riquezas, la corrupción, los antivalores… en el fondo ahogan y dejan sin respiración el verdadero fruto de la semilla-Palabra de Dios. Esos son los riesgos con los cuales se encuentra el sembrador.
El terreno donde se siembra la Palabra de Dios es nuestro propio corazón. Por eso, si está abonado y cuidado para que no sea comido por los pájaros, ni se ahoguen por los espinos y raíces del terreno, de seguro va a producir el fruto de vida que ya está presente en la Palabra. Es la situación de quienes de verdad oyen y hacen fructificar la Palabra. Es el terreno de quienes viven la auténtica libertad de los hijos de Dios, proclamada por Pablo en su carta a los Romanos. La libertad es la actitud de quien está en plena comunión con Dios. La esclavitud es la actitud de quienes han quedado encerrados en el pecado y el egoísmo. Quien actúa con esa libertad de los hijos de Dios ha optado por producir el fruto abundante y permanente.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.