Francisco, el ganador del Sínodo
Ganó el Papa, porque supo poner a la Iglesia en estado de Sínodo (en estado de proceso y de camino). Lo más parecido a la dinámica conciliar. Y sin jugar con ventaja. Consultando primero a las bases, con el célebre cuestionario remitido a todo el mundo y que muchos obispos y conferencias episcopales boicotearon. Convocando a los padres sinodales en Roma, una vez recibidas las respuestas, para que pudiesen debatirlas con total libertad.
Ganó Francisco, porque consiguió promover en el aula sinodal un clima de transparencia total, de diálogo fraterno y profundo, de debate sincero. Y para eso, invitó, desde el primer momento a "hablar con parresía y a escuchar con humildad". Y durante las largas horas de todos los debates, a los que no faltó ni una sola vez, siempre se mantuvo en silencio, escuchando, rezando, pulsando el decir y el sentir del aula.
Ganó Francisco porque hace tan sólo 20 meses sería impensable un Sínodo así. Si alguien nos lo dijese, no nos lo creeríamos. Estamos ya tan acostumbrados a la nueva dinámica reformadora que el Papa imprime a la Iglesia que hasta lo que, hace un tiempo, nos hubiese parecido un milagro, hoy nos suena a normal.
Ganó Francisco porque, según los resultados del Sínodo, está consiguiendo que la nieve de las cumbres se derrita y el agua de la reforma baje hasta el valle de los obispos y de los fieles.
Ganó Francisco, porque los adversarios de la reforma han quedado al descubierto. Primero lanzaban piedras y escondían la mano. Antes del Sínodo, con libros e intervenciones. Durante el Sínodo y después del Sínodo ya atacan al Papa a pecho descubierto. Lo nunca visto. No se andan con chiquitas los Burke. Müller, De Paolis, Cafarra, Bradmuller, Cafarra o Ruini y Sodano. El Papa y, con él, toda la Iglesia, ha puesto cara a la oposición. Con nombres y apellidos.
Ganó Francisco, porque sus adversarios, totalmente descolocados trataron incluso de involucrar en su bando al Papa emérito. Pero el anciano y sabio Benedicto les dio con la puerta en las narices y se lo comunicó a Francisco. Y, quizás, de esta forma, abortó lo que se insinuaba como un intento de cisma.
Ganó Francisco, porque se ha demostrado fehacientemente que el sector conservador, que gobernó a la Iglesia durante el largo invierno de 35 años, ha perdido la hegemonía. Se impone el franciscanismo del sector moderado. La Iglesia se equilibra y vuelve al centro. El péndulo se resitúa. La Iglesia abre las puertas y se convierte en Casa del Padre, en casa de todos y en hospital de campaña.
Ganó Francisco, porque el Sínodo ha funcionado y la nave de la Iglesia ha dejado los muelles y las trincheras, para seguir avanzando mar adentro. Duc in altum. Ya no hay tabúes, ya no hay cuestiones cerradas. Por el bien de las almas y de los cuerpos, la Iglesia vuelve a conectar con las angustias, las penas y las alegrías de la gente. Renace la atención a los signos de los tiempos.
Ganó el Papa, porque consiguió que la gran mayoría del Sínodo reconociese que el "depósito" de la Iglesia, hasta ahora entendido como el conjunto monolítico de la doctrina, pase a ser entendido como las personas amadas por Dios. Todas las personas, tanto las creyentes como las no creyentes.
Ganó el Papa, porque demostró que la Iglesia necesita una profunda renovación en el ámbito de la moral individual y familiar. El Concilio consiguió esa renovación en el universo de lo social, pero sigue teniendo la asignatura pendiente de la moral familiar. Como decía el cardenal Martini, en este ámbito "la Iglesia dejó de ser una autoridad de referencia, para convertirse en una caricatura en los medios". Hay que pasar de la moral del semáforo a la de la brújula.
Ganó el Papa, porque demostró que la verdad de Cristo no es un talento que hay que enterrar, sino un camino abierto en la Historia. Al lado de las víctimas. Como samaritanos.
Ganó el Papa, porque el mundo ha mirado, durante estas semanas, a la Iglesia de nuevo con admiración. Ha sido, sigue siendo, la única institución global que consiguió una reforma profunda en pocos meses y, ahora, da muestras de no temer el debate interno. La única institución, además, que se sumerge a fondo en la problemática más actual y acuciante de la gente: las penas y las alegrías de las familias. Por eso, el Papa sigue siendo un faro de esperanza y de ejemplo para las demás instituciones globales. Si la Iglesia lo consiguió, ¿por qué no pueden hacerlo el sistema económico, el sistema financiero, el sistema político y la mismísima ONU?
Ganó La Iglesia porque mostró al mundo, una vez más, la credibilidad evangélica de su Papa y, al mismo tiempo, la credibilidad sinodal-conciliar de su propio cuerpo. Ganó Francisco y a algunos se les oye de lejos el llanto y el rechinar de dientes.
José Manuel Vidal