'Declive de la Religión y futuro del Evangelio' (Desclée) ¿Por qué le está costando tanto al Papa reformar la Iglesia? Lea el libro de Castillo y lo entenderá
José María Castillo es una de las ‘parteras’ de esta primavera de Francisco, que venimos disfrutando desde hace ya 10 años
En la presentación de 'Declive de la Religión y futuro del Evangelio' estaban dos jesuitas (uno con papeles y otro sin ellos): José María Castillo y Pedro Miguel Lamet, que han experimentado en carne propia el frío invierno de la involución
Decenas de teólogos, profesores y hasta obispos (como el recién fallecido Jacques Gaillot) sufrieron las iras y la represión de una Curia vaticana que actuaba sin misericordia ni miramientos con los suyos propios
Los hombres de la religión, los funcionarios de lo sagrado no quieren cambios, no quieren perder ni un ápice de su poder ni de sus riquezas
Decenas de teólogos, profesores y hasta obispos (como el recién fallecido Jacques Gaillot) sufrieron las iras y la represión de una Curia vaticana que actuaba sin misericordia ni miramientos con los suyos propios
Los hombres de la religión, los funcionarios de lo sagrado no quieren cambios, no quieren perder ni un ápice de su poder ni de sus riquezas
El pasado jueves participé en el bautizo de la nueva obra de José María Castillo, ‘Declive de la Religión y futuro del Evangelio’(Desclée). Primero, porque es un amigo, que me honra con su amistad desde hace años. Segundo, porque es un gran teólogo (su obra lo acredita). Tercero, porque es uno de los más prestigiosos colaboradores de Religión Digital. Y cuarto, porque es una de las ‘parteras’ de esta primavera de Francisco, que venimos disfrutando desde hace ya 10 años.
Es evidente que a los rigoristas les suena mal la palabra primavera. Les suena a revolución o, al menos, a cambio. Y lo que no quieren es moverse de sitio. Por eso, los del ‘siempre se hizo así’ sonríen al oír el término o lo ridiculizan, llamándonos ‘primaveras’.
Pues bien, allí, en la mesa de presentación del libro de Castillo, en la parroquia de San Antón, del Padre Ángel, estaban dos jesuitas (uno con papeles y otro sin ellos): José María Castillo y Pedro Miguel Lamet, que han experimentado en carne propia el frío invierno de la involución. Lamet, con el que compartí años de oficio periodístico y que, de pronto, alguien (supongo que en Madrid) decidió que sus crónicas eran demasiado libres y, por lo tanto, tenía que dejar de escribir en Diario 16. Perdimos un excelente periodista, pero ganamos un extraordinario escritor.
Por aquellos mismos años, alguien, también en Madrid o en Roma, decidió que la teología del profesor Castillo era demasiado libre y, en 1983 en concreto, sin explicaciones ni juicios, se le retiró la cátedra de Teología Dogmática.
Así se las gastaban los censores del invierno eclesiástico. Porque Castillo y Lamet fueron dos ejemplos entre otros muchos. Decenas de teólogos, profesores y hasta obispos (como el recién fallecido Jacques Gaillot) sufrieron las iras y la represión de una Curia vaticana que actuaba sin misericordia ni miramientos con los suyos propios. Por el ‘pecado’ de querer ser fieles al Concilio Vaticano II.
Tuvo que venir el Papa de la primavera, para rehabilitarlos y recuperarlos. De hecho, fui testigo presencial de la rehabilitación de José María Castillo, en una visita a Roma, cuando el Papa Francisco le dijo: “Le agradezco lo que está escribiendo y publicando. Le ruego que no deje de escribir y publicar porque le hace mucho bien a la gente”. Estaba allí, a su lado y pude ver con qué emoción se lo decía y casi se lo suplicaba.
Así, sin más, el Papa rehabilitaba a José María, al que los vientos de la involución habían querido desacreditar. Aunque él, como tantos otros, no se dejó asfixiar y siguió escribiendo y alimentado con sus libros y con su Teología Popular a tanta gente. Porque Castillo, con censura o sin ella, siempre ha sido un teólogo libre. Tan libre que, a veces, asusta, sobre todo a los que confunden Religión con Evangelio.
Pasando al somero análisis de ‘Declive de la Religión y futuro del Evangelio’, aporto algunas consideraciones sobre algunos puntos que me llamaron poderosamente la atención.
Su libro me parece la decantación de la vida de un anciano sabio siempre fiel al Evangelio. Un libro sobre lo esencial y que busca sólo lo esencial, sin andarse por las ramas.
Un libro escrito con una prosa ágil, fácil, casi periodística. Cada capítulo, cada frase es un titular. ¡Con lo que nos gustan los titulares a los periodistas!
Me pasó con el libro de Castillo lo mismo que con los discursos del Papa: que hay tantos titulares que es difícil quedarse con uno.
Aprendí con su obra que la canción de mi infancia de Palito Ortega (tres cosas hay en la vida…salud, dinero y amor) encarna la esencia del Evangelio.
Me hizo reflexionar, con dolor, sobre tantas energías gastadas en la Iglesia en la lucha contra el pecado, cuando el Evangelio nos invita a luchar contra el sufrimiento
Disfruté cuando Castillo plantea, desde el Evangelio, cosas tan concretas como la necesidad de una Iglesia con más hospitales o una Iglesia capaz de denunciar la situación actual de la sanidad pública. O una Iglesia con menos catedrales y menos palacios episcopales. Porque eso es cumplir el Evangelio de Jesús.
Me he sonreído al leer que Castillo pide a la Iglesia que venda o abandone el Vaticano y recordaba que Francisco ha dado el primer paso en esa dirección, saliendo del palacio apostólico para ir a vivir a la residencia de Santa Marta. Con todo el revuelo que se armó, cuando lo hizo.
Pensé, con pesar y con dolor, en tanta gente (conocida y desconocida) que vivió toda su vida como “cristianos engañados”, a los que convencieron de que la observancia es más importante que el seguimiento de Jesús.
He visto al Papa Francisco reflejado en la condena que Castillo hace del poder, del ritualismo y de las riquezas, las tres patas del clericalismo. Y en la condena del capitalismo, como acumulación de la riqueza que mata.
Y me ha quedado claro que la principal dificultad para que cuaje la primavera de Francisco es que gran parte de la jerarquía quiere y apuesta por una Iglesia de la Religión y le repele y le cuestiona la vida una Iglesia del Evangelio. No renunciarán a sus privilegios ni a su vida acomodada. Ya casi no les queda poder social, pero se aferran con uñas y dientes al poder espiritual.
Ahora entiendo mejor lo difícil que le está resultando a Bergoglio la reforma de la Iglesia y por qué tiene tantas resistencias. Los hombres de la religión, los funcionarios de lo sagrado no quieren cambios, no quieren perder ni un ápice de su poder ni de sus riquezas.
Un libro que habla de Francisco como del Papa del comienzo del giro eclesial de la religión al evangelio. ¿Cuajará ese giro o los hombres de la religión volverán a imponer el inmovilismo y la involución?
Un libro que, en todo caso, deberían leer los obispos, los curas y los fieles. Además, se lee muy fácil. Castillo es maestro en explicar lo complejo con lenguaje sencillo y al alcance de todos. Y a todos los que lo lean les hará mucho bien, para entender que lejos está la Iglesia de la Religión de la Iglesia del Evangelio de Jesús, el Maestro y el Señor.
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