Ratzinger cede en un punto clave

En contra de lo anunciado hace semanas por la Santa Sede, el Papa Benedicto XVI no presidirá la celebración comunitaria de la Penitencia del Martes Santo. Lo hará el penitenciario mayor del Vaticano, el cardenal James Francis Stafford y el hecho de que el Pontífice haya cedido su puesto se interpreta como una claudicación ante presiones curiales.

Algún cardenal, como el Secretario de Estado, Angelo Sodano, intentaron hacer «entrar en razón» al Pontífice al advertirle que podría resultar una secuencia poco edificante una ceremonia oficial como la de Martes Santo -de Capilla Papal, según el argot-, con monseñores, prelados, oficiales y demás batallón de curia y, sobre todo, con cardenales de recia estampa, expresando pública contrición por su pecados ante Dios y ante el Sumo Pontífice.

Curiosamente, la celebración comunitaria cuya presidencia papal han rechazado en la curia es la que «expresa más claramente el carácter eclesial de la penitencia», que es siempre «eclesial y pública», según el Catecismo. Evidentemente no se habla de una celebración con absolución general de los fieles -prohibida por la Iglesia, salvo en caso de catástrofes o de ejércitos a punto de contienda-, sino de una liturgia en la que la confesión personal de los pecados y la absolución individual se insertan en una liturgia de la Palabra.

Si con una celebración comunitaria nada se transgrede, e incluso mejora el sentido de lo celebrado, ¿qué se ventila entonces en esta retirada de Benedicto XVI? Dos asuntos, al menos.

Primero, la célebre mímesis de la Iglesia. Si el Papa preside una celebración comunitaria, ¿cuánto ha de tardar el más cándido de los obispos en hacer lo propio? ¿Y el más espabilado? Mucho menos tiempo, por supuesto. ¿Y cómo se las van a arreglar instituciones eclesiales como el Opus Dei o la Legión de Cristo, generalmente partidarias del estilo sacramental clásico? (No hablamos aquí de las Comunidades Neocatecumenales de Kiko Argüeyo, que precisamente han sido recientemente advertidas por el Papa de pasarse en lo contrario, es decir, de excesiva comunicación en la liturgia).

En segundo lugar, si una liturgia comunitaria es más eclesial que la confesión clásica e individual y si encima el Papa la preside, ¿dónde queda ese solitario acto del individuo con el sacerdote, ese acto que en algunos grupos eclesiales supone la imposición de un confesor señalado, y de una cadencia determinada de confesiones, y de obligadas prácticas complementarias, como una severa dirección espiritual?

No perdamos de vista este hecho: la confesión individual bajo esas circunstancias aquí apuntadas sigue siendo la piedra angular de numerosas entidades católicas. Retoquen ustedes la penitencia mínimamente, o animen a prácticas más comunitarias, y algunas grietas aparecerán en el edificio de ciertas organizaciones.

Lo que antes se denominaba el control de las conciencias mediante el sacramento de la Penitencia sigue teniendo vigencia, aunque con formas en apariencia más civilizadas. Pero todo ello no es más que la perversión de un sacramento de inmensa belleza moral.

Por lo demás, con este caso del Martes Santo se verifica de nuevo el pulso entre Benedicto XVI y su curia. El mismo que vivieron pontífices anteriores. Por ahora, Ratzinger iba ganando. Les pongo un caso que hace unos días apuntaba el vaticanista Fernández de la Cigoña: durante los ejercicios espirituales a los que asistió Benedicto XVI, entre el cinco y el once de marzo, no hubo ni un solo nombramiento de obispo, mientras que durante la agonía de Juan Pablo II continuaron saliendo del Vaticano nombramientos a todo pasto. Ustedes dirán.
Javier Morán (La Nueva España).
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