La encíclica de un Papa humilde

Una encíclica, la Lumen fidei, que se convierte en el máximo signo de humildad de un Papa. Y un hito histórico, por ser una encíclica escrita a "cuatro manos". O mejor dicho, obra mayoritaria de Benedicto, con una introducción y un epílogo de Francisco. Pero firmada por éste. De lo contrario, el escrito del Papa emérito nunca habría adquirido ese rango. Un rango al que le aúpa la inusitada humildad de su sucesor. Es la continuidad discontinua. Es el magisterio conjunto de dos Papas.

Y lo reconoce abierta y claramente: "Él (Benedicto XVI) ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón, y en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones". En concreto, los 9 primero folios de la introducción y, quizás, la oración conclusiva a María.

Por lo demás, está clara la autoría del Papa Ratzinger. En su estilo, en sus profundos anclajes teológicos y hasta en los autores citados. Desde San Agustín a Santo Tomás, pasando por Dostoievski, Martin Buber, el rabino Di Kock o Wittgenstein.

En la introducción, Francisco enmarca y presenta el objetivo de la encíclica: responder a la vieja objeción de que "la fe ya no sirve para los tiempos nuevos, para el hombre adulto, ufano de su razón, ávido de explorar el futuro de una nueva forma". Es la clásica y temida objeción de Nietzsche, que considera a la fe como un espejismo opuesto a la verdad. Algo oscuro y de otra época.

"La luz grande"

Por eso, la encíclica está pensada para demostrar que la fe es y sigue siendo "una luz grande, de una verdad grande" y "con capacidad para iluminar toda la existencia del hombre". O, en palabras de gran Dante: "Chispa, / que se convierte en llama cada vez más ardiente / y centellea en mí, cual estrella en el cielo". Una vez marcado el objetivo, el Papa párroco y pastor pasa la batuta y la pluma al Papa teólogo y brillante intelectual, que traza una de sus acostumbradas lecciones teológicas magistrales. Quizás, esta vez, incluso haciendo un esfuerzo mayor de divulgación y dulcificando sus propuestas en clave de amor. La fe a la luz del amor o desde el amor, la clave en la que coinciden ambos Papas. "Dios es amor", dijo Benedicto en su primera encíclica. "Dios nos ama y nos perdona", repite constantemente Francisco. Amor que lleva a la fe y fe que se nutre de amor.

"Hemos creído en el amor"

Así se titula el primer capítulo, en el que el Papa emérito hace un recorrido por la fe a lo largo de la Historia. Desde Abrahán, Moisés y la fe de Israel, hasta llegar a la "plenitud de la fe cristiana" y de la fe vivida en la Iglesia, que, como dice Romano Guardini, es "la portadora histórica de la visión integral de Cristo sobre el mundo". Porque la fe "no es un hecho privado ni una opinión subjetiva". Una fe que, por supuesto, no está reñida con la verdad. Al contrario, "la fe sin verdad no salva", es "una bella fábula, la proyección de nuestros sueños". Y eso que la cultura actual, «que ha perdido la percepción de la presencia concreta de Dios», trata de demostrar todo lo contrario. Para la cultura moderna sólo existe "la verdad de la tecnología" y mira con sospecha "a la verdad grande, la que explica el conjunto de la vida personal y social". Y, con esa verdad, la sociedad cayó en los totalitarismos del siglo pasado y está cayendo en el relativismo hoy.

Iglesia, sujeto único de memoria

Para salir de esta espiral, la encíclica propone una fe basada en el amor, "que transforma a la persona por completo". Una fe cimentada en la razón y, por lo tanto, "nada arrogante ni intransigente, sino humilde" y siempre en búsqueda. Como los Reyes Magos. O como los teólogos, que la aggiornan constantemente, sin perder de vista sus límites. Una fe que se transmite en la memoria eclesial, a través del "sujeto único de memoria que es la Iglesia". De generación en generación. "El rostro de Jesús llega a nosotros a través de una cadena ininterrumpida de testigos". Para enseñarnos a hablar el lenguaje de la fe, la Iglesia, como una madre, utiliza cuatro elementos: la confesión de fe, los sacramentos, la oración y los mandamientos. Un decálogo que no puede ser visto como un semáforo siempre en rojo, sino como "indicaciones concretas para salir del desierto del yo autorreferencial y entrar en diálogo con Dios, dejándonos abrir por su misericordia para llevar su misericordia". Un pasaje en el que resuena con fuerza los ecos de Francisco y su apuesta por la misericordia y la ternura del Dios que nos primerea.

La fe como "luz para la vida social"

En el último capítulo, la encíclica trata de demostrar que la fe es beneficiosa para "la ciudad de los hombres". Y es que, en contra de lo que suele decirse, «la fe no aleja del mundo", sino que "se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz". Y, por lo tanto, se convierte "en un bien para todos, en un bien común". Y el Papa o los Papas enumeran algunos de los frutos sociales de la fe. Por ejemplo, la familia entendida como "unión estable de un hombre y de una mujer", la dignidad de la persona, el respeto a la naturaleza ("gramática escrita por Dios") y la apuesta por el perdón. O la fuerza consoladora que ofrece ante el sufrimiento y la muerte. En definitiva, la fe como "un servicio de esperanza".

El epílogo franciscano

Y la encíclica concluye como ha comenzado: de la mano de Francisco. Con palabras e imágenes a las que ya nos tiene acostumbrados. Con una bella oración a María, "madre de nuestra fe". Para pedirle que "nos dejemos tocar por el amor de Dios", para "fiarnos plenamente de él", "quien cree nunca está solo" y para que nos enseñe a "mirar con los ojos de Jesús". "Dado en Roma, junto a San Pedro, el 29 de junio, solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, del año 2013, primero de mi Pontificado". Franciscus ( Y firma a mano el Papa que reconoce no haber escrito la encíclica).
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