Un obispo tan humano, que no parecía obispo Alejandro Jiménez Lafeble
El obispo Alejandro Jiménez tenía el don y la facilidad para hacer sentir a todas las personas con las que se relacionaba que eran importantes y debían ser tenidas en cuenta con la dignidad de los hijos e hijas de Dios.
El pueblo le llamaba, familiar y respetuosamente, “Jano” por su trato sencillo y directo con todas las personas. Visitaba con frecuencia las comunidades y los lugares más apartados de la Región, alojando en las casas de los campesinos y celebrando la eucaristía en Centros Comunitarios, Juntas de vecinos y galpones.
| Jesús Herrero E.
Alejandro Jiménez Lafeble fue nombrado obispo auxiliar de Talca (Chile) en 1975 por Pablo VI. En 1983 es relegado a la diócesis austral de Valdivia como castigo por formar parte del pequeño grupo de obispos críticos de la dictadura y del silencio cómplice de la Iglesia ante las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos.
El obispo Alejandro Jiménez tenía el don y la facilidad para hacer sentir a todas las personas con las que se relacionaba que eran importantes y debían ser como tenidas en cuenta con la dignidad de los hijos e hijas de Dios.
El pueblo le llamaba, familiar y respetuosamente, “Jano” por su trato sencillo y directo con todas las personas. Visitaba con frecuencia las comunidades y los lugares más apartados de la Región, alojando en las casas de los campesinos y celebrando la eucaristía en Centros Comunitarios, Juntas de vecinos y galpones.
Formaba Equipos de trabajo y consultaba con ellos las decisiones. Sus prioridades se centraban en la creación de Comunidades Eclesiales de Base, en la Acción Social con los Huertos Familiares Orgánicos y las Cooperativas asociadas al Equimercado, en la Pastoral Obrera y en la defensa de las víctimas y la promoción de los Derechos Humanos.
Las pocas Cartas pastorales que escribió tenían como destinatarios a los campesinos y la penosa situación en la que vivían, a los discapacitados y las discriminaciones que sufrían, a los jóvenes y a la necesidad de abrirles espacios de participación y de crecimiento y para alentar el trabajo de las y los servidores de Iglesia presentes en los medios populares.
Durante su ministerio sufrió varios atentados, algunos en su casa con rayados de pintura, piedrazos a las ventanas y bombas incendiarias. Pero el más grave ocurrió en uno de sus traslados cuando el auto en el que viajaba fue ametrallado, resultando finalmente sin heridas graves.
Se podrían relatar muchas anécdotas que ilustran la personalidad y las convicciones evangélicas del obispo Jano. Una de ellas es la que sucedió en 1987. El Nuncio de la época Ángelo Sodano, hizo una visita a la diócesis con intenciones inquisitoriales. Jano lo recibió y lo paseó primero por todas las Comunidades y los Campamentos de Valdivia. Cuando atardecía le condujo a su casa para alojarlo. El Nuncio se encontró con que la casa del obispo estaba llena de gente, dos familias completas. Al Nuncio solo le quedaba la pequeña habitación del fondo. Sodano muy indignado se fue de la casa y pasó la noche en el Hotel Pedro de Valdivia, el más lujoso de la ciudad.
En 1996 renunció a la diócesis por motivos de salud ya que desde hacía años batallaba contra el alcoholismo y la soledad. Falleció el 5 de enero de 1999.
En su misa de funeral se dio un episodio profético. Jano había sido abandonado por sus colegas obispos contando tan solo con la fidelidad de algunos pocos curas y de la gente de las poblaciones que lo visitaban con frecuencia. Sin embargo, en la misa aparecieron casi todos los obispos chilenos a celebrar las exequias. Las hermanas, defensoras de la dignidad de Jano, no permitieron que los obispos concelebraran la Eucaristía, autorizando sólo a tres sacerdotes amigos para que la presidieran. Todos los obispos chilenos tuvieron que hacer fila como cualquiera de los fieles para poder recibir la Comunión.