Seguridad por encima de riesgos excesivos

Enfermos y Debilidad

Seguridad por encima de riesgos excesivos

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Seguridad para el enfermo

            Cuando llegó la democracia a España todo el mundo ansiaba la libertad, pero junto a ella sobrevino el libertinaje y las manifestaciones múltiples, con algaradas callejeras y el consiguiente peligro para cuantos paseaban o marchaban a sus labores. Trabajaba en mi departamento una joven, amante de esa libertad, pero que sufría de continuo sustos cerca de las barricadas, al encaminarse a su labor diaria. Le pregunté por curiosidad: ¿Qué prefieres la libertad en que sueñas o la seguridad de tu persona? Y, no lo dudó: la seguridad. Y es normal. Nuestra salvaguardia y garantía vale mucho; es uno de los principales dones que deseamos en la convivencia. No queremos arriesgarnos en demasía.

 Cuando se trata de nuestra felicidad total, la fe nos conduce hacia la vida eterna con gran seguridad. Junto a la oración, es la mejor manera de garantizar nuestro destino final. Mas a pesar de que hayamos puesto todos los medios: Eucaristía, devoción a la Virgen María, fe, oración, amor al prójimo, cumplimiento del deber, siempre queda un temor en el alma que puede acongojarnos en nuestro camino hacia Dios.

 Pero conforme avanzamos en la vida, el Señor suele borrar los temores padecidos en años pretéritos. Y nos hace presentir que llega la aurora de la gloria eterna. No suele angustiar a los buenos el temor de la muerte; pueden enfrentarla incluso con alegría. ¿Cómo no ha de venir el Señor en busca de quien le sirvió con fidelidad? ¿Cómo no ha de acoger con cariño nuestra alma arrepentida? He conocido hombres que desprecian a quien bien les quiere. Pero el amor a Dios jamás dejará de ser correspondido; porque Él es la misma Bondad. Por eso hemos de aguardar la muerte con alegría. La espera del Señor es como el Adviento para la Navidad.

 La llegada de Dios a nosotros con la hermana muerte ha de ser mañana fresca y serena de primavera, sol alegre que asoma entre montañas, trino de aves madrugadoras mensajeras del nuevo día. No temas, alma llena de fe, que Él no nos puede fallar. Bendito el momento tan esperado – aunque también haya sido durante mucho tiempo temido – en que salga el Señor a recibirnos para acogernos en su gloria.

 Leí el caso del príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos; tenía dieciocho años y se había casado. Heredaría el trono de la nueva España, recién conducida a la unidad por sus padres, pero fue otro su destino. Seis meses después de su boda, enfermó de gravedad y murió. Sus padres le exhortaban y consolaban en aquellos momentos y él dijo a lo suyos: “No tengo pena por mí, muero contento”: un recién casado, muy joven, con la expectativa de ser uno de los hombres más grandes del mundo, ¡moría contento! La fe, la esperanza, el amor son la verdadera alegría, por la certidumbre que nos dan de eternidad feliz con Dios.

José María Lorenzo Amelibia

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