Familia perfecta: Los obstáculos más difíciles
Junto al porcentaje de familias con obstáculos calificados de ordinarios e inevitables, existe otro porcentaje, mayor o menor, con obstáculos son más difíciles de superar. Porque no se agotan los conflictos que giran en torno al respeto-ofensa, servicio-egoísmo, gratitud-antipatía, optimismo-pesimismo, sinceridad-mentira, comunicación-monólogo, comprensión-intolerancia, aceptación-impaciencia. No. Existen otros conflictos que ponen más en peligro la convivencia y la existencia de la misma familia. Por ejemplo, cuando un miembro de la comunidad está gravemente enfermo o es un depresivo o un adicto; o existen fuertes enfrentamientos por el autoritarismo de los padres y la rebeldía de los hijos. También abundan los conflictos familiares por el machismo de los esposos o por el matriarcado de las madres.
Adicción-salud
Cuando en la familia, un miembro está enfermo o es un depresivo o un adicto.
En ocasiones, junto a una mayoría de personas con salud, convive algún que otro miembro que causa problemas a los demás. Varios ejemplos: el que adolece de alguna enfermedad física o el esclavizado por la droga, bebida, diversiones, amistades, sexo descontrolado. También causa conflictos la persona depresiva que no realiza las tareas domésticas y molesta con “sus manías”. Y, para algunas familias, las personas mayores y con dependencia, sobre todo cuando faltan los medios para una digna atención.
Para la problemática suscitada, gran solución ofrece el amor, el sacrificio y la compañía de la familia. Pero si hay que apartar a un miembro del hogar, suscitará conflictos porque no todos estarán de acuerdo. En ocasiones, no habrá más remedio que “aguantarlo” por sus méritos, su autoridad, aportación económica o por el cariño que se les tiene.
Autoridad-libertad. Rebeldía-disciplina
Cuando los padres quieren educar a sus hijos como ellos fueron educados
No faltan tensiones y graves conflictos en la convivencia familiar entre los padres autoritarios y los hijos que abusan de la libertad. Autoritarismo y libertinaje. Existe la tensión o conflicto entre la autoridad de los padres que mandan y los hijos que obedecen, entre la normativa familiar que impone una disciplina y la libertad hipotecada, entre el enfoque de una educación rígida y la mentalidad subjetivista del hijo rebelde. Muchos padres no sufrieron tal tensión por la autoridad respeto a sus padres. Pero no sucede lo mismo con sus hijos más sensibles a los valores de la libertad, respaldados por el ambiente de la calle y que reacciona contra las épocas pasadas.
Y surgen las reacciones inaceptables: el autoritarismo de quien anula prácticamente la libertad y la conciencia y contempla al hijo como un perpetuo niño inmaduro. Por otra parte brota el libertinaje del hijo que ejerce su libertad en detrimento de los valores éticos, niega la debida obediencia a la autoridad legítima de los padres.
Machismo-dignidad. Las críticas de las esposas
Cuando el machista esclaviza a la mujer sin escrúpulo alguno.
Sin establecer un orden de importancia, ellas, las esposas, critican a sus esposos porque: su carácter “es insoportable”, tiene los defectos del machista, pisotea la dignidad de su esposa como mujer, se considera superior en derechos, impone arbitrariamente su voluntad en la vida sexual y se permite libertades fuera del hogar lo que no consiente a su mujer.
Igualmente son fuertes otras críticas contra el esposo: por el trato despótico, la manera de mandar, los gritos de protesta y los gestos frecuentes de malhumor. Y por el miedo para la familia cuando el padre viene borracho y con ademanes agresivos.
En el plano del honor, la queja de la mujer recae en el cónyuge porque fomenta intimidades “ofensivas” con otras mujeres. La humillación es máxima cuando existen pruebas palpables de que tiene una amante aunque él lo niegue con todo cinismo.
Y otras quejas más: salen solos para divertirse y según pasa el tiempo son menos galantes; “huyen” de casa con cualquier excusa y no sólo por motivo del trabajo. Y la educación de los hijos recae sobre la madre como si no tuvieran padre; son incapaces de ayudar en las tareas domésticas ni en el caso frecuente de la esposa que tiene “además” otro trabajo fuera de casa. Ellos se consideran como “el señor” a quien todos le tienen que servir. Su egoísmo también se manifiesta en la intimidad conyugal porque buscan solamente su placer y obligan a métodos contrarios a la salud o a la conciencia de la esposa. En cuanto al dinero: el esposo oculta lo que gana y tiene gastos que no manifiesta; trata a la esposa como menor de edad a la que da el dinero con “cuentagotas” y a la que cuestiona sus gastos. Y hasta la chantajea al decirle: “no te puedes divorciar porque no tienes ingresos propios; me tienes que aguantar sin más remedio”.
Matriarcado-marginación. Las críticas de los esposos
Cuando la esposa margina al marido e indispone a los hijos contra el padre
En el matrimonio, los esposos con sus críticas a las esposas revelan la existencia de otras tensiones. Los esposos responsables critican muchos defectos de su pareja. Si las esposas protestan, también lo hacen los esposos.
Las quejas más graves son: abandona al esposo. Su esposa, la madre, vive solamente para los hijos a los que “superprotege” y concede lo que el padre ha negado. Y todo, para ganarse su cariño. El esposo queda afectivamente marginado ante la piña de la madre con los hijos. Otra crítica: la esposa cambió de carácter: ahora no es tan bondadosa y paciente como lo era de novia. Se manifiesta muy susceptible, áspera, dominante, rencorosa y hasta descuidada en su presencia; “se pasó” con la realización femenina. Del modelo “sumiso” del noviazgo ha llegado a posturas propias de la feminista.
Y no terminan las críticas porque la esposa exige las mismas libertades del hombre; es celosa y sin fundamento. Intenta controlar toda la conducta y todos los pasos de cónyuge; aun en los conflictos ordinarios plantea la separación o divorcio porque ella gana tanto o más que el esposo.
También manifiestan tensiones y conflictos otras quejas de los esposos: como habla “tanto y tanto”, no escucha las razones que se le dan; en las “peleas” recuerda las faltas del pasado: la infidelidad, el alcohol, el influjo de otras personas. Y que se siente “muy desgraciada” en el matrimonio, etc. Siempre con excusas a la hora de la intimidad conyugal. El esposo termina por no pedir lo que le corresponde; cuando regresa a casa le recibe con una larga lista de quejas y exigencias, precisamente cuando el esposo desea descansar. Además, miente a la hora de justificar gastos o de negar los defectos de los hijos; es una pésima administradora y gasta mucho. No se le puede dar todo el dinero ni decirle lo que se posee.
Otros obstáculos, también graves
Atenta contra la convivencia pacífica y contra la misma familia, el orgulloso que no reconoce sus errores y humilla a los más débiles (humildad-orgullo); el envidioso que no perdona, guarda rencor y procura la venganza (rencor-perdón). O cuando la persona solidaria es criticada por el insaciable y avaricioso (solidaridad-avaricia). O cuando hay que relacionarse con una persona mentirosa y desconfiada. O cuando la ideología política enfrenta a los miembros de una comunidad (izquierdas-derechas).
Humildad-orgullo Cuando el orgulloso no reconoce sus errores y humilla a los más débiles
¿En qué grupo, equipo, comunidad o familia, no existe algún miembro que merece el calificativo, en mayor o menor grado, de persona orgullosa que gusta de sobreponerse a las otras, pacientes y humildes? Sí, existe. Y la convivencia con esta persona es tensa, muy conflictiva. ¿Razones? Porque el soberbio, y mucho más cuando es superior en inteligencia y autoridad, se caracteriza por ser un idólatra de su ego y no admite a nadie superior a sí mismo a quien tenga que rendir cuentas. Él, que se considera el más inteligente, desprecia internamente a los demás y los humilla corrigiendo sus defectos. Por lo tanto es un individuo incapaz de escuchar alguna crítica sobre sus criterios y conducta: el hipersensible ante su honor y dignidad, juzga como enemigo a quien se opone a su pensar y decidir. De la amplia temática conflictiva entre personas orgullosas con humildes y pacientes, sobresale la situación en la cual los humildes reconocen sus errores y los orgullosos justifican siempre sus faltas.
Rencor-perdón
Cuando el envidioso no perdona, guarda rencor y procura la venganza.
Merece el calificativo de envidiosa toda persona que siente tristeza o fastidio por el bien ajeno; que contempla con malos ojos la promoción de los otros como si fuera una disminución su dignidad y fama. El discurso del envidioso es muy crítico y su relación con el prójimo está impregnada del odio más o menos oculto: el otro tiene lo que él pretendía pero no ha podido conseguir. Es evidente: el cáncer para una convivencia pacífica es el orgullo de un envidioso que no perdona, que no olvida y que está pronto a devolver el golpe.
Solidaridad-avaricia
Cuando la persona solidaria es criticada por el insaciable y avaricioso
La solidaridad, como fruto de la sensibilidad ante el necesitado, marca las relaciones interpersonales de la persona que se pregunta: ¿de qué manera ayudar al prójimo? Y responde: con el servicio desinteresado, con la promoción y liberación para que el necesitado remedie sus necesidades con ayuda ajena, pero sin paternalismos. Tampoco olvida las clásicas obras de misericordia, tanto las de orden espiritual (enseñar al que no sabe, consolar al triste...) como las de tipo corporal (visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento...).
Pero, en ocasiones, en la misma familia o grupo social, surge la protesta de quien todo lo necesita. Es la persona que, dominada por la avaricia, convierte en ídolo la riqueza como seguridad para sí y para los suyos. Además, muestra insensibilidad hacia el prójimo necesitado a quien sacrifica para satisfacer sus ansias de mayores riquezas; experimenta el placer de la posesión de los bienes materiales a los que adora y rinde culto. Tal persona convierte “el ser más” en otro ídolo (personal o colectivo), objeto de culto y fuente de divisiones sociales.
Sinceridad-mentira
Cuando hay que relacionarse con una persona mentirosa y desconfiada.
Quitan la confianza y la paz de cualquier grupo, equipo o familia, los miembros que merecen el calificativo de falsos, poco fiables por el uso frecuente de la mentira y de otras manipulaciones. Y mucho más, los cínicos que no tienen pudor ni vergüenza en mentir con el mayor descaro. En el mismo nivel están situados a quienes llamamos “malvados” porque conscientemente lesionan con su mentira algún derecho del prójimo.
Gran servicio prestan al grupo o comunidad las personas transparentes y sinceras. Con razón se ganan la confianza y dan seguridad a las relaciones interpersonales. Así mismo es de agradecer el esfuerzo por merecer la confianza y seguridad en quienes nos rodean. Y el no dar motivos de desconfianza con actitudes oscuras, verdades a medias o con mentiras que desprestigian.
Adicción-salud
Cuando en la familia, un miembro está enfermo o es un depresivo o un adicto.
En ocasiones, junto a una mayoría de personas con salud, convive algún que otro miembro que causa problemas a los demás. Varios ejemplos: el que adolece de alguna enfermedad física o el esclavizado por la droga, bebida, diversiones, amistades, sexo descontrolado. También causa conflictos la persona depresiva que no realiza las tareas domésticas y molesta con “sus manías”. Y, para algunas familias, las personas mayores y con dependencia, sobre todo cuando faltan los medios para una digna atención.
Para la problemática suscitada, gran solución ofrece el amor, el sacrificio y la compañía de la familia. Pero si hay que apartar a un miembro del hogar, suscitará conflictos porque no todos estarán de acuerdo. En ocasiones, no habrá más remedio que “aguantarlo” por sus méritos, su autoridad, aportación económica o por el cariño que se les tiene.
Autoridad-libertad. Rebeldía-disciplina
Cuando los padres quieren educar a sus hijos como ellos fueron educados
No faltan tensiones y graves conflictos en la convivencia familiar entre los padres autoritarios y los hijos que abusan de la libertad. Autoritarismo y libertinaje. Existe la tensión o conflicto entre la autoridad de los padres que mandan y los hijos que obedecen, entre la normativa familiar que impone una disciplina y la libertad hipotecada, entre el enfoque de una educación rígida y la mentalidad subjetivista del hijo rebelde. Muchos padres no sufrieron tal tensión por la autoridad respeto a sus padres. Pero no sucede lo mismo con sus hijos más sensibles a los valores de la libertad, respaldados por el ambiente de la calle y que reacciona contra las épocas pasadas.
Y surgen las reacciones inaceptables: el autoritarismo de quien anula prácticamente la libertad y la conciencia y contempla al hijo como un perpetuo niño inmaduro. Por otra parte brota el libertinaje del hijo que ejerce su libertad en detrimento de los valores éticos, niega la debida obediencia a la autoridad legítima de los padres.
Machismo-dignidad. Las críticas de las esposas
Cuando el machista esclaviza a la mujer sin escrúpulo alguno.
Sin establecer un orden de importancia, ellas, las esposas, critican a sus esposos porque: su carácter “es insoportable”, tiene los defectos del machista, pisotea la dignidad de su esposa como mujer, se considera superior en derechos, impone arbitrariamente su voluntad en la vida sexual y se permite libertades fuera del hogar lo que no consiente a su mujer.
Igualmente son fuertes otras críticas contra el esposo: por el trato despótico, la manera de mandar, los gritos de protesta y los gestos frecuentes de malhumor. Y por el miedo para la familia cuando el padre viene borracho y con ademanes agresivos.
En el plano del honor, la queja de la mujer recae en el cónyuge porque fomenta intimidades “ofensivas” con otras mujeres. La humillación es máxima cuando existen pruebas palpables de que tiene una amante aunque él lo niegue con todo cinismo.
Y otras quejas más: salen solos para divertirse y según pasa el tiempo son menos galantes; “huyen” de casa con cualquier excusa y no sólo por motivo del trabajo. Y la educación de los hijos recae sobre la madre como si no tuvieran padre; son incapaces de ayudar en las tareas domésticas ni en el caso frecuente de la esposa que tiene “además” otro trabajo fuera de casa. Ellos se consideran como “el señor” a quien todos le tienen que servir. Su egoísmo también se manifiesta en la intimidad conyugal porque buscan solamente su placer y obligan a métodos contrarios a la salud o a la conciencia de la esposa. En cuanto al dinero: el esposo oculta lo que gana y tiene gastos que no manifiesta; trata a la esposa como menor de edad a la que da el dinero con “cuentagotas” y a la que cuestiona sus gastos. Y hasta la chantajea al decirle: “no te puedes divorciar porque no tienes ingresos propios; me tienes que aguantar sin más remedio”.
Matriarcado-marginación. Las críticas de los esposos
Cuando la esposa margina al marido e indispone a los hijos contra el padre
En el matrimonio, los esposos con sus críticas a las esposas revelan la existencia de otras tensiones. Los esposos responsables critican muchos defectos de su pareja. Si las esposas protestan, también lo hacen los esposos.
Las quejas más graves son: abandona al esposo. Su esposa, la madre, vive solamente para los hijos a los que “superprotege” y concede lo que el padre ha negado. Y todo, para ganarse su cariño. El esposo queda afectivamente marginado ante la piña de la madre con los hijos. Otra crítica: la esposa cambió de carácter: ahora no es tan bondadosa y paciente como lo era de novia. Se manifiesta muy susceptible, áspera, dominante, rencorosa y hasta descuidada en su presencia; “se pasó” con la realización femenina. Del modelo “sumiso” del noviazgo ha llegado a posturas propias de la feminista.
Y no terminan las críticas porque la esposa exige las mismas libertades del hombre; es celosa y sin fundamento. Intenta controlar toda la conducta y todos los pasos de cónyuge; aun en los conflictos ordinarios plantea la separación o divorcio porque ella gana tanto o más que el esposo.
También manifiestan tensiones y conflictos otras quejas de los esposos: como habla “tanto y tanto”, no escucha las razones que se le dan; en las “peleas” recuerda las faltas del pasado: la infidelidad, el alcohol, el influjo de otras personas. Y que se siente “muy desgraciada” en el matrimonio, etc. Siempre con excusas a la hora de la intimidad conyugal. El esposo termina por no pedir lo que le corresponde; cuando regresa a casa le recibe con una larga lista de quejas y exigencias, precisamente cuando el esposo desea descansar. Además, miente a la hora de justificar gastos o de negar los defectos de los hijos; es una pésima administradora y gasta mucho. No se le puede dar todo el dinero ni decirle lo que se posee.
Otros obstáculos, también graves
Atenta contra la convivencia pacífica y contra la misma familia, el orgulloso que no reconoce sus errores y humilla a los más débiles (humildad-orgullo); el envidioso que no perdona, guarda rencor y procura la venganza (rencor-perdón). O cuando la persona solidaria es criticada por el insaciable y avaricioso (solidaridad-avaricia). O cuando hay que relacionarse con una persona mentirosa y desconfiada. O cuando la ideología política enfrenta a los miembros de una comunidad (izquierdas-derechas).
Humildad-orgullo Cuando el orgulloso no reconoce sus errores y humilla a los más débiles
¿En qué grupo, equipo, comunidad o familia, no existe algún miembro que merece el calificativo, en mayor o menor grado, de persona orgullosa que gusta de sobreponerse a las otras, pacientes y humildes? Sí, existe. Y la convivencia con esta persona es tensa, muy conflictiva. ¿Razones? Porque el soberbio, y mucho más cuando es superior en inteligencia y autoridad, se caracteriza por ser un idólatra de su ego y no admite a nadie superior a sí mismo a quien tenga que rendir cuentas. Él, que se considera el más inteligente, desprecia internamente a los demás y los humilla corrigiendo sus defectos. Por lo tanto es un individuo incapaz de escuchar alguna crítica sobre sus criterios y conducta: el hipersensible ante su honor y dignidad, juzga como enemigo a quien se opone a su pensar y decidir. De la amplia temática conflictiva entre personas orgullosas con humildes y pacientes, sobresale la situación en la cual los humildes reconocen sus errores y los orgullosos justifican siempre sus faltas.
Rencor-perdón
Cuando el envidioso no perdona, guarda rencor y procura la venganza.
Merece el calificativo de envidiosa toda persona que siente tristeza o fastidio por el bien ajeno; que contempla con malos ojos la promoción de los otros como si fuera una disminución su dignidad y fama. El discurso del envidioso es muy crítico y su relación con el prójimo está impregnada del odio más o menos oculto: el otro tiene lo que él pretendía pero no ha podido conseguir. Es evidente: el cáncer para una convivencia pacífica es el orgullo de un envidioso que no perdona, que no olvida y que está pronto a devolver el golpe.
Solidaridad-avaricia
Cuando la persona solidaria es criticada por el insaciable y avaricioso
La solidaridad, como fruto de la sensibilidad ante el necesitado, marca las relaciones interpersonales de la persona que se pregunta: ¿de qué manera ayudar al prójimo? Y responde: con el servicio desinteresado, con la promoción y liberación para que el necesitado remedie sus necesidades con ayuda ajena, pero sin paternalismos. Tampoco olvida las clásicas obras de misericordia, tanto las de orden espiritual (enseñar al que no sabe, consolar al triste...) como las de tipo corporal (visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento...).
Pero, en ocasiones, en la misma familia o grupo social, surge la protesta de quien todo lo necesita. Es la persona que, dominada por la avaricia, convierte en ídolo la riqueza como seguridad para sí y para los suyos. Además, muestra insensibilidad hacia el prójimo necesitado a quien sacrifica para satisfacer sus ansias de mayores riquezas; experimenta el placer de la posesión de los bienes materiales a los que adora y rinde culto. Tal persona convierte “el ser más” en otro ídolo (personal o colectivo), objeto de culto y fuente de divisiones sociales.
Sinceridad-mentira
Cuando hay que relacionarse con una persona mentirosa y desconfiada.
Quitan la confianza y la paz de cualquier grupo, equipo o familia, los miembros que merecen el calificativo de falsos, poco fiables por el uso frecuente de la mentira y de otras manipulaciones. Y mucho más, los cínicos que no tienen pudor ni vergüenza en mentir con el mayor descaro. En el mismo nivel están situados a quienes llamamos “malvados” porque conscientemente lesionan con su mentira algún derecho del prójimo.
Gran servicio prestan al grupo o comunidad las personas transparentes y sinceras. Con razón se ganan la confianza y dan seguridad a las relaciones interpersonales. Así mismo es de agradecer el esfuerzo por merecer la confianza y seguridad en quienes nos rodean. Y el no dar motivos de desconfianza con actitudes oscuras, verdades a medias o con mentiras que desprestigian.