Familia perfecta: obstáculos ordinarios e inevitables
La Familia feliz y perfecta es “posible” cuando goza de un mínimo de bienestar social y están presentes entre sus miembros las condiciones del respeto, responsabilidad, amor mutuo y fe coherente.
Será “imposible” tal felicidad y perfección, por lo tanto, cuando falta el mínimo de los derechos familiares o cuando las relaciones entre esposos, padres, hijos y hermanos sufren lesiones graves y permanentes en alguna de las cuatro condiciones, de respeto, responsabilidad, amor mutuo o fe coherente. En definitiva, la familia feliz y perfecta es imposible por los obstáculos graves, internos o externos, cuando el grupo familiar no puede conseguir los objetivos-metas propuestas.
Si imaginamos la felicidad y perfección como los dos picos más altos de una montaña a escalar, del Everest, por ejemplo, el ascenso encuentra una serie de obstáculos, unos externos para los que pretenden llegar a la cima y otros que están presentes en los mismos protagonistas, incapaces de realizar la aventura que pretendían.
Empezamos por analizar las dificultades del grupo por las faltas de uno o de varios miembros contra el debido respeto, responsabilidad y amor mutuo. Es importante distinguir entre faltas ordinarias en la vida familiar, inevitables y justificadas, que no dañan la felicidad ni la perfección, de las ofensas que podemos calificar graves, extraordinarias y permanentes. Estas faltas-ofensas-son los obstáculos internos ordinarios que tienen fácil compensación y comprensión.
Tensiones inevitables
Confirmado por la historia y la experiencia: son inevitables las tensiones en la convivencia de dos o más personas. Antes o después, con mayor o menor gravedad, surge el conflicto y unas relaciones tensas. No importa que la comunidad sea matrimonial, familiar, profesional o la misma vida religiosa. Es igual, porque en toda convivencia siempre existen criterios diferentes, temperamentos desiguales y actos irresponsables. Y es lógico que surjan las tensiones y los conflictos familiares entre: las personas que ofenden y la ofendidas; las serviciales y las comodonas; las cariñosas y agradecidas con las ingratas y antipáticas; las sinceras y dignas de confianza con las mentirosas y desconfiadas; las que dialogan y las que hablan sin escuchar; las comprensivas y las intolerantes; las flexibles y las impacientes; las que alaban y son positivas con la criticonas, pesimistas y rebeldes
Respeto-ofensas
Inevitable la tensión entre las personas que ofenden y las ofendidas
Surgen las tensiones por los insultos, las descalificaciones, ironías y burlas. Son ofensas contra la dignidad personal que suscitan conflictos y hasta odios entre los miembros de una comunidad. Las relaciones en cualquier comunidad descansan sobre el respeto a la dignidad y a los derechos del prójimo. Las ofensas dividen a la comunidad entre miembros que ofenden y los que se sienten ofendidos. Mientras no se restablezca la justicia y la reconciliación permanecerá el conflicto, la vida en tensión.
Servicio-egoísmo
Poca “química” existe entre las personas que sirven y las comodonas,
No falta en las familias miembros egoístas y comodones que no cumplen con las tareas que les corresponden. “Siempre van a lo suyo”. La persona egoísta antepone el propio interés a los legítimos derechos del grupo-comunidad. Sus intereses son lo primero y lo último. Es lógico el malestar. Por otra parte, fortifica la comunidad quien ofrece sus servicios a quienes lo necesitan teniendo presente sus aspiraciones y necesidades.
Gratitud-antipatía
Muy difícil convivir con desagradecidos y antipáticos, entre personas cariñosas y agradecidas con las ingratas y antipáticas.
Con alguna frecuencia encontramos a la persona que en la calle o con sus amistades, se muestra simpática y agradecida. No sucede lo mismo en casa o en las relaciones de trabajo. El cambio es total. Aparece el personaje frío, antipático y desagradecido. Olvida que la comunicación afectuosa en casa es más necesaria y que incluye cordialidad y buenos modales. Quien recibe bienes, debe mostrar gratitud.
Optimismo-pesimismo
Grandísima paciencia con el pesimista y crítico permanente
Una convivencia pacífica es alterada por la actitud y respuesta de una persona pesimista, rebelde, y que siempre está criticando los defectos ajenos, el aspecto negativo de cualquier persona o situación. O es el clásico “contreras” que siempre tiene que poner algún “pero” al interlocutor; siempre tiene que añadir algo más o quitar algo para que la verdad sea la suya. (No 100 tu verdad, sino 99 o 101 mi verdad). rsona, por otra parte, incapaz de elogiar, de reconocer internamente y con palabras, los valores y méritos ajenos. Tampoco sabe estimular a los semejantes con la sincera alabanza. Ignora que el elogio efusivo -siempre sincero- estimula mucho a quienes dependen por alguna razón de nosotros. Esta misma persona es la que exige que los otros miembros reconozcan sus valores y méritos.
Comunicación-monólogo
Situaciones tensas que se dan entre quienes dialogan y quienes hablan sin escuchar. Es imposible dialogar con un sordo que lo sabe todo.
Uno de los secretos para una convivencia familiar pacífica radica en el diálogo, en la comunicación amistosa y alegre de noticias y criterios. Pero no falta el individuo-a que habla y habla sin parar porque para todo tiene su criterio o anécdota. Y lo peor es que monopoliza la comunicación y se apropia de todo el tiempo. No sabe escuchar en silencio e interrumpe a cada momento. Además por su carácter impositivo coacciona y quita la libertad. Como buen dialéctico, acalla fácilmente las opiniones que no le gustan.
Es evidente. Para que exista la comunicación, los interlocutores guardarán la normativa imprescindible de la comunicación que se sostiene fundamentalmente con la sinceridad en las palabras, la actitud abierta para aceptar verdades diferentes, el respeto por la libertad ajena. Y sobre todo, saber escuchar con silencio y respeto.
Comprensión-intolerancia
Tensión entre las personas comprensivas y las intolerantes. La alegría de compartir y el arte de ceder en el diálogo
Gracias a la comprensión, el individuo se dirige correctamente a los otros en su situación de ánimo y con el sentido que quieren dar a sus palabras. Y de este modo cultiva la empatía para intentar valorar y sentir como el interlocutor. La comprensión pide también asumir la fragilidad-debilidad del prójimo y el no querer imponer “mi opinión” en la conducta ajena. Actitud contraria es la de quien se encierra en sí mismo y solamente ve las cosas desde su punto de vista. La persona intolerante es incapaz de comprender la situación del prójimo y de poder compartir sus sentimientos. Como no acepta criterios ajenos y quiere imponer los suyos, provoca innumerables choques con otros miembros de la comunidad.
Aceptación-impaciencia
Surge la tensión entre los que son flexibles y los impacientes. ¿Pacientes con el impaciente orgulloso y prepotente?
Cuando falla la fortaleza ante la duración de lo molesto, surgen las respuestas de impaciencia que consisten en la falta de dominio sobre uno mismo. Esta personalidad es un tanto orgullosa y prepotente: exige lo que no puede recibir de los demás, espera una respuesta afirmativa e inmediata a sus peticiones.
Al impaciente le falta saber aceptar sus límites y defectos personales. También la ingratitud del prójimo y los contratiempos de la convivencia familiar o de la profesión. Que sea realista con sus propósitos y comprensivo con las posibilidades del prójimo. Le vendrá bien el aceptar ese porcentaje inevitable de contrariedades en la vida. Con la humildad podrá soportar muchas injusticias y humillaciones.
Paz-agresividad
Entre los pacíficos y los agresivos que no controlan su ira. Cómo corregir a una persona agresiva
En ocasiones, las relaciones interpersonales se rompen por una corrección irónica y excesiva, de fiscal acusador, reiterada o con expresiones coléricas. Las críticas injustas suscitan el desánimo y el deseo de venganza con otras críticas. Especialmente, en el iracundo y en el violento que son tipos muy fuertes de carácter, propensos a perder los nervios con descargas de ira. Su hipersensibilidad agresiva les hace estallar con modales violentos y pérdida de la paz interna.
¿Cómo actuará el pacífico a la hora de corregir? De modo constructivo, oportuno, pocas veces, y con suavidad en la crítica. Así se evita que explote el orgullo del criticado y que desaparezca la convivencia pacífica. Y el gran complemento de la corrección: recibir con humildad la verdad amarga que contienen las correcciones que recibimos del prójimo.
Tensiones, felicidad y familia perfecta
Las situaciones tensas enumeradas pueden ser leves, ocasionales y de un solo miembro de la familia. O bien, de varios miembros que ocasionan tensiones graves y permanentes: lógicamente estas situaciones atentan contra la felicidad, la perfección y la misma comunidad familiar. La convivencia se convierte “en un purgatorio” y quien puede, huye de la casa.
Será “imposible” tal felicidad y perfección, por lo tanto, cuando falta el mínimo de los derechos familiares o cuando las relaciones entre esposos, padres, hijos y hermanos sufren lesiones graves y permanentes en alguna de las cuatro condiciones, de respeto, responsabilidad, amor mutuo o fe coherente. En definitiva, la familia feliz y perfecta es imposible por los obstáculos graves, internos o externos, cuando el grupo familiar no puede conseguir los objetivos-metas propuestas.
Si imaginamos la felicidad y perfección como los dos picos más altos de una montaña a escalar, del Everest, por ejemplo, el ascenso encuentra una serie de obstáculos, unos externos para los que pretenden llegar a la cima y otros que están presentes en los mismos protagonistas, incapaces de realizar la aventura que pretendían.
Empezamos por analizar las dificultades del grupo por las faltas de uno o de varios miembros contra el debido respeto, responsabilidad y amor mutuo. Es importante distinguir entre faltas ordinarias en la vida familiar, inevitables y justificadas, que no dañan la felicidad ni la perfección, de las ofensas que podemos calificar graves, extraordinarias y permanentes. Estas faltas-ofensas-son los obstáculos internos ordinarios que tienen fácil compensación y comprensión.
Tensiones inevitables
Confirmado por la historia y la experiencia: son inevitables las tensiones en la convivencia de dos o más personas. Antes o después, con mayor o menor gravedad, surge el conflicto y unas relaciones tensas. No importa que la comunidad sea matrimonial, familiar, profesional o la misma vida religiosa. Es igual, porque en toda convivencia siempre existen criterios diferentes, temperamentos desiguales y actos irresponsables. Y es lógico que surjan las tensiones y los conflictos familiares entre: las personas que ofenden y la ofendidas; las serviciales y las comodonas; las cariñosas y agradecidas con las ingratas y antipáticas; las sinceras y dignas de confianza con las mentirosas y desconfiadas; las que dialogan y las que hablan sin escuchar; las comprensivas y las intolerantes; las flexibles y las impacientes; las que alaban y son positivas con la criticonas, pesimistas y rebeldes
Respeto-ofensas
Inevitable la tensión entre las personas que ofenden y las ofendidas
Surgen las tensiones por los insultos, las descalificaciones, ironías y burlas. Son ofensas contra la dignidad personal que suscitan conflictos y hasta odios entre los miembros de una comunidad. Las relaciones en cualquier comunidad descansan sobre el respeto a la dignidad y a los derechos del prójimo. Las ofensas dividen a la comunidad entre miembros que ofenden y los que se sienten ofendidos. Mientras no se restablezca la justicia y la reconciliación permanecerá el conflicto, la vida en tensión.
Servicio-egoísmo
Poca “química” existe entre las personas que sirven y las comodonas,
No falta en las familias miembros egoístas y comodones que no cumplen con las tareas que les corresponden. “Siempre van a lo suyo”. La persona egoísta antepone el propio interés a los legítimos derechos del grupo-comunidad. Sus intereses son lo primero y lo último. Es lógico el malestar. Por otra parte, fortifica la comunidad quien ofrece sus servicios a quienes lo necesitan teniendo presente sus aspiraciones y necesidades.
Gratitud-antipatía
Muy difícil convivir con desagradecidos y antipáticos, entre personas cariñosas y agradecidas con las ingratas y antipáticas.
Con alguna frecuencia encontramos a la persona que en la calle o con sus amistades, se muestra simpática y agradecida. No sucede lo mismo en casa o en las relaciones de trabajo. El cambio es total. Aparece el personaje frío, antipático y desagradecido. Olvida que la comunicación afectuosa en casa es más necesaria y que incluye cordialidad y buenos modales. Quien recibe bienes, debe mostrar gratitud.
Optimismo-pesimismo
Grandísima paciencia con el pesimista y crítico permanente
Una convivencia pacífica es alterada por la actitud y respuesta de una persona pesimista, rebelde, y que siempre está criticando los defectos ajenos, el aspecto negativo de cualquier persona o situación. O es el clásico “contreras” que siempre tiene que poner algún “pero” al interlocutor; siempre tiene que añadir algo más o quitar algo para que la verdad sea la suya. (No 100 tu verdad, sino 99 o 101 mi verdad). rsona, por otra parte, incapaz de elogiar, de reconocer internamente y con palabras, los valores y méritos ajenos. Tampoco sabe estimular a los semejantes con la sincera alabanza. Ignora que el elogio efusivo -siempre sincero- estimula mucho a quienes dependen por alguna razón de nosotros. Esta misma persona es la que exige que los otros miembros reconozcan sus valores y méritos.
Comunicación-monólogo
Situaciones tensas que se dan entre quienes dialogan y quienes hablan sin escuchar. Es imposible dialogar con un sordo que lo sabe todo.
Uno de los secretos para una convivencia familiar pacífica radica en el diálogo, en la comunicación amistosa y alegre de noticias y criterios. Pero no falta el individuo-a que habla y habla sin parar porque para todo tiene su criterio o anécdota. Y lo peor es que monopoliza la comunicación y se apropia de todo el tiempo. No sabe escuchar en silencio e interrumpe a cada momento. Además por su carácter impositivo coacciona y quita la libertad. Como buen dialéctico, acalla fácilmente las opiniones que no le gustan.
Es evidente. Para que exista la comunicación, los interlocutores guardarán la normativa imprescindible de la comunicación que se sostiene fundamentalmente con la sinceridad en las palabras, la actitud abierta para aceptar verdades diferentes, el respeto por la libertad ajena. Y sobre todo, saber escuchar con silencio y respeto.
Comprensión-intolerancia
Tensión entre las personas comprensivas y las intolerantes. La alegría de compartir y el arte de ceder en el diálogo
Gracias a la comprensión, el individuo se dirige correctamente a los otros en su situación de ánimo y con el sentido que quieren dar a sus palabras. Y de este modo cultiva la empatía para intentar valorar y sentir como el interlocutor. La comprensión pide también asumir la fragilidad-debilidad del prójimo y el no querer imponer “mi opinión” en la conducta ajena. Actitud contraria es la de quien se encierra en sí mismo y solamente ve las cosas desde su punto de vista. La persona intolerante es incapaz de comprender la situación del prójimo y de poder compartir sus sentimientos. Como no acepta criterios ajenos y quiere imponer los suyos, provoca innumerables choques con otros miembros de la comunidad.
Aceptación-impaciencia
Surge la tensión entre los que son flexibles y los impacientes. ¿Pacientes con el impaciente orgulloso y prepotente?
Cuando falla la fortaleza ante la duración de lo molesto, surgen las respuestas de impaciencia que consisten en la falta de dominio sobre uno mismo. Esta personalidad es un tanto orgullosa y prepotente: exige lo que no puede recibir de los demás, espera una respuesta afirmativa e inmediata a sus peticiones.
Al impaciente le falta saber aceptar sus límites y defectos personales. También la ingratitud del prójimo y los contratiempos de la convivencia familiar o de la profesión. Que sea realista con sus propósitos y comprensivo con las posibilidades del prójimo. Le vendrá bien el aceptar ese porcentaje inevitable de contrariedades en la vida. Con la humildad podrá soportar muchas injusticias y humillaciones.
Paz-agresividad
Entre los pacíficos y los agresivos que no controlan su ira. Cómo corregir a una persona agresiva
En ocasiones, las relaciones interpersonales se rompen por una corrección irónica y excesiva, de fiscal acusador, reiterada o con expresiones coléricas. Las críticas injustas suscitan el desánimo y el deseo de venganza con otras críticas. Especialmente, en el iracundo y en el violento que son tipos muy fuertes de carácter, propensos a perder los nervios con descargas de ira. Su hipersensibilidad agresiva les hace estallar con modales violentos y pérdida de la paz interna.
¿Cómo actuará el pacífico a la hora de corregir? De modo constructivo, oportuno, pocas veces, y con suavidad en la crítica. Así se evita que explote el orgullo del criticado y que desaparezca la convivencia pacífica. Y el gran complemento de la corrección: recibir con humildad la verdad amarga que contienen las correcciones que recibimos del prójimo.
Tensiones, felicidad y familia perfecta
Las situaciones tensas enumeradas pueden ser leves, ocasionales y de un solo miembro de la familia. O bien, de varios miembros que ocasionan tensiones graves y permanentes: lógicamente estas situaciones atentan contra la felicidad, la perfección y la misma comunidad familiar. La convivencia se convierte “en un purgatorio” y quien puede, huye de la casa.