Peticiones arriesgadas

Tanto los abuelos como los hijos y los nietos, aspiran a la amistad correspondida, a vivir con una ilusión creciente, a la esperanza coherente, al poder amar con entusiasmo por el Reinado de Dios, y, por último, a la entrega total al ideal amado. Son aspiraciones que se pueden convertir en unas arriesgadas peticiones.

Amistad correspondidaComo siempre, Señor y Padre mío, vengo esta tarde para alabarte, bendecirte, darte gracias y, cómo no, para pedirte.
Hoy te pido, una gracia que no merezco pero que necesito con toda urgencia: corresponder a tu amistad. Sé muy bien que los creyentes que te amaron con radicalidad, los que vivieron como auténtico amigos tuyos, sí que experimentaron tu amor, la experiencia de una amistad correspondida. Pero yo, con mi amor tibio, inconstante y ocasional ¿cómo puedo pedirte una gracia que no merezco? Impulsado por tu Espíritu, sí, lo haré, pero con mucha humildad y con mucha confianza sabiendo que tu misericordia infinita, la del padre del hijo pródigo, tiene todavía un hueco para mí.
Confío en tu amor que se conforma con poco, que un acto profundo de amor borra muchas ingratitudes y abre tus brazos para estrecharme como si viviera en tu amistad. Gracias, Señor.

La fe con ilusión creciente
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Hoy te pido vivir la fe con ilusión creciente; vivir como esos creyentes que tienen la fe como una meta clara que les atrae y da sentido a sus tareas y relaciones. Ellos me dicen que no se concibe una creencia sin un amor a algo o alguien que de algún modo constituye la esperanza de lo que no se posee pero se ama y se desea obtener. La fe con ilusión es el factor decisivo de su felicidad, la roca que da seguridad en sus dificultades. Admiro a tales personas porque su fe con ilusión provoca el entusiasmo, lleva a la radicalidad y da energías para superar las dificultades.
Señor, yo creo, tengo fe, pero un tanto tibia. Te ruego que enciendas esta débil llama y que la hagas crecer con tu amor misericordioso.

La esperanza coherente
Mi petición de hoy está centrada en una esperanza que sea coherente. Pido y anhelo que mi vida se acomode a lo que deseo y que es, en definitiva, tu voluntad convertida en una respuesta libre y responsable. Tú me atraes y yo camino cual peregrino ansioso, con prisa, pero me canso y muchos días me limito a decir solamente “Señor, Señor”.
¡Dios mío! aleja de mí, y de una vez para siempre, esta doble vida, esta como esquizofrenia espiritual. Borra de mi alma al fariseo que exige mucho al próximo en las críticas internas pero es incapaz de dar el mínimo! ¡Ayúdame a seguir a tu Hijo Jesús que vivió coherentemente cumpliendo siempre tu voluntad! ¡Cómo deseo al final de cada día decirte, aplicando las palabras de Jesús, “Padre, hoy procuré cumplir tu voluntad”!

Amar con entusiasmo para su Reinado

Para dar sentido a mi fe cristiana, necesito, Señor, actuar con entusiasmo, llenarme un poco más de Ti; que tu presencia amorosa en el mundo, tu reinado en personas relaciones y tareas, sea la mística de mi vida. Ansío que el proyecto de Jesús, tu Reino y reinado, provoque un amor desbordante a modo de pasión ardiente experimentado en mi vida y que desee comunicarlo a otros.
Perdona mi apatía y mediocridad de vida. Infunde una actividad exuberante, unas ganas extraordinarias de colaborar para conseguir los deseos de Tu Hijo: un mundo regido por su verdad-sinceridad, justicia-respeto, libertad-responsabilidad, fraternidad-amor. Que yo sepa responder a la llamada de Jesús para colaborar con mis escasas posibilidades en la gran obra de tu Reinado en el mundo comenzando por mi vida.

Radicalidad hasta el don total
Experimento miedo a la hora de comunicarte la última petición porque me parece una gracia “casi” imposible de obtener: mi don total mediante la radicalidad. Es la última lección que se aprende en la “escuela” de Jesús y María. Son ellos los que me enseñan con su vida que el amor a Dios tiene como meta la entrega total, absoluta. En ellos, Tú Dios mío, lo eras todo. Ellos te amaron con un amor-don sin límites. Jesús, más que nadie, experimentó y testimonió el precepto bíblico del “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mt 22, 37; Mc 12,28; Lc 10, 27). María, tu madre, como buena israelita no se limitaba a recitar el Semá (Dt 6,4-6) sino que grabó en su corazón el precepto mayor que su hijo ratificara y lo testimonió en sus tareas y relaciones (Mc 12, 28-30). De su amor para con Dios, mucho nos dice el Magnificat, y de modo especial el comienzo: «engrandece mi alma al Señor (Lc 1, 46).
¿Cuándo aprenderé esta última lección?¿Cuándo, con humildad y confianza progresaré en la radicalidad para vivir el don total?
TERMino, con los más de 20 artículos y con estas quince peticiones arriesgadas, el objetivo propuesto de cómo afrontar los ochenta.
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