¿Cuándo el anciano creyente es un místico?
Si el anciano-a fue un buen creyente durante su vida y sigue coherente en sus últimos años, merecerá el calificativo de místico, no porque tenga visiones, revelaciones, muchas oraciones, éxtasis u otros dones extraordinarios, sino por su entrega total a Dios, la unión profunda con Él, y por la experiencia religiosa manifestada en:
1-la amistosa comunicación con Dios, creciente, y, en ocasiones, se muestra como insaciable;
2-la radicalidad de la fe y de la obediencia. De modo especial, cuando acepta los sufrimientos con humildad, paciencia y en ocasiones, con gratitud;
3-la coherencia en el amor: a Dios y al prójimo según Jesucristo, llegando a respuestas heroicas;
4-la esperanza que provoca ilusión y deseos ardientes de ver-amar a Dios cara a cara. Se siente como un desterrado pero seguro de regresar llegar a la Patria;
5-la frecuente presencia de Dios en tareas y relaciones, actuando como si ya estuviera en el cielo. Consigue ser ciudadano de dos Pueblos.
6-la fascinación por la vida de Jesús y María, místicos y insuperables. También por el testimonio “místico de otros creyentes, cristiano o no.
1-La amistosa comunicación con Dios: creciente, y, en ocasiones, se muestra como insaciable.
El anciano-a coherente enfoca su comunicación con Dios según enseña santa Teresa de Jesús:”tratar de amistad, estando a solas con Aquél que nos ama”. Y sin saber cómo, el estar con el Señor, la vida de oración, le llena de amor a Dios y le da fortaleza para la vida ordinaria, y en ocasiones, heroica, de fe, esperanza y caridad. Según pasa el tiempo, el orante experimenta una creciente e insaciable necesidad de orar. El trato entre el yo humano y el TÚ divino asciende, peldaño tras peldaño, hasta la intimidad. La persona mística se siente como un amigo-a de Dios.
De su oración, el creyente sale “con las pilas cargadas”, dispuesto a cumplir la voluntad del Señor en todo, con ánimos para llevar la cruces, y con misericordia para servir al prójimo.
Dentro de la intimidad, se explica que el creyente ore con entusiasmo por el advenimiento del Reino de Dios: que la presencia de Dios en el mundo, su reinado, sea efectivo por el amor en las personas relaciones y tareas; que el proyecto de Jesús, provoque un amor desbordante en los cristianos. Suplicará repetidas veces que el Espíritu infunda ganas extraordinarias de colaborar para conseguir los deseos de Jesús: un mundo regido por la verdad-sinceridad, justicia-respeto, libertad-responsabilidad, fraternidad-amor, gracia y no pecado.
2-Radicalidad de la fe y de la obediencia.
¿En qué momentos? Especialmente, con la aceptación de los sufrimientos, con humildad, paciencia, y, en ocasiones, con gratitud. Quien actúa con radicalidad, desea identificarse con Cristo en la cruz y compartir el dolor de quienes sufren tanto o más que él. Así se mantiene fiel, obediente, a la voluntad de Dios.
Su radicalidad, impulsa al creyente a pedir el don total. Es la última lección que se aprende en la “escuela” de Jesús y María. Son ellos los que le enseñan con su vida que el amor a Dios tiene como meta la entrega total, absoluta. Posible oración: “en ellos, Tú Dios mío, lo eras todo. Ellos te amaron con un amor-don sin límites. Jesús, más que nadie, experimentó y testimonió el precepto bíblico del amor y María, tu madre, grabó en su corazón el precepto mayor que su hijo ratificara y lo testimonió en sus tareas y relaciones (Mc 12, 28-30).
3-La coherencia en el amor: a Dios y al prójimo según Jesucristo.
Y coherencia que en ocasiones llegará a respuestas heroicas.
Es en el amor “triangular”, (de Dios al creyente y de éste a Dios y al prójimo), donde mejor aparece la experiencia de Dios-Amor. Ahora bien, este amor a Dios según Jesús es total e inseparable del amor fraterno. Jesús testimonió el amor radicalizado a Dios Padre. Y con claridad y contundencia, el Salvador manifestó el modo de amar a Dios y al prójimo.
El rasgo principal en la conducta del creyente con Dios, radica en el primer precepto del amor, presente en el Antiguo Testamento, y ratificado por Cristo: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18).
¿Qué facetas comprende el amor a Dios con el calificativo de” totalidad”? Los vocablos bíblicos de todo, toda y todas expresan tanto radicalidad como plenitud-totalidad mental, afectiva y de obras, en la mente en el corazón y en el alma con todas sus posibilidades.
4-La esperanza, fuente de ilusión y deseos del cielo.
La virtud teologal de la esperanza provoca en el cristiano gran ilusión y deseos ardientes de ir al cielo. Los salmos y en especial el mensaje de Jesús sobre la vida eterna, motivan al creyente.
El cielo es una clave imprescindible en las Bienaventuranzas. Cristo habló sobre el cielo como presente en el Reino de Dios y proclamó las bienaventuranzas que fundamentan la doble fase, temporal y escatológica, de la existencia humana y que motivan la esperanza que animó la vida de tantos pobres, enfermos, humillados, perseguidos, etc. Es Jesús quien revoluciona los valores, porque ante situaciones poco apreciadas en el mundo (dolor, pobreza, humillación...), ofrece una esperanza escatológica: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12).
En los salmos: “sediento, busco tu rostro, Señor”.Ante la grandeza de Dios y lo mucho que espera, el creyente anhela el encuentro más íntimo. Con todo su ser, desea ver el rostro de Dios.
-Me dice el corazón: busca su rostro. Sí, tu rostro, Señor es lo que busco (Sal 27,8).
-Mi ser se estremece de gozo anhelando al Dios vivo (Sal 84,3; cf. 84,2).
-Sácianos de tu amor por la mañana, para que vivamos con alegría y júbilo (Sal 90,14).
-Como busca la cierva corrientes de agua, así, Díos mío, te busca todo mi ser.
-Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal 4,.2-3).
Desde el alba te deseo, estoy sediento de ti, por ti desfallezco, como tierra reseca, agostada, sin agua (Sal 63,2).
“ Iube me venire ad te! En la Carta a los ancianos, san Juan Pablo II, escribe sobre el deseo de ir al cielo: “ Iube me venire ad te!: éste, éste es el anhelo más profundo del corazón humano, incluso para el que no es consciente de ello. Concédenos, Señor de la vida, la gracia de tomar conciencia lúcida de ello y de saborear como un don, rico de ulteriores promesas, todos los momentos de nuestra vida. Haz que acojamos con amor tu voluntad, poniéndonos cada día en tus manos misericordiosas. Cuando venga el momento del “paso ” definitivo, concédenos afrontarlo con ánimo sereno, sin pesadumbre por lo que dejemos. Porque al encontrarte a Ti, después de haberte buscado tanto, nos encontraremos con todo valor auténtico experimentado aquí en la tierra, junto a quienes nos han precedido en el signo de la fe y de la esperanza”.
5. La frecuente presencia de Dios en tareas y relaciones,
Y es tal la frecuencia que muchos místicos actúan como si ya estuvieran en el cielo. Consiguen ser ciudadanos de dos Pueblos;
Además de la comunicación expresa, el creyente, cuando es un cristiano coherente, tiene presente a Dios como si ya estuviera en el cielo. Consigue ser ciudadano de la tierra y del cielo. Su vida teologal le impulsa a realizar tareas y trato social viendo en todo a Dios y su gloria. Los que conviven con él, notan “algo raro”. Con el respaldo de la vida espiritual, se explica que el gran amor a Dios le haga presente en todas sus tareas, relaciones y palabras. El coherente, ahora enamorado de Dios, habla con Él a todas horas y en todas ocasiones. Todo le lleva a Dios y en todo contempla al Amado. Estando en la tierra, su corazón vive en el cielo. Toda su vida se ha convertido en el cielo en la tierra.
6. La fascinación por la vida de Jesús y María,Son los místicos insuperables. También la admiración del testimonio místico de otros creyentes, cristiano o no. Tema a desarrollar.
Conclusión: ¿cuándo el cristiano-anciano-a coherente es un místico? En teoría, es fácil responder: en la medida en que viva los rasgos de la vida mística podrá ser calificado como místico. Pero en la práctica es difícil la respuesta. Porque quizás la mística comenzó con “chispazos” de profunda experiencia de Dios que fueron aumentando cada vez más… Ni el mismo protagonista sabe cuando es una persona mística. Más aún, rechaza esa posibilidad. Solamente afirma con humildad que está enamorado de Dios. Y que repite como suya la exclamación del hermano San Rafael Arnaiz: “Dios, sólo Dios, siempre Dios, en todo Dios”. Y que intenta imitar a Jesús y María sin menospreciar otros testimonios místicos de creyentes, cristianos o no.
1-la amistosa comunicación con Dios, creciente, y, en ocasiones, se muestra como insaciable;
2-la radicalidad de la fe y de la obediencia. De modo especial, cuando acepta los sufrimientos con humildad, paciencia y en ocasiones, con gratitud;
3-la coherencia en el amor: a Dios y al prójimo según Jesucristo, llegando a respuestas heroicas;
4-la esperanza que provoca ilusión y deseos ardientes de ver-amar a Dios cara a cara. Se siente como un desterrado pero seguro de regresar llegar a la Patria;
5-la frecuente presencia de Dios en tareas y relaciones, actuando como si ya estuviera en el cielo. Consigue ser ciudadano de dos Pueblos.
6-la fascinación por la vida de Jesús y María, místicos y insuperables. También por el testimonio “místico de otros creyentes, cristiano o no.
1-La amistosa comunicación con Dios: creciente, y, en ocasiones, se muestra como insaciable.
El anciano-a coherente enfoca su comunicación con Dios según enseña santa Teresa de Jesús:”tratar de amistad, estando a solas con Aquél que nos ama”. Y sin saber cómo, el estar con el Señor, la vida de oración, le llena de amor a Dios y le da fortaleza para la vida ordinaria, y en ocasiones, heroica, de fe, esperanza y caridad. Según pasa el tiempo, el orante experimenta una creciente e insaciable necesidad de orar. El trato entre el yo humano y el TÚ divino asciende, peldaño tras peldaño, hasta la intimidad. La persona mística se siente como un amigo-a de Dios.
De su oración, el creyente sale “con las pilas cargadas”, dispuesto a cumplir la voluntad del Señor en todo, con ánimos para llevar la cruces, y con misericordia para servir al prójimo.
Dentro de la intimidad, se explica que el creyente ore con entusiasmo por el advenimiento del Reino de Dios: que la presencia de Dios en el mundo, su reinado, sea efectivo por el amor en las personas relaciones y tareas; que el proyecto de Jesús, provoque un amor desbordante en los cristianos. Suplicará repetidas veces que el Espíritu infunda ganas extraordinarias de colaborar para conseguir los deseos de Jesús: un mundo regido por la verdad-sinceridad, justicia-respeto, libertad-responsabilidad, fraternidad-amor, gracia y no pecado.
2-Radicalidad de la fe y de la obediencia.
¿En qué momentos? Especialmente, con la aceptación de los sufrimientos, con humildad, paciencia, y, en ocasiones, con gratitud. Quien actúa con radicalidad, desea identificarse con Cristo en la cruz y compartir el dolor de quienes sufren tanto o más que él. Así se mantiene fiel, obediente, a la voluntad de Dios.
Su radicalidad, impulsa al creyente a pedir el don total. Es la última lección que se aprende en la “escuela” de Jesús y María. Son ellos los que le enseñan con su vida que el amor a Dios tiene como meta la entrega total, absoluta. Posible oración: “en ellos, Tú Dios mío, lo eras todo. Ellos te amaron con un amor-don sin límites. Jesús, más que nadie, experimentó y testimonió el precepto bíblico del amor y María, tu madre, grabó en su corazón el precepto mayor que su hijo ratificara y lo testimonió en sus tareas y relaciones (Mc 12, 28-30).
3-La coherencia en el amor: a Dios y al prójimo según Jesucristo.
Y coherencia que en ocasiones llegará a respuestas heroicas.
Es en el amor “triangular”, (de Dios al creyente y de éste a Dios y al prójimo), donde mejor aparece la experiencia de Dios-Amor. Ahora bien, este amor a Dios según Jesús es total e inseparable del amor fraterno. Jesús testimonió el amor radicalizado a Dios Padre. Y con claridad y contundencia, el Salvador manifestó el modo de amar a Dios y al prójimo.
El rasgo principal en la conducta del creyente con Dios, radica en el primer precepto del amor, presente en el Antiguo Testamento, y ratificado por Cristo: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18).
¿Qué facetas comprende el amor a Dios con el calificativo de” totalidad”? Los vocablos bíblicos de todo, toda y todas expresan tanto radicalidad como plenitud-totalidad mental, afectiva y de obras, en la mente en el corazón y en el alma con todas sus posibilidades.
4-La esperanza, fuente de ilusión y deseos del cielo.
La virtud teologal de la esperanza provoca en el cristiano gran ilusión y deseos ardientes de ir al cielo. Los salmos y en especial el mensaje de Jesús sobre la vida eterna, motivan al creyente.
El cielo es una clave imprescindible en las Bienaventuranzas. Cristo habló sobre el cielo como presente en el Reino de Dios y proclamó las bienaventuranzas que fundamentan la doble fase, temporal y escatológica, de la existencia humana y que motivan la esperanza que animó la vida de tantos pobres, enfermos, humillados, perseguidos, etc. Es Jesús quien revoluciona los valores, porque ante situaciones poco apreciadas en el mundo (dolor, pobreza, humillación...), ofrece una esperanza escatológica: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12).
En los salmos: “sediento, busco tu rostro, Señor”.Ante la grandeza de Dios y lo mucho que espera, el creyente anhela el encuentro más íntimo. Con todo su ser, desea ver el rostro de Dios.
-Me dice el corazón: busca su rostro. Sí, tu rostro, Señor es lo que busco (Sal 27,8).
-Mi ser se estremece de gozo anhelando al Dios vivo (Sal 84,3; cf. 84,2).
-Sácianos de tu amor por la mañana, para que vivamos con alegría y júbilo (Sal 90,14).
-Como busca la cierva corrientes de agua, así, Díos mío, te busca todo mi ser.
-Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal 4,.2-3).
Desde el alba te deseo, estoy sediento de ti, por ti desfallezco, como tierra reseca, agostada, sin agua (Sal 63,2).
“ Iube me venire ad te! En la Carta a los ancianos, san Juan Pablo II, escribe sobre el deseo de ir al cielo: “ Iube me venire ad te!: éste, éste es el anhelo más profundo del corazón humano, incluso para el que no es consciente de ello. Concédenos, Señor de la vida, la gracia de tomar conciencia lúcida de ello y de saborear como un don, rico de ulteriores promesas, todos los momentos de nuestra vida. Haz que acojamos con amor tu voluntad, poniéndonos cada día en tus manos misericordiosas. Cuando venga el momento del “paso ” definitivo, concédenos afrontarlo con ánimo sereno, sin pesadumbre por lo que dejemos. Porque al encontrarte a Ti, después de haberte buscado tanto, nos encontraremos con todo valor auténtico experimentado aquí en la tierra, junto a quienes nos han precedido en el signo de la fe y de la esperanza”.
5. La frecuente presencia de Dios en tareas y relaciones,
Y es tal la frecuencia que muchos místicos actúan como si ya estuvieran en el cielo. Consiguen ser ciudadanos de dos Pueblos;
Además de la comunicación expresa, el creyente, cuando es un cristiano coherente, tiene presente a Dios como si ya estuviera en el cielo. Consigue ser ciudadano de la tierra y del cielo. Su vida teologal le impulsa a realizar tareas y trato social viendo en todo a Dios y su gloria. Los que conviven con él, notan “algo raro”. Con el respaldo de la vida espiritual, se explica que el gran amor a Dios le haga presente en todas sus tareas, relaciones y palabras. El coherente, ahora enamorado de Dios, habla con Él a todas horas y en todas ocasiones. Todo le lleva a Dios y en todo contempla al Amado. Estando en la tierra, su corazón vive en el cielo. Toda su vida se ha convertido en el cielo en la tierra.
6. La fascinación por la vida de Jesús y María,Son los místicos insuperables. También la admiración del testimonio místico de otros creyentes, cristiano o no. Tema a desarrollar.
Conclusión: ¿cuándo el cristiano-anciano-a coherente es un místico? En teoría, es fácil responder: en la medida en que viva los rasgos de la vida mística podrá ser calificado como místico. Pero en la práctica es difícil la respuesta. Porque quizás la mística comenzó con “chispazos” de profunda experiencia de Dios que fueron aumentando cada vez más… Ni el mismo protagonista sabe cuando es una persona mística. Más aún, rechaza esa posibilidad. Solamente afirma con humildad que está enamorado de Dios. Y que repite como suya la exclamación del hermano San Rafael Arnaiz: “Dios, sólo Dios, siempre Dios, en todo Dios”. Y que intenta imitar a Jesús y María sin menospreciar otros testimonios místicos de creyentes, cristianos o no.