La inmadurez pone en peligro a la misma familia

Todo repercute en la familia. Si la madurez de los padres influye para la felicidad y perfección familiar porque condiciona la responsabilidad, el respeto y aun para el amor familiar, la inmadurez grave de uno de los esposos y padres de familia puede destruir, a la corta o a la larga, la unión matrimonial y la misma la familia.
Ahora bien, para que suceda tal destrucción matrimonial o familiar, se requiere que las faltas sean especialmente graves y que no existan otros valores y virtudes que compensen, y de tal manera, que la familia puede caminar hacia las dos meta de felicidad y perfección
Para una evaluación prudente habrá que examinar la respuesta negativa a los valores de la personalidad, las quejas-críticas mutuas de los esposos y la respuesta de la pareja a los virus que amenazan toda convivencia

La negación de la personalidad madura.
Los esposos y padres de familia son inmaduros, porque uno de ellos o los dos manifiestan, en mayor o menor grado, señales de inmadurez, cuando:
1-son irresponsables porque de ordinario le domina sus impulsos en el comer, beber, fumar, descansar y vida sexual.
2-están dominados afectividad (amor y su odio) por la ira, la agresividad, y el mal humor. P presentan “rarezas” de personas rebeldes, neuróticas, acomplejadas, orgullosas, tímidas, cobardes, depresivas.
3-con una voluntad tan débil que es incapaz para tomar decisiones decir un “sí” coherente a las convicciones, sean cuales fueren los obstáculos.
4-no son fieles ni honrados por su conciencia deformada. Les falta sentimiento del deber y del honor personal.
5-incoherentes con su opción fundamental asumida, que es su familia, pareja e hijos, como el gran valor, ideal. Fuera de casa tienen su tesoro, lo más importante, lo principal de la existencia personal, la fuente de un comportamiento coherente.
6-carecen de potencia en el amor como el motor de su vida. No sintonizan con los intereses y alegrías de hijos y de la pareja. Abandono ocasional o definitivo del hogar.
7-su vida transcurre sin ilusión familia. Despreocupados por el futuro de sus hijos que, prácticamente no son su esperanza, ideal que vivan con amor, entusiasmo y alegría; y que les motiva la conducta y da sentido a su vidas.
8-manifiestan poco entusiasmo. Sin dinamismo, ni ganas de vivir y de hacer cosas para conseguir la felicidad de los suyos.
9-sienten mucho miedo ante las dificultades. Les falta energía de carácter que capacita a la voluntad para no desistir ante cualquier dificultad.
10-responden con frialdad. Les falta entusiasmo ('mística') ante los valores familiares situados fuera del centro de su vida como objeto prioritario.
11-sirve solamente “como profesionales” pero sin la entrega total propia de un padre-madre de familia.
13-muy “comodones”. Pronto se cansan ante las dificultades domésticas. Trabajan y dan lo mínimo.
14-muy irritables e impacientes. Viven como amargados y frustrados en su papel de padre o madre de familia.

Las quejas y las críticas revelan la inmadurez de los cónyuges.
Muchas esposas critican a sus maridos porque su carácter “es insoportable”; tiene los defectos del machista; pisotea la dignidad de su esposa como mujer; se considera superior en derechos; impone arbitrariamente su voluntad en la vida sexual y se permite libertades fuera del hogar que no permite a su mujer.
Igualmente fuertes son otras críticas contra su pareja: por el trato despótico, la manera de mandar, los gritos de protesta y los gestos frecuentes de malhumor. Y por el miedo para la familia cuando el padre viene borracho y con ademanes agresivos.
En el plano del honor, la queja de la mujer recae en el cónyuge porque fomenta intimidades “ofensivas” con otras mujeres. La humillación es máxima cuando existen pruebas palpables de que tiene una amante aunque él lo niegue con todo cinismo.
Y otras quejas más: salen solos para divertirse y según pasa el tiempo son menos galantes; “huyen” de casa con cualquier excusa y no sólo por motivo del trabajo. Y la educación de los hijos recae sobre la madre como si no tuvieran padre; son incapaces de ayudar en las tareas domésticas ni en el caso frecuente de la esposa que tiene “además” otro trabajo fuera de casa. Ellos se consideran como “el señor” a quien todos le tienen que servir. Su egoísmo también se manifiesta en la intimidad conyugal porque buscan solamente su placer y obligan a métodos contrarios a la salud o a la conciencia de la esposa. En cuanto al dinero: el esposo oculta lo que gana y tiene gastos que no manifiesta; trata a la esposa como menor de edad a la que da el dinero con “cuentagotas” y a la que cuestiona sus gastos. Y hasta la chantajea al decirle: “no te puedes divorciar porque no tienes ingresos propios; me tienes que aguantar sin más remedio”.

También muchos maridos critican a la madre de sus hijos.
En el matrimonio, los esposos con sus críticas a las esposas, revelan la existencia de la inmadurez femenina. Las quejas más graves son porque: ella abandona al esposo. Su esposa, la madre, vive solamente para los hijos a los que “superprotege” y concede lo que el padre ha negado. Y todo, para ganarse su cariño. El esposo queda afectivamente marginado ante la piña de la madre con los hijos. Otra crítica: la esposa cambió de carácter: ahora no es tan bondadosa y paciente como lo era de novia. Se manifiesta muy susceptible, áspera, dominante, rencorosa y hasta descuidada en su presencia; “se pasó” con la realización femenina. Del modelo “sumiso” del noviazgo ha llegado a posturas propias de la feminista.
Y no terminan las críticas, porque la esposa exige las mismas libertades del hombre; es celosa y sin fundamento; intenta controlar toda la conducta y todos los pasos de cónyuge; aun en los conflictos ordinarios plantea la separación o divorcio porque ella gana tanto o más que el esposo. Y como habla “tanto y tanto”, no escucha las razones que se le dan; en las “peleas” recuerda las faltas del pasado: la infidelidad, el alcohol, el influjo de otras personas. Y que se siente “muy desgraciada” en el matrimonio, etc. Siempre con excusas a la hora de la intimidad conyugal. El esposo termina por no pedir lo que le corresponde; cuando regresa a casa le recibe con una larga lista de quejas y exigencias, precisamente cuando el esposo desea descansar. Además, miente a la hora de justificar gastos o de negar los defectos de los hijos; es una pésima administradora y gasta mucho. No se le puede dar todo el dinero ni decirle lo que se posee. El problema aumenta cuando la esposa margina al marido e indispone a los hijos contra el padre

Los virus que destruyen la familia
Tanto el esposo-padre como la esposa-madre padecen algunos de los “virus” que atacan cualquier convivencia. Baste una frase para revelar al personaje inmaduro oculto:
El egoísta: “mis intereses personales antes que nadie, ante todo y sobre todo” (35--36);
-El soberbio: “mi persona, la imprescindible. Mis valores, trabajos y méritos son los superiores” (39—40)
-El envidioso: “los que están detrás de mí, me fastidian sus riquezas y triunfos. Tengo méritos para ser el primero y el único” (40—41)
-El avaricioso: “todo lo necesito. Los demás que se las apañen como puedan” (41—42)
-El perezoso: “Mi comodidad ante todo. Nada de esfuerzos o molestias que compliquen mi vida” (42—43).
-El hedonista: “Yo disfruto solamente con la buena vida en el comer, beber, jugar, divertirme… “ (43-44)
-El agresivo: “la ira me pierde, soy violento, ofendo mucho al prójimo y pierdo la paz” (44—45).
-El cónyuge dominado por el sexo: “siento mucha atracción dentro y fuera del matrimonio por el amor y el placer sexual…hasta el adulterio” (45—46).
-El depresivo: “la enfermedad, la soledad, los sufrimientos y las humillaciones me deprimen el ánimo y me quitan las fuerzas ante cualquier dificultad” (46-47).
-El impaciente: “ Soy una persona orgullosa y prepotente que espera una respuesta inmediata a sus peticiones y pronta para gritar “no aguanto más”. ..”(47—48).
-El del falso amor: “reconozco que mi amor es un tanto interesado y hasta falso porque instrumentalizo al prójimo que convierto en un medio para mis intereses (36-37)
-El que se desprecia: “no puedo amar al prójimo porque me desprecio, soy un acomplejado que no perdono ni me perdono” (37—38)
-El que ofende a Dios y al prójimo: “como creyente acepto que mis pecados ofenden a Dios y también repercuten en el bienestar de mi familia (38—39)
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¿Hasta qué punto peligra la familia por la inmadurez? Para dar una respuesta a una familia concreta habría que valorar en el padre o en la madre las manifestaciones positivas de madurez y de inmadurez. El resultado depende de muchos factores especialmente del amor entre los esposos y a los hijos. Y como creyentes tener en cuenta la fuerza de la fe, la vida de oración y los sacramentos.
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