"Esta es la hora de la verdad, en la que la solidaridad se ve de lejos y de cerca" Abriendo corredores humanitarios: hay que salvar vidas, no hay tiempo que perder
"En 14 días atravesé tres veces Europa, en furgoneta, en avión y en autobús. El destino era siempre ir a las fronteras a buscar personas y a abrir corredores humanitarios. El dolor es infinito y no es posible explicar la impotencia que se vive en medio de una marea humana"
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La invasión a Ucrania ha desencadenado una escalada de violencia y una guerra tan absurda como cruel, que se está cebando con la vida de miles de personas y con un País que no considera suya esta locura y que se ve sumido en una angustia infinita que parece no tener fin.
Una guerra que lleva años gestándose y que ya causó una emigración significativa de personas en estos últimos años. Ayer, una niña de 16 años lloraba desconsolada en nuestro autobús. Su mamá me dijo: “Su padre murió en el 2014 en la guerra y esta vez pudimos huir de los bombardeos de Járkov, donde una bomba estalló muy cerca nuestro. Desde entonces está en estado de pánico”
En 14 días atravesé tres veces Europa, en furgoneta, en avión y en autobús. El destino era siempre ir a las fronteras a buscar personas y a abrir corredores humanitarios. El dolor es infinito y no es posible explicar la impotencia que se vive en medio de una marea humana en la que las mujeres y sus niños, ancianos, minusválidos….¡personas! se han visto obligadas a abandonar su vida cotidiana viendo cómo, arrancados de los suyos, deben construir, entre la incertidumbre y el miedo, su presente y su futuro.
En mi Convento hemos ido acogiendo personas y familias a lo largo de estas semanas, y he podido comprobar que cuando ensanchamos el espacio de nuestras tiendas, el corazón se dilata y se respira Evangelio y se siente, se palpa y se toca la fuerza del Espíritu que nos hace imparables. Monjas y laicos, voluntarios y amigos, todos juntos, una piña, porque sabemos que no hay tiempo que perder.
En la frontera se tocan todos los límites humanos y es desgarrador el mirar atrás de los que huyen, porque atrás quedan sus personas amadas. Mirar adelante mordiéndose los labios y echándole ánimos al límite de las fuerzas, les permite avanzar porque llevan niños en sus brazos o caminando a su lado, y porque ellos tienen un futuro que construir, porque a su presente unas bombas asesinas se lo quieren borrar.
Los campos de refugiados improvisados, cada vez están más abarrotados de personas, que si hace unos días querían huir a dónde fuera, ahora ven que al dolor de la guerra, las bombas y la huida, se suma el de los inescrupulosos que buscan montar sus negocios traficando con la vida de las personas en el asqueroso mundo de la explotación sexual, la venta de órganos y el abuso de poder incontrolado, y de los que deben protegerse porque les secuestran con promesas de bienestar y un destino feliz. Esta nueva situación les paraliza en los campos de refugiados y les hunde en un dolor que parece aliviarse con ríos de lágrimas amargas. Eso sí: las mujeres lloran en la oscuridad, cuando sus hijos no las ven, porque para ellos, ellas son su única fortaleza.
Las mujeres lloran en la oscuridad, cuando sus hijos no las ven, porque para ellos, ellas son su única fortaleza
Ahora a la gente le cuesta marchar, porque le cuesta confiar… Y es normal. Parece mentira que haya quienes pretenden vivir a costa del dolor ajeno, y no se inmuten ante este drama sin precedentes en nuestra historia reciente.
Escuchar las historias, caminar por los corredores de las fronteras, transitar por medio de los diversos campos de refugiados, en los que se ve mucha ayuda humanitaria y se echan en falta la coordinación y la presencia de las grandes entidades que suelen venderse como abanderadas de la solidaridad y de las catástrofes, pone toda la vida en jaque y saltan todas las alarmas.
La hora de la verdad
Esta es la hora de la verdad, en la que la solidaridad se ve de lejos y de cerca; en la que la suma de la sociedad civil – que es evidente que se ha organizado mucho antes que las administraciones y las grandes entidades- , da paso a unos corredores humanitarios, que hoy por hoy, han salvado muchas vidas con recursos que son siempre limitados. Uno echa en falta más agilidad en los gobiernos, que después de haber fracasado para conseguir la paz, hoy llegan tarde y mal, porque quieren una organización perfecta, que no hace más que aumentar el dolor y la incertidumbre de los que huyen y en su desesperación deben confiar y hacerlo a ciegas y sin garantías.
Sólo pedimos un poco más de agilidad… Lo pedimos por la vida de los que sufren de forma desesperada.
Tuve la suerte de contar en todos mis viajes con el asesoramiento y apoyo del equipo de la delegada del Gobierno en Cataluña, y de ver cómo se nos ayudaba a resolver los contratiempos y a mejorar unos y otros. Hoy, juntos intentamos explicar lo que vemos en el terreno, para mejorar en la acogida y en la detección de lo que ya parece más que evidente, que es el tráfico de personas.
Hoy se activa en las fronteras de la Junquera un control que es necesario para frenar a las mafias y garantizar la libertad y la seguridad de las personas. Ojalá llegue pronto a Fira de Barcelona el ágil funcionamiento de la acogida, que a día de hoy es bastante caótico, y que es el eslabón final de un calvario, que parece será largo y se habrá cobrado demasiadas víctimas.
Termino citando a dos argentinos que son una especie de “maestros del espíritu para la vida:
Francisco: “Es una absurda contradicción negociar la paz y al mismo tiempo promover o permitir el comercio de armas. Acabemos con ésta situación. Pidamos todos juntos por los responsables de las Naciones para que se comprometan con decisión a poner fin al negocio de las armas que causa tantas víctimas inocentes”
Y la incombustible “Mafalda” que nos recuerda una evidencia que es indiscutible:
“Si los cobardes que deciden las guerras tuvieran que ir a pelearlas, viviríamos todos en paz”.
Me considero herida de guerra porque he visto el dolor de un pueblo que ha sido alcanzado por la violencia y su causa es la mía.
Voy a volver a seguir buscando personas. No hay tiempo que perder.
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