De una Iglesia piramidal a una Iglesia servidora

Su respuesta fue contundente, clarificadora y “comprometedora”: “La Iglesia es el pueblo de Dios. Pero cuando un periodista llega a una diócesis y quiere halar de la Iglesia, intenta y desea hablar con el obispo y no se ocupa de los cristianos de esa diócesis. Y cuando los focos se proyectan sobre el obispo, estamos en la Iglesia “escaparate” y en la Iglesia minoría”.
Digo que su respuesta fue clarificadora, porque pocas veces nos hacemos cargo de lo que es y “significa” ser “Pueblo de Dios”; y que fue comprometedora, porque en ella nos implica a todos los que formamos parte del Pueblo de Dios, a todos los bautizados, o al menos a los que además nos sentimos miembros de este Pueblo y discípulos de Jesús.
Por tanto, se me antoja a la hora de hablar de la Iglesia que: o nos mojamos todos y la sentimos como propia, con sentido de co-responsabilidad, o no somos Iglesia.
A la “hora de repartir culpas” es bueno también asumir responsabilidades, y en este sentido creo que es justo que los cristianos –también los obispos- hagamos nuestra la causa del Evangelio y desde su óptica hablemos. Un buen parámetro para saber qué tipo de cristianos somos, y para verificar nuestra pertenencia al pueblo de Dios, puede ser el medirnos con el ejemplo de Jesús: Si una Iglesia no sirve a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a los necesitados, a los que tienen hambre y sed de justicia, ¡no sirve para nada!No es servidora como Jesús que se hizo servidor de todos, que lavó los pies a los suyos antes de sentarse a la mesa y dejarles el sacramento de su amor en el pan y el vino.
Hoy la Iglesia institución y la institución de los obispos están en horas bajas, y hemos de reconocer que no gozamos de buena prensa: Unas veces nos lo hemos ganado a pulso, otras nos cuelgan gratuitamente una fama y unas etiquetas que tampoco se corresponden con la verdad; pero lo que sí queda claro es que ni toda la culpa es de los obispos –que insisto, ¡son minoría!- ni todos los logros son de los que se esgrimen en jueces para condenar desde fuera o para tirar piedras contra el propio tejado.
En la medida en que nos sintamos hermanos y nos amemos de verdad, que recuperemos nuestra capacidad de servicio, y que vivamos “como Pueblo de Dios” que peregrina hacia la plenitud de la vida –que todavía no tenemos-, estaremos construyendo la Iglesia de Cristo de la que todos somos responsables.
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