"¿Qué nos enseña la novela de Camus en esta hora de pandemia?" Sor Lucía Caram: "La fe no nos explica el drama: nos permite aprender y empatizar"
"Al leer las cifras y los síntomas de las personas fallecidas hasta ese momento, concluyen finalmente que la peste se ha tomado Orán"
"Los hospitales se colapsan, falta lugar en ellos, se habilitan las escuelas para atender a la gran cantidad de enfermos"
"El sermón del cura dice algo así como que la epidemia atacará sólo a aquellos que no son dignos del Reino de Dios"
"Cuando somos mordidos por el dolor, caen nuestras seguridades"
"Creo que cuando nos ponemos en actitud de servicio empatizando, viviendo la compasión real y cercana con el que sufre, es cuando somos auténticos y nuestras palabras despiertan esperanza"
"El sermón del cura dice algo así como que la epidemia atacará sólo a aquellos que no son dignos del Reino de Dios"
"Cuando somos mordidos por el dolor, caen nuestras seguridades"
"Creo que cuando nos ponemos en actitud de servicio empatizando, viviendo la compasión real y cercana con el que sufre, es cuando somos auténticos y nuestras palabras despiertan esperanza"
"Creo que cuando nos ponemos en actitud de servicio empatizando, viviendo la compasión real y cercana con el que sufre, es cuando somos auténticos y nuestras palabras despiertan esperanza"
La Peste es una novela de Albert Camus. Una novela de carácter humanista que narra la historia de la Ciudad de Orán – Argelia – cuando ésta es azotada por una peste en el año 1940.
Durante la misma se ven afectados muchos valores de las personas, así como la moral, la honestidad. Pero es un tiempo en el que la solidaridad también invade muchos corazones.
Y, ¿qué nos explica la novela de Camus en esta hora de pandemia? La Peste nos sitúa en la Ciudad de Orán, en el año 1940, cuando hay una extraña plaga de ratas. El 16 de abril de 1940 –explica Albert Camus- el Dr Rieux, al salir de su casa, se tropieza con una rata en la escalera del edificio en el que vivía.
Al día siguiente de este hecho siente cómo pacientes, vecinos y amigos hablan de las ratas y de cómo éstas iban invadiendo el lugar. El portero del edificio del Dr Rieux es la primera víctima mortal de esta peste.
Consulta con otro médico, pasan los días y al leer las cifras y los síntomas de las personas fallecidas hasta ese momento, concluyen finalmente que la peste se ha tomado Orán. Se convoca una comisión sanitaria y se toman medidas.
Los hospitales se colapsan, falta lugar en ellos, se habilitan las escuelas para atender a la gran cantidad de enfermos que ya había en la ciudad. Se toman medidas significativas como cerrar las puertas de la ciudad y muchas familias quedan separadas.
La gente intenta adaptarse al exilio y al encierro. Al cerrarse las fronteras de la ciudad, se genera un cambió de rumbo en los barcos y de aquellos que se dirigían a Orán. Con esto, cae la economía, y los ciudadanos se encuentran de repente inactivos y encerrados.
Aumenta la desesperación, algunos quieren huir, y en medio de este drama, causa un impacto tremendo, al final del primer mes del drama, el sermón de un cura llamado Paneloux, un jesuita erudito, que vive entre la comodidad de un cristianismo dogmático y las exigencias de un cristianismo auténtico.
Al finalizar una semana de oración, pronuncia un sermón que cae como un manto de tinieblas y oscuridad que aumenta el desconcierto y el pesar entre las personas. Dice algo así como que la epidemia atacará sólo a aquellos que no son dignos del Reino de Dios.
El padre Pariamachi, de los Sagrados Corazones, hablando de ese sermón recuerda que Paneloux hace una alusión a las plagas de Egipto, y que su prédica quiere dejar claro que Dios pone a sus pies a los orgullosos y a los ciegos.
La peste se encarniza mucho más con los que vivían en grupos, como los soldados o los presos, las personas pobres. Se instala el toque de queda y los entierros se convierten en ceremonias rápidas y sin tiempo, y se trasladan los cadáveres a un horno crematorio que se encuentra al este de la ciudad.
La situación es dramática. Al Padre Paneloux le ocurren dos hechos que le sacuden y le colocan frente a un cristianismo muy cómodo y ajeno a la realidad, y las exigencias de una fe recia vivida en sintonía con la verdad del Evangelio.
Por una parte, cuando los equipos sanitarios van desbordados, Paneloux se integra al equipo sanitario para ayudar. En el hospital se decide probar el nuevo suero en un niño que había sido contagiado. Éste medicamento no funciona y el niño muere. El cura Paneloux presencia la terrible agonía del niño y sus gritos y su dolor le hicieron caer de rodillas, cayendo todos sus argumentos y teorías.
El Dr Rieux y Paneloux quedan muy abatidos por este hecho. A su vez Paneloux se cambia de domicilio y va a casa de una mujer anciana que inesperadamente enferma y fallece al día siguiente. Aquel jesuita erudito que días anteriores había aumentado el sufrimiento de la gente sencilla afirmando que la peste tenía un origen divino y que su carácter era el de un azote purificador, queda descolocado. El dolor de cerca y la realidad le hacen ¿humanizarse? ¿Cambiar de perspectiva? ¿Recuperar el sentido real de la fe?
"Aquel jesuita erudito que días anteriores había aumentado el sufrimiento de la gente sencilla afirmando que la peste tenía un origen divino y que su carácter era el de un azote purificador, queda descolocado"
Meses después, marcado por la herida de la peste, mordido por el drama de sus garras devastadoras, predicó otro sermón radicalmente diferente. Ya no se le vio tan seguro en la ira implacable de Dios y dijo algo muy importante: No se trataba de explicarnos el espectáculo y el drama de la peste, sino intentar aprender de ella.
Humanamente a veces queremos que el corrupto sea fulminado y el avaricioso borrado del mapa, y atribuimos a Dios esos sentimientos y explicaciones, que hay en nuestros corazones, apelando a “la ira de Dios”, como si Dios que es amor, pudiera tener “ira”.
Sin duda cuando empatizamos con las personas, y nos acercamos a la realidad con corazón sincero; cuando intentamos contemplar desde el auténtico humanismo cristiano, que es desde los sentimientos de Cristo, nos damos cuenta que todos compartimos la duda, la confusión, el dolor; que la fe no nos ahorra el sufrimiento, pero sí nos permite sufrir con los que sufren, esperar y ayudar a no desesperar. Cuando somos mordidos por el dolor, caen nuestras seguridades, y nos arrodillamos ante el misterio para pedir juntos fuerza y luz.
Albert Camus concluye que la religión del tiempo de una peste no podía ser la religión de todos los días. Quiero pensar que la fe nos hace creíbles, cuando somos capaces de liberarnos de las certezas frías y calculadoras del soberbio que se cree poseedor de la verdad y dueño de los designios de Dios. Creo que cuando nos ponemos en actitud de servicio empatizando, viviendo la compasión real y cercana con el que sufre, es cuando somos auténticos y nuestras palabras despiertan esperanza y suscitan consuelo.
No tenemos respuesta ante el misterio del dolor y ser sufrimiento; en todo caso la fe, cuando es viva y se encarna, nos libera del miedo paralizante; el miedo que nos hace huir de la realidad en lugar de asumirla. Una realidad que a todos nos hiere y nos desafía a remar juntos y en la misma dirección hasta llegar al puerto de la salud y de la vida plena. Una realidad que nos convierte en cuidadores de la vida y de las heridas de nuestros hermanos, que son nuestras propias heridas, temores, sinsabores y desasosiegos.