"No soy tan bueno como parezco, ni tan malo como algunos dicen"

William Hill decía que “ningún escritor joven desea tanto la crítica constructiva como la alabanza”. Y aunque ya no soy tan joven, porque comienzo a peinar alguna cana, -que se oculta bajo el “velo de la tradición” que disimula mis cuarenta años- he de reconocer la sabiduría de esta frase de Hill.

Me hace bien la crítica constructiva y me estimula a seguir pensando y escribiendo; y la negativa, no puedo negar que en principio me rebota, pero que no me quita la paz. Superada la primera impresión, me ayuda a pensar en lo que escribo, e intento entender a quien me critica descubriendo la verdad de sus razones.

Otra cosa es la alabanza. Es verdad que a nadie le amarga un dulce, pero con justa medida. El incienso, según cómo, se me sube a la cabeza, y de las jaquecas, ¡no me libra nadie! Por eso, me alegra cuando encuentro eco en los lectores y aquellos con los que hablo, y agradezco a quienes me pueden ayudar a mejorar.

Pero las alabanzas, siguen dándome un pelín de respeto, -¿o miedo?-. En mi tierra se suele decir que “Las alabanzas son golosinas, y las críticas medicinas”, y yo no puedo menos que reconocer que algunos se mueren envenenados por las medicinas y otros –hipoglucémico, diabéticos- por las golosinas.

Recuerdo a mi padrino el tío Francis que solía repetir con una buena dosis de ironía y otra de sabiduría: “No soy tan bueno como parezco, ni tan malo como algunos dicen. Soy lo que soy, y hago lo que puedo”. Y con la ayuda de todos, intento mejorar un poco cada día, ¡y no me queda camino por recorrer!

Lo importante es no guardar rencores a los que nos dicen “sus verdades”, ni creernos demasiado a los que nos halagan. Tomar nota de unos y de otros y continuar aprendiendo de todos, porque la verdad es inabarcable y siempre podemos aprender de los otros.

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