El pasado año se quebró el silencio informativo que se cierne sobre el continente África y un techo de cristal a la carta
Entre finales de julio y primeros de septiembre de 2023, África rompió su «techo de cristal» y quebró el silencio informativo que, como hábito, se cierne sobre el continente.
Dos golpes de Estado, un terremoto en el Atlas marroquí y el paso de la tormenta Daniel sobre el este de Libia (el jefe de la Misión de Apoyo de la ONU en Libia, Abdoulaye Bathily, advirtió el pasado otoño que había provocado una «tragedia sin precedentes» con un coste económico y en vidas humanas «más allá de lo imaginable») fueron la excusa, como si fueran migajas, para un tiempo que, a ojos de la opinión pública, el continente africano no merece casi nunca
| Manos Unidas
La noticia, como otras muchas que llegaron antes o que se han sucedido después en este país saheliano, tuvo un escaso o nulo recorrido en los medios de comunicación social de ámbito nacional. Nada que ver con el revuelo inicial que generó el 29 de julio el alzamiento del antiguo jefe de la Guardia Presidencial nigerina, Abdourrahmane Tchiani, y de las posibles consecuencias que podría tener aquella nueva toma forzada del poder en uno de los socios más estables de la Unión Europea y, especialmente, de Francia, antigua potencia colonizadora.
Después de que los militares asumieran las presidencias de Malí, Guinea y Burkina Faso entre 2021 y 2022, Níger se había convertido en uno de los últimos baluartes para la seguridad del Sahel y de la propia Europa. Sus reservas de uranio –explotadas principalmente por la multinacional francesa Orano, la antigua Areva–; la hipotética expansión del yihadismo en la zona –con el que el presidente depuesto había iniciado un proceso de diálogo para su control–; la falta de presencia estatal en un territorio donde proliferan las rutas migratorias hacia el continente europeo; la amenaza del bloque regional, la CEDEAO, de una intervención militar que parecía inminente en los primeros días después del golpe, y que habría supuesto un conflicto en el oeste africano de consecuencias imprevisibles; el corte energético desde Nigeria, que suministra el 70 % de la electricidad al país; el movimiento antifrancés que brotó en Niamey –a imagen y semejanza de los que surgieron en Conakri, Bamako o Uagadugú– y la salida de las tropas y el personal diplomático franceses; y la pobreza generalizada en un país siempre en los puestos de cola en el índice de desarrollo humano justificaron una situación inicial de miedo escénico sobre lo acontecido en Níger que, paradójicamente, no tuvo continuidad en nuestros informativos.
El período de transición
Un mes después, el 30 de agosto, el que tomaba el poder por las armas era el entonces comandante en jefe de la Guardia Republicana de Gabón, Oligui Nguéma, después de unos resultados electorales más que dudosos que habían prolongado, una legislatura más, el eterno control de la familia Bongo en el poder en el país (el iniciador de la saga, Albert-Bernard Omar Bongo accedió al poder en 1967 tras del fallecimiento del padre de la patria, Léon M’Ba). Con este movimiento, recibido con satisfacción por parte de la ciudadanía, el país se abrió a un proceso de transición que se desea breve.
En los primeros meses de mandato, Nguéma –con un lejano parentesco familiar con la familia Bongo– ha mezclado medidas populares, como su renuncia al sueldo como jefe de Estado –mantiene su retribución como jefe de la Guardia Republicana–, con otras de más dudoso talante, como la elección por decreto de 99 diputados y senadores que deben legislar durante el periodo transitorio.
A pesar de que las similitudes entre lo acontecido en Níger y Gabón se limitan a la quiebra del poder establecido, y a que ambos fueron países colonizados por Francia, el golpe de Estado perpetrado en Libreville pareció, para los analistas, una continuidad de lo acontecido en Niamey cuatro semanas antes.
El occidente africano parecía sufrir, en la mayoría de los altavoces mediáticos, un efecto dominó cuando simplemente ambos acontecimientos coincidieron en el tiempo y en un espacio geográfico más o menos delimitado.
Ostracismo mediático
Entre finales de julio y primeros de septiembre de 2023, África rompió su «techo de cristal» y quebró el silencio informativo que, como hábito, se cierne sobre el continente.
Dos golpes de Estado, un terremoto en el Atlas marroquí y el paso de la tormenta Daniel sobre el este de Libia (el jefe de la Misión de Apoyo de la ONU en Libia, Abdoulaye Bathily, advirtió el pasado otoño que había provocado una «tragedia sin precedentes» con un coste económico y en vidas humanas «más allá de lo imaginable») fueron la excusa, como si fueran migajas, para un tiempo que, a ojos de la opinión pública, el continente africano no merece casi nunca.
Ya ha ocurrido con Níger, Gabón, Marruecos y Libia, igual que aconteció anteriormente con Sudán y el contragolpe de Estado y la posterior guerra interna entre el Ejército sudanés y las Fuerzas de Acción Rápida que, según algunos organismos internacionales, sigue siendo la mayor crisis de desplazados del mundo. O con la guerra de Tigré (Etiopía). O con la crisis interminable de República Centroafricana. O con la consolidación de las migraciones climáticas. O con… Pero para explicar todo eso se necesita mucho contexto y, por tanto, mucho tiempo/espacio del que los medios de comunicación muchas veces no queremos/podemos disponer.
Texto de Javier Fariñas Martín, Redactor jefe deMundo Negro (publicado en la número 223 de la revista de Manos Unidas)
Etiquetas