(Ecclesia).- Pilar y Guillermo eran un matrimonio con cinco hijos. Acudían a la parroquia de San Ramón Nonato y participaban en ella para ayudar a otras familias y matrimonios. Puede parecer solo una de tantas historias, de decenas de miles, en las que ese pasado en el verbo, te hace un nudo en la garganta. Guillermo fue una de las primeras personas en fallecer en Madrid a causa del coronavirus.
Pilar sonríe cuando habla de cómo conoció a su marido, y de cómo se pasó «siete años rezando hasta que Dios quiso que Guille se convirtiera». Empezaron a ir juntos a los grupos de novios de Verbum dei. Se casaron y aunque reconoce que nunca han sido una pareja perfecta han «tenido un matrimonio con Dios en medio. Y con la ilusión y las ganas de ayudar a otras familias y otros matrimonios».
Mientras vienen los hijos, la enfermedad llega por primera vez con una hepatitis C. Se cura al cabo de un año y pico tras un tratamiento muy fuerte. Los momentos difíciles del matrimonio y el tesoro que descubren en su parroquia les «ayudaron mucho a vivir la fe en la familia». Por eso empiezan con mucha ilusión «a hacer el máster de Pastoral Familiar. Empezamos a ayudar en la parroquia, viviendo el matrimonio con nuestras dificultades, pero siempre con Dios delante. Y sobre todo con esa fe y esa esperanza de que las dificultades se superan, porque hay algo mucho más grande». Cuando nace su quinto hijo, a Guille le detectan diabetes. «Empezamos a vivir también esta nueva situación, aprendiendo a vivir con la enfermedad y con la cruz que conlleva esto». Pilar cuenta que a Guille «los dulces le encantaban. Era sano y deportista pero te vas dando cuenta de que por mucho que hiciera, si te toca la cruz de la enfermedad te toca».
Después le detectan la enfermedad de cushin, un trastorno hormonal causado por un tumor en la glándula pituitaria. Tras muchos intentos de ayudarle, deciden tratarlo con una medicación que bloquea el cortisol. «Normalmente esta hormona está bien, pero en circunstancias extremas debería dispararse… pero el al tenerlo bloqueado no se disparan». Y es aquí donde llega el coronavirus: «En el momento en el que ocurre la infección del coronavirus su cuerpo no se pone en alerta y no reacciona bien a la infección».
El coronavirus en febrero
En el mes de febrero -un mes antes del estado de alarma- Guillermo enferma. «Llamamos al 061, a urgencias y nos decían que era un catarro. De hecho llamamos varias veces y parecía que se molestaban», cuenta Pilar. Al cabo de unos días Guille se encuentra fatal. «Pasó una noche muy mala y cuando intenta levantarse no le responden las piernas». El médico le diagnostica una neumonía y una ambulancia les lleva al Gregorio Marañón. A Guille y a Pilar les llegan a preguntar si «habíamos tenido contacto con gente de Italia o de China y les decíamos que no. El coronavirus parecía algo muy lejano».
Al día siguiente le llevan a la UCI. Ese mismo día, después de haber mandado a Pilar para casa, la vuelven a llamar para que vaya al hospital. A Guille le van a sedar y le piden que se despida. «Yo llamo a mi párroco y acude corriendo para darle la unción de enfermos. Nos despedimos sin ser conscientes de la gravedad de todo. Estábamos completamente convencidos de que nos íbamos a volver a ver. Él es profe y me da instucciones de cosas que tiene que hacer del cole…» Pilar y Guille se dan un beso y un abrazo. Pilar y su párroco se quedan fuera rezando el rosario. Esa misma tarde, a Pilar le confirman que Guille tiene coronavirus.
Pero Pilar no pierde la esperanza «porque sé que Dios me cuida, confío en la medicina, y esperas que en España no pase lo mismo que en China». Pilar empiezo a mandar mensajes a todo el mundo para que recen por su marido.»Sentir la oración de los demás nos ayuda mucho». Empiezan unos días muy duros porque «no me dejaban ir» y para colmo la familia entera se pone mala. Y Pilar preocupada de por sí, empieza a pensar en qué puede pasar si la ingresan también a ella. Pero solo fueron «dos o tres días de fiebre».
En la familia no paran de rezar y su párroco les lleva la comunión a casa. Preparan un altar improvisado y «rezamos cada día con Jesús. Teníamos nuestra pequeña capillita, rezábamos todos los días el rosario, y rezamos una novena a San José», ya que se acercaba su festividad. Todo el mundo está rezando: «Desde nuestra parroquia, la comunidad del Verbum Dei, los coles de los chicos que son del Opus Dei, mucha gente que nos conoce, otras parroquias por la zona… Nuestra esperanza era que se curara el día de San José que Guille siempre le había tenido mucha devoción».
El teléfono
Pero Guille empieza a empeorar. «Me costaba mucho coger el teléfono porque me habían dado varios días malas noticas. Por eso le pedí al Señor que me diera paz para aceptar esas noticias y que me diera paz para aceptar su voluntad. Y me empezó a dar paz». El día 21 le dicen que Guille está muy mal y que se espere lo peor. «El día 22 de marzo, el tercer domingo de cuaresma, es el Domingo de la Alegría. Ese día me llaman y me dicen que es cuestión de horas».
Pilar se viste corriendo y sale hacia el hospital. En cuanto entra «me puse a rezar mientras lloraba, porque me podía la emoción». No recuerda bien ni siquiera que fue exactamente lo que rezó. Pero estuvo junto a Guille, acompañándole hasta el final. A pesar del dolor y de la dificultad, de la pérdida de su marido, Pilar siente «la compañía de Jesús. Estaba a mi lado y no me dejaba. Sentía que íbamos juntos al Calvario, eso era lo que me daba fuerza en ese momento».
«Me imaginé a María cuando recogió a Jesús de la cruz… yo vi a Guille así en ese momento. La Virgen María también se quedó viuda de San José y le rezo a ella y me ayuda mucho… es un ejemplo». Pilar cuenta que sus hijos y ella han hecho «piña» en estos momentos difíciles. «El hecho de que muriera el día del Domingo de la Alegría, es un mensaje para vivir este tiempo con esperanza. Tenemos claro que estamos aquí para vivir en un mundo mejor, en una vida más plena. Me está enseñando mucho esto, te hace madurar y Dios quiere que vivamos esto con alegría. Guille ya esta viviendo una vida feliz, en presencia de Dios y está en el cielo esperándonos. Estamos llamados a ese cielo, y tenemos que mirarlo con esa esperanza. Esto algún dia terminará y nos reencontraremos con él».
Pilar, Guille y sus hijos, no son una familia más. No son un número entre las decenas de miles de personas que han tenido que pasar por este calvario. Es la historia de personas reales, con nombres y apellidos, como la de todos los demás. Y Pilar ha sido capaz de vivir esta tragedia con fe y esperanza.