Clase magistral en Comillas del 'obispo de las sillas de ruedas' Kike Figaredo, sj: "Debemos proteger la paz, las víctimas no han tenido opción"
"Vengo de un mes en el Sínodo, y bla, bla bla... Se dicen cosas preciosas, pero necesitamos algo de acción"
Al final del sínodo, regaló al Papa una silla Mekong, hecha de madera, enviada por los discapacitados de Camboya. “El Papa, encantado de tener su silla de ruedas, aunque la hicimos sin medirle, le queda un poco grande”, señaló entre risas. “Habrá que reajustarla, pero sería un sueño que pudiera ir en la silla Mekong”
"Las iglesias tienen mucho poder para crear la paz, pero hay que unirse"
"Las iglesias tienen mucho poder para crear la paz, pero hay que unirse"
“Los perros, y sobre todo las ratas, son buenísimos encontrando minas. El otro día asistimos a la ‘graduación’ de una rata que había quitado más de mil minas”. El prefecto de Battambang, Kike Figaredo, sj., ofreció esta mañana una clase magistral a alumnos en la Universidad Pontificia Comillas, en el que explicó su trabajo en Camboya, las sucesivas crisis de un país marcado por las minas antipersona, y la esperanza de construir un mundo mejor.
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“Vivimos en un país extremadamente bello, y por eso es horrosoro ver tanta crueldad en un lugar tan hermoso”, subrayó el obispo de las sillas de ruedas, que esta semana, al final del sínodo, regaló al Papa una silla Mekong, hecha de madera, enviada por los discapacitados de Camboya. “El Papa, encantado de tener su silla de ruedas, aunque la hicimos sin medirle, le queda un poco grande”, señaló entre risas. “Habrá que reajustarla, pero sería un sueño que pudiera ir en la silla Mekong”.
Un Figaredo que acaba de regresar de Roma. “Vengo de estar un mes en el Sínodo… bla bla bla… se dicen cosas preciosas, pero necesitamos algo de acción, con signos claros de que queremos lo que deseamos, la paz y la sociedad civil”, subrayó el jesuita, quien ofreció un relato, crudo y esperanzado, de la historia de Camboya, su presente y su futuro. “Que las víctimas de la postguerra sean las menores posibles, y que no se rompa el tejido social”.
La Iglesia a la que represento tenemos la misión de llevar la fe de Jesús, que es trabajar por la convivencia y por un mundo en el que todos seamos hermanos. El que una persona crea en Jesús o no, es un don de Dios. Yo no estoy allí para que el número de católicos aumente. Mi misión es que la fe del Señor llegue a todos los rincones"
Un trabajo movido por su fe, pero también por la justicia social, que son indisociables. "La Iglesia a la que represento tenemos la misión de llevar la fe de Jesús, que es trabajar por la convivencia y por un mundo en el que todos seamos hermanos. El que una persona crea en Jesús o no, es un don de Dios. Yo no estoy allí para que el número de católicos aumente. Mi misión es que la fe del Señor llegue a todos los rincones", recalcó. "Hay mucha gente que viene a misa que no es católica, que no recibe la comunión, pero sí hay una fila que recibe la bendición". Su cola, la de la bendición, es mucho más larga que la del catequista que da la comunión. "Lo nuestro es compartir la fe. El Espíritu Santo también tiene su trabajo".
"Cayeron más bombas que en la II Guerra Mundial"
“En Camboya se han desminado millones de minas, había más minas que personas. Estábamos en unos 15 accidentes al día, hoy tenemos unos 100 accidentes al año”, subrayó, antes de recordar que, durante décadas, “Camboya fue un laboratorio de guerra contra el comunismo. Allí se pegaron todos, también entre comunistas, y los camboyanos fueron los que sufrieron”, denunció Figaredo, insistiendo en que “allí cayeron más bombas que en la II Guerra Mundial”.
Uno de los dramas del país fue que “todos plantaron minas” durante más de cuarenta años, y sólo a partir de 1998 pudieron empezar a desminarse. Muchos quedaron rotos, y ahí fue donde surgió la maravilla del Centro Arrupe, “que se llama así por aquél que nos envió, que fundó el Servicio Jesuita para Refugiados, el padre Arrupe”, y que trabaja para dotar de una vida digna a todos los discapacitados del país. Que ya no son sólo las víctimas de las minas, sino también las de la pobreza y la desigualdad de un país que quiere crecer y que tiene esperanza en hacerlo.
"En la guerra, todos somos perdedores"
“Intentamos reformar vidas en positivo. La guerra ha destruido su familia, no ha habido salud ni servicios básicos, no ha habido escuelas… estamos queriendo transformar sus vidas”, explicó Figaredo, quien invitó a los cristianos a “construir la paz de verdad”, porque “en la guerra todos somos perdedores. En la paz, debemos aprender a construir mejor”.
Sobre las minas antipersona: "Quien la detona es la víctima; es indiscriminada, a la mina le da igual si mata a un niño, un militar o una vaca; una mina no reconoce pactos de paz, queda allí plantada, sin mapas"
“Sepamos proteger la paz, y construirla mejor en los lugares donde sigue habiendo conflictos”, porque “las víctimas no han tenido opción”. "Tenemos que dar voz a las víctimas, que son quienes sufren la guerra y las minas antipersona", que tildó de "material inhumano". "Quien la detona es la víctima; es indiscriminada, a la mina le da igual si mata a un niño, un militar o una vaca; una mina no reconoce pactos de paz, queda allí plantada, sin mapas".
Las minas antipersona están prohibidas, "pero siguen utilizándose en Ucrania, o en Israel". Igual sucede con las bombas de racimo. En este y otros puntos, "las iglesias tienen mucho poder para crear la paz, pero hay que unirse", culminó el prefecto apostólico de Battambang, que desde hace cuarenta años trabaja por hacer que la paz, y que la reconciliación, sean posibles. Y que, también, pueda serlo un día sin minas.