Cuando un cura amó como adolescente



Hace unos meses fui a comer a un restaurante céntrico de la ciudad de México, acompañado por una persona muy amada para mí. Esa tarde, en el local había pocos comensales y desde el lugar donde tomamos asiento se podía ver, sin dificultad alguna, a quienes ingresaban al local. Mientras transcurría nuestra comida, noté que entró una pareja, una mujer joven y un hombre maduro a quien identifiqué inmediatamente como el cura rector de una comunidad de una colonia al sur de la ciudad. Lo reconocí porque, evidentemente, había ido a algunas celebraciones dominicales presididas por él y, digno es de mencionarse, donde su elocuencia en la predicación fue notable.

La pareja ocupó un lugar a cercano a donde mi acompañante y yo nos encontramos y le comenté: “Mira, él es el padre de la colonia…” El sacerdote y la muchacha se sentaron juntos, no había nada más que observar… Sin embargo, al poco rato, la conducta de ambos pasó de la simple compañía para convertirse en el besito de la muchacha en la mejilla del hombre, en las miradas amorosas y en las risitas de las personas que se sienten muy a gusto cuando están a lado del amado. Y comenzaron los juegos, como dos adolescentes, ella picándole las costillas, él riendo y gozando el momento, hasta que el sacerdote cayó de su asiento al piso, por un empujón de su acompañante. La comida, en un solo plato, la compartieron ambos… sólo me decía a mi mismo: “Se portan como un par de adolescentes enamorados”.

Salimos del restaurante y el sacerdote y su “novia” continuaron. Guardamos silencio, un silencio que dijo mucho, reflexivo, pero sin rayar en el escándalo. Tal vez los lectores de este artículo podrán alegar que esta vivencia debería habérmela guardado y, efectivamente, así lo pensé. Sin embargo, los hechos se dieron en un lugar público y sólo me he ahorrado los nombres para salvaguardar la buena fama a la que cualquier persona tiene derecho.

Mi reflexión gira en torno a esto hombre-sacerdote que se portó como adolescente o más bien que amó como adolescente… y no lo afirmo en un sentido peyorativo, sino que, efectivamente, como dos jóvenes en el primer amor, gozaban uno del otro. Y es un tema discutido y polémico donde se asoma la necesidad de todo ser humano por amar y tener a una compañera o compañero con quien compartir la vida. Por casualidad, vi a este hombre, un hombre del altar, ordenado en el ministerio y obligado, porque así lo acepto, a tomar un voto como el celibato. No puedo explorar su interior, sólo él y Dios saben cuál es la condición de su vida y su felicidad. ¿Nos tocaría alzar una voz condenatoria o denunciatoria? No me correspondería, creo yo. Pero, en otro ánimo, la conducta de esta pareja me permite decir que, antes que ser cura es hombre y no por eso podría justificarse dicha actitud, pero ¿Quién es capaz de lanzar la primera piedra?

Tal vez la solución a esta clase de conductas en un sacerdote estaría en el celibato optativo. No creo que mis ojos vean el día donde el mundo sea testigo del primer sacerdote casado legítimamente en la Iglesia de rito latino. Pero las medidas que se deben adoptar en la formación deben enfocarse a la persona de manera integral y afrontar, “tomando al toro por los cuernos” que los futuros sacerdotes no están inmunes a enamorarse; a la vez, está en mano de los seminaristas y en los que ya ejercen el ministerio la renovación de su conciencia de forma continua y darse cuenta siempre de que, al haber optado por el ministerio, están obligados al celibato, así lo han escogido. No me escandalicé ver a un cura enamorado, no. Pero sí reflexioné sobre el gran conflicto interno que podría estar viviendo… sonriendo por fuera, tal vez sufriendo por dentro, ¿Dejar el ministerio? ¿A su edad? Ya es maduro, no es fácil conseguir trabajo en México en esa etapa de la vida.

Él no es ni el primero ni el último en esas circunstancias y es una realidad que pretende evadirse o darle largas con respuestas inapropiadas. El cura amó como un adolescente, ¿Qué tiene eso de malo?
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