""Nos hemos despojado de nuestros bienes y, menos aún, de nuestro propio yo" Castillo: "Para ser apóstoles del Evangelio hay que pasar por el despojo de los bienes y de uno mismo"
"El Evangelio no es solamente una 'teoría', sino además de eso – y sobre todo – es una 'forma de vida'"
"Los que lo abandonaron todo (casa, familia, trabajo, dinero… todo lo que tenía cada cual) y se fueron con Jesús, a vivir con él y como él vivía, ésos fueron los que aprendieron la Cristología que enseña el Evangelio"
"Todos los apóstoles, menos Judas, se despojaron de los bienes que tenían. Y así marcaron el camino que debían seguir sus sucesores"
"Se ve y se palpa que no nos hemos despojado de nuestros bienes y, menos aún, de nuestro propio yo"
"Todos los apóstoles, menos Judas, se despojaron de los bienes que tenían. Y así marcaron el camino que debían seguir sus sucesores"
"Se ve y se palpa que no nos hemos despojado de nuestros bienes y, menos aún, de nuestro propio yo"
| José María Castillo teólogo
Una de las propiedades esenciales de la Iglesia es que ella es “apostólica”. De ahí que la afirmación, según la cual, los obispos son “los sucesores de los apóstoles” es un hecho afirmado de tal forma por la tradición y el magisterio de la Iglesia, que la sucesión apostólica de los obispos se nos impone como un dato de fe (cf. Y. Congar, en Mysterium Salutis, IV/1, pg. 556-557, con amplia bibliografía).
Pues bien, esto supuesto, cualquier persona, que lea atentamente el Evangelio, se da cuenta de que los doce “apóstoles” (“apóstoloi”), que designó Jesús (Mc 6, 30), nos enseñaron, no solamente lo que dijo Jesús y lo que dijeron ellos, sino además (como es lógico) lo que hizo Jesús y lo que hicieron ellos. El Evangelio no es solamente una “teoría”, sino además de eso – y sobre todo – es una “forma de vida”.
Ahora bien, la “forma de vida”, que Jesús enseñó a sus apóstoles, la aprendieron aquellos hombres, no sólo ni principalmente mediante “teorías” (clases magistrales, conferencias, lecturas…), sino sobre todo mediante el “seguimiento” de Jesús (Johan B. Metz). Es decir, los que lo abandonaron todo (casa, familia, trabajo, dinero… todo lo que tenía cada cual) y se fueron con Jesús, a vivir con él y como él vivía, ésos fueron los que aprendieron la Cristología que enseña el Evangelio.
Es evidente que los Apóstoles de Jesús, al “seguirle” de aquella manera, sin que se les propusiera un “programa de vida”, ni un “objetivo”, ni un “ideal”, sin “seguridad” alguna (D, Bonhoeffer, Nachforlge, Munich, Kaiser, pg. 28-29), no cabe duda que aquellos hombres, además de cumplir los mandamientos de la Religión (Mc 10, 17, 20-22; Mt 19, 16-20; Lc 18, 18-21), tuvieron la generosidad y la audacia de afirmar en público, por boca de Pedro: “pues mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10, 28 par). Cosa que Jesús, a renglón seguido, aceptó y afirmó con generosidad.
Es evidente, por tanto, que los primeros Apóstoles de Jesús tuvieron la libertad y la audacia de despojarse de todo lo que tenían a su alcance. Todos ellos, menos Judas, se despojaron de los bienes que tenían. Y así marcaron el camino que debían seguir sus sucesores.
Marcaron el camino que les trazó Jesús. Pero, ¿llegaron hasta el fin? Desgraciadamente, no. Se despojaron del dinero, la familia, los bienes, la propia seguridad… Pero no llegaron hasta lo más profundo de la vida. No llegaron al despojo del propio “yo” (E. Drewermann).
¿Qué significa esto? Ya he dicho que los Apóstoles lo dejaron todo y se fueron con Jesús, para compartir su vida y su proyecto. Pero hay un tema capital, que llega al fondo del asunto y en el que no se suele pensar. Jesús les dijo a sus Apóstoles – por lo menos, tres veces – que el final de su propia vida estaba próximo y además iba a ser lo más humillante y patético: condenado por los dirigentes de la Religión y ejecutado como un delincuente (Mc 8, 31 par; 9, 31 par; 10, 33 s par) (J. Jeremias).
Pues bien, a medida que los Apóstoles se iban dando cuenta de que el final de Jesús se hacía inevitable y próximo, sin duda alguna los discípulos empezaron a preocuparse y discutir cuál de ellos era el más importante o debía situarse el primero. Así, después del segundo anuncio de la Pasión (Mt 17, 22-23 par), se produjo la discusión de los discípulos sobre “quién es el más grande en el Reino de Dios (Mt 9, 33-37. 42-48; Lc 9, 46-49; 17, 1-2).
La respuesta de Jesús fue tajante: “si no cambiáis y os hacéis como estos chiquillos, no entráis en el Reino de Dios” (Mt 18, 2 par). Y poco después, la petición de los hijos de Zebedeo, con la consiguiente indignación de los demás Apóstoles, que, sin duda, apetecían aquellos puestos de importancia y mando (Mt 20, 25-28; Mc 10, 42-46: Lc 22, 25-26).
Resumiendo, los Apóstoles vivieron dos etapas: primero, “despojarse de los bienes de este mundo”; en segundo lugar y de forma definitiva, “despojarse del propio yo”. Por eso, Jesús empezó pidiendo despojarse de las cosas, los bienes y el capital que se tiene. Y al final, el mismo Jesús les pidió a los Apóstoles que cada cual se despojara de sí mismo.
La conclusión es clara y apremiante: si queremos ser Apóstoles del Evangelio, no tenemos más remedio que pasar por el despojo, el del dinero y los bienes; y lo más difícil, el despojo de sí mismo en cada cual.
¿Qué decir, si pensamos esto en serio, sobre el futuro de la Iglesia, si pensamos a fondo en la cantidad de cristianos, gente religiosa, clérigos, religiosos, obispos y cardenales, si se ve y se palpa que no nos hemos despojado de nuestros bienes y, menos aún, de nuestro propio yo?
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— elJartista (@elJartista) October 23, 2022
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